Víctor de Aldama, el 'cónsul' que se hizo rico con el petróleo, corrompió al Gobierno y ahora desafía a Sánchez
- Hizo negocios en todos los sectores imaginables y le llegó a ir tan bien que el castillo de naipes se desmoronó cuando la confianza derivó en sensación de impunidad.
- Ahora es un animal herido que amenaza al Gobierno con su confesión.
- Más información: La agenda de Koldo revela citas con el jefe de gabinete de María Jesús Montero coincidentes con la confesión de Aldama
La tarde del 30 de junio de 2014 se inauguraban dos nuevos restaurantes de lujo en la capital. Su ubicación estaba en un lugar privilegiado, un piso alto de una de las cuatro torres del Paseo de la Castellana. En la cocina había dos prestigiosos chefs que trataban de plantar cara a DiverXO —el restaurante de Dabiz Muñoz— y en la presentación, la entonces alcaldesa de Madrid, Ana Botella.
La esposa de José María Aznar destacaba entonces que Welow y Befour Club, los dos nuevos locales, iban a “dinamizar” el sector de la hostelería madrileña, “uno de los principales atractivos de la oferta turística” de la ciudad. Junto a ella estaba Víctor Gonzalo de Aldama Delgado (Madrid, 1978), administrador de la empresa inversora Businesscity SL y socio de Wellow & Befour.
Aldama entraba así en el negocio de la hostelería. Abogado de formación, había empezado a hacer fortuna en el Grupo Vivir, una sociedad de inversión inmobiliaria que gestionaba promociones tanto en la periferia de Madrid como en el exclusivo barrio de Salamanca. De ahí pasó a invertir en empresas tecnológicas, médicas, publicitarias o en una compañía de instalación de antenas de televisión.
No había negocio ni sector que se le resistiera. En el Registro Mercantil figuran más de medio centenar de cargos en casi 40 empresas distintas. Como esos personajes misteriosos de thriller, con una apariencia para cada momento. Del empresario bien conectado que se dedica a la exportación a presidente de un club de fútbol en una ciudad de 60.000 habitantes.
O quizás todo forme parte de una misma identidad. La de un individuo camaleónico, que sabe rodearse de quien le interesa en el instante apropiado y recurre a cada una de sus múltiples facetas para seguir surfeando la ola. Al fin y al cabo, así son estos hombres con mil caras, cautivadores y farsantes al mismo tiempo. Expansivos y útiles por momentos, hasta que se convierten en peligrosos.
No está muy claro cuándo empieza su historia de éxito —o supuesto éxito—. Si fue un chico humilde o un niño de buena familia. Quienes trataron con él en sus inicios no lo recuerdan como un empresario especialmente brillante. Pero una vez más, supo arrimarse a la gente indicada y a través de esos primeros negocios conoció a quienes le abrieron las puertas del verdadero dinero.
La irrupción en Venezuela
El Dorado, claro, estaba en Latinoamérica. Y qué mejor elemento de unión entre un español y un latinoamericano que el fútbol. En realidad, puede que este deporte sirva como nexo universal, pero Aldama se preocupó de entablar amistad con Isidro Romero, propietario del Barcelona de Guayaquil, en Ecuador.
De aquí, al estado de Oaxaca, uno de los lugares turísticos más importantes de México, donde tenía contacto con empresarios locales. Aldama se presentaba como cónsul honorario en Oaxaca y se movía a su antojo con inversores y autoridades.
Y una vez abierta la veda, explorado el negocio del fútbol y el sector inmobiliario ligado al turismo, quedaba por asaltar la gran mina de oro de la región caribeña: el petróleo. Próxima parada, Venezuela.
Los amigos que le ayudaron a llegar hasta allí fueron Jorge Giménez Ochoa, propietario de un club local y posterior presidente de la Federación Venezolana de Fútbol; e Ignacio Díaz Tapia, un socio con el que abrió tres sociedades en República Dominicana y quien le presentó al espía chavista Jorge Brizuela.
El hombre hecho a sí mismo había traspasado fronteras. Pero en este retrato, compuesto de miles de capas, hay muchos viajes de ida y vuelta.
Los contactos al otro lado del Atlántico le sirvieron para desarrollar en España varias sociedades que se iban transformando en función de las necesidades. Signum, Aurum… Brazos inversores, que tan pronto servían para intermediar en la construcción de obras civiles como para la compra-venta de petróleo.
A través de Signum intentó adquirir en 2011 el Córdoba Club de Fútbol. También lo intentó con el Murcia, el Cádiz o el Xerez, todos ellos con serios problemas económicos. Pero ninguna operación fructificó… hasta que apareció en 2018 la posibilidad del Zamora.
De Caracas a Zamora
Como ya había ocurrido antes con otros equipos, el Zamora CF estaba en riesgo de desaparición debido a sus deudas. Y en esas llegó Víctor de Aldama, un hombre que se presentaba entonces como responsable del grupo inmobiliario Vivir, junto a su socio Alfredo Ruiz Plaza.
Aldama introduce varios patrocinadores mexicanos, fruto de sus contactos en aquel país, y empieza a expandir la proyección del equipo más allá de la pequeña capital de provincia.
Pasados dos años, compra sus acciones a Alfredo Ruiz, se queda como propietario único del club y en su primera temporada como dueño en solitario consiguen ascender a 1º RFEF, la tercera categoría del fútbol español. Es el escalafón más alto al que ha llegado el Zamora en su historia.
Logró por méritos deportivos lo que no consiguió llamando a Luis Rubiales, entonces presidente de la Federación Española de Fútbol, a quien le comunicó su intención de comprar una plaza en la tercera división, lo que entonces era la 2ª B. Y una vez alcanzado ese hito es cuando se produce la famosa foto con el sultán de Darfur.
En las imágenes también aparece la esposa de Aldama, Patricia Ramos. La mujer que siempre lo acompañó y que también volverá a aparecer en el relato.
Estamos ya en la etapa del apogeo, el momento de la consolidación del Víctor de Aldama empresario. En 2018, en un viaje a México, conoce a José Luis Ábalos y su asesor Koldo García, una pareja inseparable que le abre las puertas del PSOE y que a partir de entonces se convertirá en trío.
Globalia y el Delcygate
La presencia de Aldama por el Ministerio de Transportes, entonces en manos de Ábalos, se vuelve tan constante que llega a ser incluso incómoda, según revela un informe de la UCO. Aldama había empezado a asesorar al grupo Globalia y maneja tanto sus asuntos propios como los del grupo turístico con total naturalidad por los despachos del Ministerio.
Aún así, la relación no se rompe, todo lo contrario. Rubén, hermano de Víctor de Aldama y guardia civil, comienza a hacer de escolta para Ábalos. Aunque según el testimonio del empresario, su hermano ya había prestado servicios en el Ministerio durante la época del PP.
En 2019 el presidente del Zamora forma parte de una comitiva oficial del Ministerio de Transportes en México, donde se reúnen con el gobernador de Oaxaca. Y el 20 de enero de 2020 se produce el gran asunto.
Ese día la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez aterriza en el aeropuerto de Barajas, pese a la prohibición de entrada en el espacio Schengen que había levantado la UE sobre ella. El Gobierno había hecho todos los preparativos para recibirla. Le esperaba una cena con Sánchez y varios de sus ministros, según confesó Aldama, y le habían reservado un chalet de lujo en el centro de Madrid.
Aldama cuenta que Sánchez estaba informado de todo y, según la UCO, había dado su visto bueno al viaje. Pero en el último momento se frustra el recibimiento y Delcy no sale del aeropuerto. Hace falta un hombre para todo y allí no hay uno sino tres: Aldama, Koldo y Ábalos.
Según el relato del propio Aldama, él mismo y Ábalos suben al avión, de donde bajan unas misteriosas maletas que en un primer momento se dijo que venían repletas de oro y después de billetes. El ministro tiene sus intereses políticos, en pleno conflicto con el régimen chavista, y el empresario defiende sus asuntos económicos y los de Globalia, a la que Venezuela le adeuda dinero.
Como en Casablanca, el avión con Delcy despega mientras Aldama y Ábalos siguen por la pista. Uno y otro estaban ante el comienzo de una bonita amistad.
Aún no se sabía, pero por esas fechas el covid ya se había extendido por todo el planeta. Pocos meses después, hospitales, ayuntamientos y todo tipo de instituciones pugnaban por conseguir mascarillas en un mercado en el que escaseaba el producto y en el que hombres de negocios con conexiones en el exterior consiguieron sacar tajada.
Un hueco en Ferraz
Ahí estaba de nuevo Víctor de Aldama, un tipo viajado, dispuesto a colocar mascarillas a cambio de una comisión a distintos ministerios y gobiernos autonómicos. Koldo García era el otro personaje clave de esta trama, por la que ambos fueron detenidos y ahora están siendo investigados.
Aldama había estado ya en un acto con Pedro Sánchez, con quien se hizo una foto en un teatro de Madrid en 2019, en la víspera de un nuevo viaje a México con Koldo y Ábalos, según el testimonio del empresario. Y ese mismo año acudió incluso a la planta noble de Ferraz durante la noche electoral del 10 de noviembre.
El presidente dice que no sabía de su existencia y Aldama responde que había sido citado para acudir porque Sánchez le “quería conocer”.
Pero, más allá de los encuentros con el jefe del Ejecutivo, el empresario sostiene ahora que era un asiduo en los alrededores de la sede del PSOE, donde habría acudido para entregar dinero en efectivo a Ábalos, Koldo y también al actual número tres del partido, Santos Cerdán. Éste, sin embargo, lo niega.
De la venta de mascarillas también habrían derivado supuestos pagos a Carlos Moreno, jefe de gabinete de la vicepresidenta María Jesús Montero, y la reclamación de 50.000 euros por parte del actual ministro Ángel Víctor Torres —entonces presidente canario—, que Aldama se habría negado a entregar. También Moreno y Torres se desmarcan de las mordidas.
Todas esas acusaciones son asuntos por aclarar. Pero lo cierto es que el empresario, ya mutado en comisionista y conseguidor, se movía con libertad por el ministerio de Ábalos y las inmediaciones de Ferraz.
La vida marchaba tan bien que en junio de 2021 lo nombran cónsul honorario de Georgia en Zamora. Un título al que habría accedido gracias a su amistad con Javier Hidalgo, exconsejero delegado de Globalia, el grupo al que pertenece Air Europa. Qué haría un cónsul de Georgia en Zamora es toda una incógnita, pero el cargo al menos servía para embellecer el currículum.
Su papel en el rescate de Air Europa, en el que él mismo cuenta que actuó como mediador, es otro de los temas que quedan por aclarar.
Coches de lujo y un chalet
Aquí es cuando la cosa comienza a torcerse, cuando todo parece ir rodado, en ese momento en el que la absoluta confianza deriva en sensación de impunidad. Aldama había creado junto a su mujer, Patricia Ramos, una sociedad llamada Martina 2017 Real Estate SL. El mismo nombre, Martina, que le pondrán a su hija, nacida en 2018.
A esa sociedad derivan comisiones por valor de más de 700.000 euros. Y entonces pasa lo que suele pasar en estos casos. Él se compra un Ferrari, ella un Porsche Macan valorado en más de 110.000 euros, se van a vivir a una exclusiva urbanización llamada Ciudalcampo en el norte de Madrid, tienen otra propiedad en la Castellana… y saltan las alarmas.
En febrero de este año explota el escándalo de las mascarillas, al que inicialmente se le da el nombre de caso Koldo, y aunque Aldama queda en libertad tras haber sido detenido, su nombre queda fichado. La Guardia Civil no tiene más que seguir rascando y en octubre lo detienen por un fraude de más de 180 millones de euros en una red dedicada al negocio de hidrocarburos.
Entonces va aflorando todo: los intentos de transportar petróleo desde Venezuela, la compra de un chalet en Cádiz para Ábalos, las sociedades pantalla en Portugal, los contactos con sus socios, con quienes tenía un grupo de WhatsApp llamado "los cuatro mosqueteros"... A Aldama la Guardia Civil ya le había bautizado como el “nexo corruptor” de toda la trama.
Había conseguido corromper al Gobierno y todo su entorno. Y su vida pasa entonces del lujo a una celda en Soto del Real, junto a su socio Claudio Rivas.
Paso efímero por prisión
Como ocurrió en la trama Gürtel con Álvaro Pérez, el Bigotes, Víctor de Aldama había dejado de ser ese empresario que se rodeaba de gente chic y personalidades internacionales. Ahora era simplemente el Gominas, como lo llamaban despectivamente. Un peón prescindible, encerrado en prisión y sometido al escarnio público del exotismo habitual de los casos de corrupción.
Pero él no estaba dispuesto a que todo quedara así. Y si sucedía, al menos morir matando. Pidió testificar voluntariamente en la Audiencia Nacional y conectó un ventilador del que aún está saliendo porquería en todas direcciones.
Acusó a Sánchez y a medio Gobierno de conocer sus fechorías, inculpó de sobornos a destacados dirigentes socialistas, afirmó que había colaborado con el CNI, que tuvo contactos con la CIA y que aportaría pruebas. Esto último lo dijo ya en libertad, apenas ocho horas después de esa confesión bomba que, de demostrarse cierta, pondría contra las cuerdas al Gobierno.
A la puerta de la prisión lo fueron a buscar su chófer y otro joven desconocido, unas de las pocas personas que aún le quedan cerca.
Ahora Víctor de Aldama ya no es el presidente del Zamora, ni un potente inversor, ni tampoco un hombre que pueda conseguir nada salvo una cosa: hacer zozobrar al Gobierno. Ni siquiera es a estas alturas un buen relaciones públicas. Todas las máscaras han caído, el hombre de las mil caras está desnudo.
Es sólo un animal herido, un pentito que dirían en Italia en el argot mafioso. El género más amenazante para los que un día estuvieron a su lado.