Me gusta la fruta: ¿Por qué existe Ayuso en vez de nada?
El nuevo libro de Cristian Campos, jefe de opinión de EL ESPAÑOL, sale a la venta este lunes de la mano de Ediciones Deusto. Este diario ofrece en exclusiva el primer capítulo de la obra, donde se recoge la biografía y las aportaciones a la política de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
La pregunta interesante es quién creó a Ayuso. Hay varias teorías al respecto. La primera es la teoría Pigmalión. Quienes la sostienen afirman que el creador de Ayuso fue su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez.
Lo cierto es que ya nadie llama Miguel Ángel Rodríguez a Miguel Ángel Rodríguez. Ni en el PP, ni en las redacciones de los diarios ni en la Real Casa de Correos, sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid. Todos lo llaman MAR porque así era como firmaba sus artículos en el diario El Norte de Castilla cuando todavía era periodista, allá por la década de los 80: MAR.
Miguel Ángel Rodríguez, que hoy tiene sesenta años y sigue peleándose con los periodistas como se peleaba con los políticos cuando trabajaba como periodista en Valladolid, fue uno de los reporteros más vitriólicos de El Norte de Castilla. En mayo de 1987, con sólo veintitrés años, el diario le encargó cubrir la campaña electoral de un tal José María Aznar, que aspiraba a la presidencia de la comunidad de Castilla y León. Y Aznar se fijó en él.
¿Por qué se fijó Aznar en ese periodista en concreto, uno más entre los muchos que lo siguieron durante la campaña? Un periodista, además, que en aquel momento tenía fama de ser más de izquierdas que de derechas. «Miguel Ángel Rodríguez quería acabar conmigo», dijo Aznar en una entrevista a El País Semanal en 2021. «Y pensé que a ese tío tan listo, antes de que me liquidara, había que ficharlo.»
«Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos todavía más cerca», decía Vito Corleone en El padrino. Y Aznar tomó nota del consejo.
"Los barones pusieron el partido en manos de Feijóo para bloquear el salto de Ayuso a la presidencia del PP y su posible llegada a la Moncloa"
Tras la victoria de Aznar en las elecciones llegó una propuesta que Miguel Ángel Rodríguez aceptó sin dudar demasiado. La de ocupar el cargo de portavoz de la Junta de Castilla y León. No debió de hacerlo mal, porque Aznar lo nombró poco después director de Comunicación del PP cuando todo el trabajo de construcción del partido, desde el logo y la imagen corporativa hasta la escenografía de los mítines, estaba por hacer. Ahí nació el Miguel Ángel Rodríguez que, como cuenta la leyenda, pone y quita presidentes de Gobierno. El Miguel Ángel Rodríguez que tiene como lema «todos al suelo, que vienen los nuestros». El tiempo le daría la razón en esto último.
De acuerdo con esta teoría, no demasiado halagadora para Ayuso ni para Miguel Ángel Rodríguez, la presidenta de la Comunidad de Madrid sería una marioneta en manos de un demiurgo maquiavélico. La escultura cincelada en barro sucio por un adicto al poder que exprime su última oportunidad de volver a la Moncloa.
Quien se haya inventado la hipótesis no ha sido bendecido con el don de la originalidad. Porque la historia es la misma que la del musical de Broadway My Fair Lady, basado en la obra de teatro Pigmalión, de George Bernard Shaw, que se basa a su vez en el mito de Pigmalión de Las metamorfosis, de Ovidio.
En la adaptación madrileña de My Fair Lady, Miguel Ángel Rodríguez interpreta el papel del profesor de fonética Henry Higgins. Y Ayuso, el de la florista de los bajos fondos que es captada por Higgins y utilizada como conejillo de Indias de un experimento cuyo objetivo es demostrar que incluso una vulgar vendedora callejera puede pasar por dama de la alta sociedad londinense tras unas cuantas clases de dicción. Sólo que, en este caso, el objetivo de Miguel Ángel Rodríguez no habría sido el de lograr que Ayuso colara entre los políticos sin ser una de ellos, sino llevarla hasta la presidencia de la Comunidad. O hasta la Moncloa.
Y esa es la teoría Pigmalión.
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Un cínico diría, sin embargo, que esa misión, la de llevar a Ayuso hasta la presidencia del Gobierno, no requiere lecciones tanto de refinamiento como de embrutecimiento, en vista del estado de ruina de la clase política española. «La peor en cuarenta y cinco años de democracia», como sentenció Alberto Núñez Feijóo en abril de 2024, es de suponer que considerándose la excepción a la regla.
¿Y no es ese el sueño de todo jefe de gabinete, echar a un presidente y poner a otro? Sobre todo si el presidente que quita es el más odiado por los ciudadanos desde la Transición y el que pone, un producto de su factoría al que nadie salvo él podría haber llevado a la cima de la montaña.
Otros en el PP dicen que Miguel Ángel Rodríguez se encontró el trabajo hecho. Que fue Ayuso la que, tras su dulce derrota frente a Ángel Gabilondo en las elecciones autonómicas de 2019, lo buscó a él cuando se vio al frente del Gobierno regional por sorpresa y sin apenas apoyos políticos, mediáticos o empresariales.
Ayuso había caído ese año frente al PSOE, en sus primeras elecciones, por 165.000 votos y siete escaños, treinta y siete de los socialistas por treinta del PP. Pero el apoyo de Ciudadanos y de Vox le permitió ser nombrada, contra todo pronóstico, presidenta de la Comunidad de Madrid. Presidenta, pero sin equipo.
La admiración por Miguel Ángel Rodríguez venía de lejos. Ayuso, periodista como él y seguidora del viejo brujo de la comunicación, había escrito unos años antes un trabajo universitario en el que analizaba su labor como jefe de prensa del PP en los tiempos de Aznar. Así que… ¿Por qué no recuperar a uno de los principales artífices de la llegada al poder de la derecha por primera vez desde el fin de la dictadura?
También dicen en el PP que a Miguel Ángel Rodríguez se le abrieron por segunda vez las puertas del cielo cuando Ayuso lo sacó de su aburrido, aunque bien remunerado, vegetar en las tertulias televisivas, la literatura y la empresa privada, los pasatiempos que lo habían ocupado desde que dejó la política, en 1998. Según esta versión inversa del relato, fue Ayuso la que rescató al náufrago Miguel Ángel Rodríguez y le dio una última oportunidad, no Miguel Ángel Rodríguez el que fabricó una gema tallando y lijando con mimo uno de los raros diamantes en bruto salidos de Nuevas Generaciones, las juventudes del PP.
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La segunda hipótesis acerca del origen de Ayuso es la del Frankenstein. De acuerdo a esta teoría, el creador de Ayuso fue Pablo Casado.
Casado le había ganado en julio de 2018 las elecciones primarias del PP a una Soraya Sáenz de Santamaría apoyada por el establishment del partido, convirtiéndose así en el sucesor de Mariano Rajoy en la presidencia de los populares. Sólo seis meses después de su victoria, Casado le dio la alternativa a una tal Isabel Natividad Díaz Ayuso nombrándola candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Era enero de 2019.
La estrategia de Casado tenía sentido por aquel entonces. Si él había logrado derrotar a la vieja guardia del PP con un mensaje casi rupturista y que llamaba a la batalla cultural contra el PSOE, en vez de al enquistamiento del partido como titular del Ministerio de la Oposición y eterna opción B de los españoles, ¿por qué no renovar los liderazgos de la formación con perfiles jóvenes, modernos e incluso tatuados? Perfiles capaces de atraer a las redes del PP tanto a los votantes liberales de Ciudadanos como a los conservadores de Vox.
¿Y por qué no insuflarles vida a esos perfiles desconocidos entre la mayoría de los votantes con algo de la electricidad generada tras su victoria en las primarias? Lo que no acertó a imaginar Casado fue que el enfrentamiento con su criatura Ayuso, que creció exponencialmente hasta opacar a su propio hacedor, iba a acabar sólo tres años después, el domingo 20 de febrero de 2022, con la insólita protesta de miles de simpatizantes populares frente a la sede de Génova al grito de «¡Ayuso presidenta, Casado dimisión!»
La escena era disonante. En una interesante inversión de la historia original, los aldeanos, con antorchas en la mano, no habían rodeado el molino donde se refugiaba el monstruo, sino la mansión en la que se escondía su creador, el doctor Pablo Frankenstein Casado.
El motivo del enfrentamiento no fue menor. En plena campaña de acoso y derribo del PSOE contra Ayuso por las comisiones cobradas durante la pandemia de COVID-19 por su hermano, comercial de material sanitario, la dirección del PP decidió añadir leña a la hoguera poniendo en duda a su propia baronesa e insinuando un posible trato de favor por parte del Gobierno de la Comunidad de Madrid. Es decir, corrupción.
La reacción de la dirección popular en contra de Ayuso, en sorprendente sincronía con las acusaciones del PSOE, retrotrajeron a muchos a 2018. Ese año, alguien del que hoy sigue sin conocerse la identidad filtró a la prensa un vídeo grabado en 2011 por una cámara de vigilancia de un supermercado Eroski. En el vídeo podía verse a Cristina Cifuentes junto a un guardia de seguridad tras robar dos cremas en el establecimiento.
La difusión del vídeo le costó el cargo a Cifuentes, que en aquel momento era presidenta de la Comunidad de Madrid, y 30.000 euros de multa a Eroski por su falta de diligencia en la custodia de las imágenes y la consiguiente vulneración del derecho a la intimidad de la demandante. Sospechas sobre la identidad del filtrador hubo muchas y todas convergían en la sede del PP. Pero jamás se supo quién entregó el vídeo a los medios o por qué los populares decidieron guillotinar a Cifuentes.
Así que, cuando Pablo Casado insinuó durante una entrevista en la COPE con Carlos Herrera, cuatro años después, la posibilidad de que Ayuso fuera culpable de un delito de tráfico de influencias en favor de su hermano, quien más quien menos pensó que la historia se repetía de nuevo en el cuartel general de Génova.
Las consecuencias de la contienda no fueron menores. Sólo tres días más tarde del estallido de la guerra civil entre Casado y Ayuso, y según un sondeo de Sociométrica publicado por El Español, el PP perdió veinte escaños y vio como Vox lo sorpasaba por la hemorragia de votantes populares hacia las filas de Santiago Abascal.
"Tres días después de estallar la guerra civil entre Casado y Ayuso, el PP perdía 20 escaños y se veía sobrepasado por Vox, según un sondeo de Sociométrica "
Cuatro días después de la manifestación frente a Génova convocada el 20 de febrero de 2022 por los simpatizantes de Ayuso, con el partido todavía conmocionado por la revuelta de unos votantes que resultaron ser menos pastueños de lo que algunos creían, Casado renunció a la presidencia del PP y lo dejó en manos de Alberto Núñez Feijóo. Esa fue la solución de compromiso a la que llegaron los barones populares para bloquear el salto de Ayuso a la presidencia de la formación y su posible llegada a la Moncloa.
Pero, ¿por qué querría el PP bloquear el paso a su principal activo electoral, la baronesa más popular del partido y la responsable de su resurgir en las urnas tras unos meses en los que la posibilidad de que Vox sobrepasara a los de Casado era no sólo factible, sino probable? Un Vox al que Ayuso, además, había logrado anular en la Comunidad de Madrid, una de sus plazas fuertes.
El problema era, como lo habían sido antes Esperanza Aguirre y también Cristina Cifuentes, de cultura política. Porque Ayuso es del PP, pero con pronóstico reservado. Parafraseando Rebelión en la granja, todos los populares son iguales, pero algunos populares son más iguales que otros populares.
Lo cierto es que los perfiles liberales, como el de Ayuso, Aguirre y Cifuentes, siempre han provocado eccemas en el partido. Eccemas que rara vez salen a la luz pública, pero que lo hicieron en abril de 2008, cuando Mariano Rajoy invitó a los liberales y los conservadores del PP a largarse con viento fresco. «Si alguien quiere irse al partido liberal o al conservador, que se vaya», dijo durante un acto en Elche. Rajoy lo decía por Esperanza Aguirre, una baronesa que no le dejaba disfrutar del silencio y que lo acusaba de ser un candidato cómodo para los socialdemócratas. Pero millones de españoles se dieron por aludidos.
Pocos deseos del PP han sido satisfechos tan rápidamente como el de Rajoy. Porque, en apenas unos años, el espacio demoscópico de la derecha se había roto en tres partidos diferentes: Ciudadanos, Vox y el PP. Es decir, en liberales, conservadores y… ¿socialdemócratas?
Es ya un chiste recurrente del periodismo político en España que en el PP sólo hay una cosa que provoca más pánico que ganar las elecciones, y es que las pierda el PSOE.
Pánico únicamente superado a su vez por una tercera posibilidad todavía más aterradora. Que las pierda el PSOE frente a un líder de los populares que pueda hacer en España lo que Esperanza Aguirre hizo en la Comunidad de Madrid: extirpar el socialismo de la cabeza de los ciudadanos. Es decir, hacer de Madrid un modelo de éxito para el resto del país. Llevar España del siglo XIX al XXI.
En eso, como en tantas otras cosas, el PP de Rajoy no andaba en 2008 demasiado lejos del PSOE, quizá porque el principal enemigo de la intuición libertaria del español medio siempre ha sido su querencia por el caciquismo. Y ni PP ni PSOE han sido jamás una excepción a esa regla, salvo en momentos puntuales y con líderes muy concretos.
El español, tanto de izquierdas como de derechas, es un librepensador que derrota hacia la sumisión.
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Y esta es la tercera teoría sobre el origen de Ayuso. La de que la presidenta de la Comunidad de Madrid no es más que el fruto de lo sembrado por Esperanza Aguirre en la región entre 2003 y 2012. Sin Esperanza Aguirre no habría Ayuso, de la misma forma que sin José Luis Rodríguez Zapatero no habría Pedro Sánchez.
Aunque con un matiz. Lo que en Zapatero es ideología —es decir, convicción—, en Sánchez es pura conveniencia aritmética.
"Sin Esperanza Aguirre no habría Ayuso, de la misma forma que sin Rodríguez Zapatero no habría Pedro Sánchez."
De acuerdo a esta teoría, la España de hoy es poco más que la heredera de la España de la primera década del siglo XX, la de Zapatero y Aguirre. Una España que, entre los atentados de Atocha y la crisis financiera de 2008, y pastoreada por el PSOE, rompió con la Transición y le negó el abrazo a la otra mitad del país.
Según esta tercera teoría, Pablo Casado habría visto en Ayuso a una candidata de barniz liberal, en línea con el perfil del madrileño medio, pero con escaso peso político real, sin experiencia de gestión e inofensiva a medio y largo plazo. Una Esperanza Aguirre de Hacendado.
Casado olvidó, y lo pagó con su cabeza, que Hacendado es un coloso que factura 35.000 millones de euros cada año en España.
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La cuarta teoría sobre el origen de Ayuso es la del kraken, la gigantesca criatura marina de la mitología nórdica similar a un pulpo, aunque del tamaño de una isla, que duerme en las profundidades abisales hasta que es despertada por algún incauto.
De acuerdo a esta tesis, fue el entonces secretario general del PP, Teodoro García Egea, más conocido como el general secretario, el que, en su empeño casi monomaniaco por aniquilar cualquier tipo de oposición interna a su jefe, Pablo Casado, acabó despertando al kraken Ayuso y pariendo una profecía autocumplida. La de la caída en desgracia de su señor a manos de una rival más popular y más ambiciosa, con los colmillos más afilados y un instinto de supervivencia mayor.
«¿Cómo es posible que yo tenga que dedicar a este hombre tanto tiempo y energía?», se preguntaba Cayetana Álvarez de Toledo en su libro Políticamente indeseable. «Pero hay que hacerlo. Porque García Egea es un arquetipo. Perfiles como el suyo proliferan en los partidos. Son políticos de los que no se recuerda ninguna idea realmente valiosa, pero que acaban imponiéndose por la pura fuerza de su ambición. Ansían el poder. Buscan el poder. Y a menudo acaban ejerciendo el poder. Y de una manera despótica. Teocrática. Teodocrática.» Luego, Cayetana añadía: «Teodoro ejerce un mando testosterónico y perjudica a Casado».
Otros en el PP niegan la mayor. «Casado era Teodoro y Teodoro era Casado», dice un diputado popular. «Eran un paquete. Se ha vendido la idea de que era Teodoro el que no tragaba a Ayuso. Es mentira, el odio de Teodoro era por delegación. Era Pablo el que no la soportaba».
En esta versión del cuento, y ya sea por iniciativa propia o por delegación, el príncipe Teodoro despierta al kraken-Cenicienta. Pero no lo hace con un beso, sino con un guantazo. Y el kraken-Cenicienta devuelve el guantazo, con el resultado conocido por todos.
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Estas cuatro primeras teorías de la creación tienen un defecto común, y es que en ellas Ayuso juega un papel pasivo, como si no fuera más que una espectadora de su propia biografía política. El producto de otro, ya sea Miguel Ángel Rodríguez, Pablo Casado, Esperanza Aguirre o Teodoro García Egea. Pero la presidenta de la Comunidad de Madrid no puede ser al mismo tiempo la marioneta de un tercero, un agente del caos, alguien que ha tenido suerte y la consecuencia indeseada de un error de cálculo político ajeno.
Porque si Ayuso es sólo la herramienta de una mente superior, el mago de Oz, que brama y truena y escupe humo mientras otros mueven las palancas tras el telón; o una populista con un don evidente para la manipulación de masas; o la beneficiaria accidental de unos éxitos electorales que le podrían haber caído del cielo a cualquier otro, pero con los que resultó agraciada porque casualmente estaba ahí en el momento justo y en el lugar preciso; si todo eso o parte de eso es cierto, ¿qué responsabilidad tiene Ayuso sobre su obra de gobierno?
¿Y de qué se la acusa entonces?
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También hay papeles secundarios en esta historia del Génesis. Cristina Cifuentes le dio a Ayuso sus primeras responsabilidades de peso en la Comunidad de Madrid: la de portavoz del Grupo Popular en la Asamblea y, luego, en septiembre de 2017, la de viceconsejera de Presidencia.
Fue por poco tiempo. En abril de 2018, Cifuentes dimitió por el vídeo de las cremas y Ayuso quedó en tierra de nadie durante un tiempo, hasta que Pío García-Escudero y Juan Carlos Vera la nombraron portavoz del PP de Madrid. Uno de esos roles que en los partidos españoles suelen acabar en puerta grande o enfermería.
En su caso, fue puerta grande. Porque en escaso año y medio, Ayuso pasó de gestionar las redes sociales del PP a convertirse en la baronesa regional más poderosa de los populares.
Luego llegaron la pandemia de la COVID-19 y el verdadero big bang del fenómeno Ayuso. Su rebelión contra el científicamente cavernícola y jurídicamente inconstitucional encierro que el Gobierno socialista impuso por la fuerza a los españoles tras haber negado la gravedad del virus y acusado a la presidenta de la Comunidad de Madrid de alarmista cuando la enfermedad ya asolaba las UCI italianas.
Cuando en mayo de 2020, y a contracorriente del resto de las comunidades, incluidas las del PP, Ayuso permitió que se abrieran las terrazas de los bares y los restaurantes, Pedro Sánchez comprendió que, estuviera quien estuviera al frente de los populares, su némesis iba a ser la presidenta de la Comunidad de Madrid. It takes one to know one.
A partir de ese momento, Ayuso se convirtió en una obsesión personal de Sánchez. Y a su destrucción política ha dedicado el Gobierno de España buena parte de sus esfuerzos durante los últimos cuatro años, tarea para la que ha llamado a filas a un obediente ejército de portavoces, ministros, barones, alcaldes, diputados, senadores, fiscales, policías, sindicalistas y periodistas.
Ese antagonismo de Sánchez y Ayuso es el que ha modelado la política española de hoy, mientras el resto de los líderes del PP y del PSOE contemplaba la función desde el gallinero y sin comprender una sola palabra del guion.
La quinta y última teoría es, por ello, la más interesante de todas. Según esta quinta teoría, el creador de Ayuso es Pedro Sánchez.