Enrique Moradiellos: "Somos hijos del 78, pero en el PSOE creen que la democracia nació en el 31 como una gesta heroica"
- El prestigioso historiador, formado en Londres bajo la tutela de Paul Preston, reflexiona sobre las políticas de memoria democrática del Gobierno.
- "Con Franco, el Gobierno identifica a toda la derecha con el enemigo, es sectario y muy peligroso".
- "Las leyes de memoria actuales ni son inclusivas, ni integradoras, ni favorecen la reconciliación".
- "En el País Vasco se mira hacia adelante para olvidar los crímenes de ETA, pero no podemos hacer lo mismo con los crímenes de nuestros abuelos y bisabuelos, es pura farsa".
- "La tentativa secesionista catalana de 2017 esencialmente era antidemocrática. La amenaza no terminó ahí".
Paseando por las calles de Cáceres, un lema resalta en un muro lleno de grafitis. "No a la Constitución fascista del 78". Podría estar aquí como en cualquier otro lugar, en ésta o en otras muchas ciudades. Pero el caso es que ahí está, en esa pared garabateada. Y su mensaje, que en otro momento podría resultar inadvertido, retumba tras una conversación de casi tres horas sobre la memoria.
Veníamos a preguntar a Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) sobre el calendario de actos que el Gobierno celebrará en 2025 para conmemorar el 50º aniversario de la muerte de Franco y el principio de lo que el presidente, Pedro Sánchez, considera la llegada de la libertad en España.
Le habíamos cuestionado al catedrático de Historia Contemporánea si esa condena al "régimen del 78" no había empezado a caer en desuso. Y él ha respondido que no, que sigue presente y hasta se ha llegado a institucionalizar de forma más o menos subrepticia.
Su despacho en la Universidad de Extremadura está exactamente a cuatro kilómetros y medio del grafiti, escrito en una tapia que da acceso al centro histórico de Cáceres. Él llegó a esta ciudad, donde fue recibido de forma "muy calurosa", hace ahora 25 años, procedente de la mucho más agitada Complutense de Madrid.
Asturiano de cuna, antes se había formado en Oviedo y en el Queen Mary College de Londres, donde comenzó a trabajar con quien considera su mentor, Paul Preston. Dice de él, uno de los historiadores de la etapa del franquismo más célebres, que es un hombre bueno, trabajador y brillante. Que tienen ideas diferentes de este momento histórico, pero que a un maestro se le trata siempre con respeto.
También Moradiellos ha escrito mucho sobre Franco, la dictadura y la Guerra Civil. En un ensayo, llegó a poner en el espejo al pequeño caudillo con el militar, inmenso orador y estadista Winston Churchill.
El alumno de Paul Preston hace tiempo que pasó a ser mucho más que eso. Dirigió multitud de congresos, exposiciones y conferencias, y se convirtió en una de las voces más respetadas de nuestro país para hablar de nosotros mismos. Recibió el Premio Nacional de Historia e ingresó en instituciones con proyección internacional como la Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste.
Ese ajetreo de actividades se percibe en su despacho, uno de esos lugares vividos, donde se acumulan los libros y los folios se salen de sus carpetas. Reparte octavillas de sus exposiciones, relata algunas de las que están ahora en marcha. "Lo más importante de un trabajo como éste es poder disfrutar de él", dice. Y se nota.
A la entrevista se sienta con los deberes hechos. Con un taco de papeles subrayados en amarillo y manuscritos con sus anotaciones. Son documentos históricos, resoluciones políticas con las que enarbolar argumentos. Fuera, sobre las paredes de hormigón, quedan los manifiestos.
Empecemos por el principio: "Españoles, Franco ha muerto".
Es 1975, el año de la muerte natural del general Francisco Franco. Ostentaba desde hacía casi 40 años la condición de jefe del Estado y "caudillo de España", lo cual quiere decir que era un dictador carismático y soberano. Cuando alguien me pregunta qué es el franquismo, mi respuesta es que fue la institucionalización de la victoria de la Guerra Civil.
Es inconcebible que un general de división llegara a tener la plenitud de poderes del Estado sin la experiencia dramática de la Guerra Civil. Por eso yo creo que en el 75 está gran parte de lo que viene después, el origen de nuestro tiempo presente.
Se dice que uno recuerda siempre qué estaba haciendo en momentos históricos como éste. ¿Dónde estaba usted entonces?
Había empezado el instituto, la secundaria en Oviedo. Tenía 14 años. Y recuerdo aquello como un momento muy definitorio de mi vida, porque soy el último de una familia de cuatro hermanos, hay una distancia de 10 años con mi hermana mayor, y ellos ya estaban muy involucrados en la Universidad, en la vida política.
El sello generacional de los estudiantes era de oposición a un régimen que se percibía como anacrónico, caduco, presto a terminar. No se sabía cuándo, pero lo que era evidente es que la muerte de Franco significaba un hito divisorio, porque los regímenes de este tipo, providenciales, únicos, exclusivos, no pueden perpetuarse.
Eso le definió a usted.
No concibo mi sensibilidad histórica sin el hecho de haber vivido unos tiempos en los cuales los regímenes se cambiaban, las instituciones que parecían absolutamente invulnerables o muy invulnerables, de repente se podían modificar.
¿Y hacia dónde se dirigía ese hito divisorio? ¿Había esperanza de más democracia, simplemente de cambio o también inquietud?
En el plano historiográfico, creo que se abrían tres posibilidades clarísimas. Una era la continuidad de un franquismo remozado, con un ligero retoque de fachada, que es lo que intentó el primer gobierno franquista liderado por Carlos Arias Navarro. Eso se quebró, en esencia, por su incapacidad de legitimación.
Por otra parte, había otro proyecto, auspiciado por el Rey y por un sector muy importante de la élite franquista, que concebía que sin Franco no había posibilidad de franquismo, ni remozado ni sin remozar.
La reforma que lleva a cabo el segundo gobierno de la monarquía, con Adolfo Suárez, intentaba un traspaso gradual, no conflictivo. Pero eso también fue desbordado por la tercera alternativa, que era la ruptura total con el franquismo, con las Cortes Constituyentes, las elecciones de 1977 y la Constitución del 78.
Es decir, que no estaba todo dicho. Usted ha estudiado mucho a Churchill y él hizo famosa aquella frase que decía: 'éste no es el final, ni siquiera el principio del final, sino quizás el final del principio'. ¿Dónde estábamos entonces en 1975?
El régimen, realmente, estaba en estado de terminal desde el año 73, con el asesinato de Carrero Blanco. Y luego con la enfermedad de Franco, que en esos últimos años era un hombre muy envejecido, muy debilitado y muy incapaz de reconocer la España en la que aún regía su mano de hierro. Todos se estaban preparando para el posfranquismo. Antes de su muerte estaban abiertas ya las alternativas dentro del régimen, la divisoria entre reformistas y continuistas fue muy, muy dura.
Pero la verdad es que nadie fue capaz de impedir que muriera en la cama.
No lo pudieron quitar, en primer lugar, porque los enemigos del régimen de Franco eran básicamente los herederos de los que habían sido derrotados en la guerra. La lógica de vencedores y vencidos es un criterio que se impone hasta el final. Y la fuerza que tuvo la oposición fue ser capaz de molestar, crear tensiones en las universidades, hacer que se reconociera que había conflictos laborales… Eso fue suficiente para impedir el futuro del franquismo, pero no para derribarlo. Porque eso es algo que todo el mundo reconoció al proceso de Transición.
La Transición. Le estaba llevando a este momento porque imagino que sabrá -para eso hemos venido- que el Gobierno va a iniciar dentro de apenas un mes todo un año de conmemoraciones con motivo del 50 aniversario de 1975, considerándolo como el gran momento de la llegada de la libertad a España. Los actos empiezan ya en enero, ¡cuando hace medio siglo, Franco ni siquiera había muerto!
Esto tiene que ver con lo que se llama los usos públicos de la Historia. De un lado está el proceso fenoménico de cómo ocurrieron las cosas y, de otro, la narración sobre esos mismos hechos. Reliquias y relatos, eso es la Historia.
Ésta se sustenta en una genealogía. El presente europeo está basado en el recuerdo de las guerras mundiales. Y la genealogía del presente en España puede tener dos orígenes: la Transición, todo lo que viene detrás del 75; o algunos creerán que es anterior, el proyecto republicano o antirrepublicano y la Guerra Civil. La gran discusión en España está en dónde ubicar la legitimidad del ejercicio de la democracia.
Y en esa disyuntiva, ¿hacia dónde está apuntando el Gobierno?
Creo que hay dos pulsiones que están en conflicto. Algunos piensan que somos lo que somos, herederos de la Constitución del 78. Esa es la historia de la democracia española, de su consolidación, de su ampliación y sus distintos devenires. Vivimos bajo el imperio de esta Constitución, no somos la continuidad de la Segunda República. La Segunda República náufrago. Si alguien defiende -y hay corrientes que lo hacen- que la legitimidad democrática sólo será tal si volvemos a enlazarla con la Segunda República, a mí me parece que estamos ante un uso abusivo del pasado y, desde luego, muy sectario.
Dice que hay corrientes. Pero insisto, ¿cuál es la lectura que está haciendo el Gobierno de todo esto?
Creo que hay parte de las dos visiones. Hay una declaración del Parlamento Europeo de enero de este año que dice que con las llamadas leyes de memoria colectiva o de memoria histórica los Estados deben fomentar el entendimiento y la reconciliación. El mito fundacional de la Transición dice que después de Franco la ciudadanía no debería volver a matarse. No hubo un pacto de olvido de lo que fue la guerra, eso es una falsedad. Hubo un pacto de silencio para no utilizar los crímenes de la Guerra Civil como elemento de instrumentalización política en el presente.
Hay corrientes que defienden que la legitimidad democrática sólo será tal si volvemos a enlazarla con la Segunda República. A mí me parece que estamos ante un uso abusivo del pasado y, desde luego, muy sectario.
Y, haciendo un análisis aplicado de esta teoría, ¿cree que ese sentido de la reconciliación se está resquebrajando actualmente?
Creo que hay elementos que permiten ver, por la conflictividad que existe, que no se está cumpliendo el principio de que las políticas sobre el pasado deben ser inclusivas, nunca sectarias, siempre integradoras y que deben favorecer la reconciliación. Las leyes de memoria democrática del Gobierno no lo están haciendo. Dicho rápidamente, yo no creo que sea posible una política oficial sobre el pasado duradera, que no vaya a cambiar en cuatro años, si no implica a todas las fuerzas políticas constitucionalistas. No sé si lo digo claro u oscuro. Es una cuestión de civismo, no de análisis historiográfico.
Lo dice bastante claro.
No puede haber una visión única, oficial e indiscutida de la Historia. Cuando me preguntan si debe producirse la exhumación de fosas… Naturalmente, ¡cómo va a haber una fosa sin exhumar! ¿Eso quiere decir que sólo hubo fosas de un lado? No, en la Guerra Civil corrió la sangre a raudales en los dos bandos. En la zona franquista hubo cerca de 130.000 víctimas por represión política, mientras que en la republicana más de 55.000. No había razón para matar a estos millares de personas.
El problema que tenemos es que sigue habiendo un enfrentamiento histórico sobre estos hechos. No le hablo de los nuevos partidos, sino de las grandes fuerzas políticas tradicionales, PSOE y PP. ¿Han hecho alguna vez un verdadero examen de conciencia sobre todo este relato?
Creo que aquí hay que diferenciar los últimos lustros, probablemente a partir del 2000 en adelante, de lo anterior. Ya al final del franquismo la sociedad española había llegado al acuerdo de leer la Guerra Civil bajo una lectura interpretativa que ya no era la propia de la época militante. Ésta consistía en que lo que hizo mi bando fue una gesta heroica, combatió por el bien, nuestra causa era moralmente legítima y absolutamente inmaculada; mientras que la otra era ilegítima y estaba llena de manchas morales. Eso es lo propio de un mito de combate. Lo hicieron el franquismo y los republicanos en el exilio.
Y me decía que esto se había superado, pero que en los últimos años ha resurgido esa idea.
A partir de los sesenta surgió una segunda lectura de la guerra que ya no era tan maniquea, se puede ver incluso en el cine, donde aparece la idea de locura colectiva. Mientras que hoy creo que está reverdeciendo una mirada filorepublicana sobre la guerra. Somos hijos del sistema del 78, pero sectores del PSOE y del Gobierno actual, sin duda, fomentan eso, que el origen de la democracia está en la Segunda República, entendida como una gesta heroica.
Restituir esto implica poner en cuestión la forma política del Estado actual. Esos que dicen que el régimen del 78 no cortó umbilicalmente con el franquismo, que no hubo proceso constituyente libre, que hay que abrir un nuevo proceso y que éste o es republicano y antimonárquico o no es suficientemente democrático.
Mi sensación es que esa crítica tan dura de lo que se puso de moda en llamar 'régimen del 78' llegó con Podemos, pero que con el declinar de este partido se había ido diluyendo poco a poco. ¿Ahora estamos más en la demonización o en el olvido de ese periodo?
En el plano social hay un acuerdo, manifiesto en las encuestas, de que los españoles estamos muy orgullosos de cómo se hizo la Transición. No entiendo que se pueda tener más nostalgia de lo que hicieron mis abuelos en la Guerra Civil que de aquello que hicieron mis padres, que es acordar una transición pacífica. Yo estoy mucho más orgulloso de la Transición que de aquella guerra.
No comparto las llamadas y los tambores de guerra que señalan que hay que reivindicar la legalidad única, exclusiva e inmaculada en el bando republicano y denunciar y demonizar a los que estuvieron en el otro bando. Prefiero el discurso de la reconciliación al discurso de la militancia de combate, creo que es mejor para el Estado.
¿Y qué supone poner el contador a cero de la libertad en el año 75 y olvidarnos de todo ese periodo posterior, de Suárez, de las elecciones, de la Constitución…? ¿Nos llegamos a preguntar: existió realmente la Transición?
El 75 tiene que verse como hito de arranque de un proceso, subrayar que en ese año empezó la reconciliación nacional alrededor de esos proyectos que acordaron no volver a las andadas del 36. Porque en las cancillerías europeas y en no pocos líderes españoles esa opción estaba muy presente. Algunos, incluso, lo intentaron, como con la matanza de Atocha, el golpe militar, ETA o los GRAPO.
Del 75 es necesario llegar al 78, porque hay activos de la vida española que si no somos capaces de apreciarlos, a lo mejor estamos condenados a perderlo todo. En las ponencias constitucionales del 77 al 78, las Cortes Constituyentes estuvieron abiertas a discutir de todo. Contra lo que se suele decir, la elección de la monarquía se votó tres veces.
Bueno, los españoles la eligieron en un paquete, junto al resto de la Constitución.
No, en las Cortes se votó tres veces. Una en ponencia, otra en Comisión Constitucional y otra en pleno.
Usted decía en uno de sus libros que Franco es un espectro incómodo en la vida pública española. ¿Hay alguien a quien le interesa que ese fantasma siga entre nosotros?
Creo que hay nostálgicos del pro y del contra: esos que creen que contra Franco se vivía mejor o que con Franco se vivía mejor. Son visiones especulares.
Vuelvo a intentar ser más directo. Cuando en el Gobierno, y en el PSOE, sacan a relucir el fantasma de Franco, ¿están recurriendo a ese uso narrativo de la historia del que me hablaba?
Yo creo que sí. Si tratas de movilizar a los tuyos identificándote como heredero de aquellos que combatieron el mal absoluto, que es el franquismo, lo que estás haciendo con los adversarios, ya casi enemigos, es tratarlos como herederos del franquismo. Es decir, todas las derechas son herederas del franquismo. Y eso es un uso sectario y muy peligroso del pasado.
El camino entre Hitler y Stalin no era binario. El antifascismo no es el criterio de la legitimidad democrática, porque se puede ser antifascista -como decía Stalin- y ser totalitario. El intento de bipolarización es una manera de eliminar el tercio excluso, que es el que ganó la Guerra Mundial.
No entiendo que se pueda tener más nostalgia de lo que hicieron mis abuelos en la Guerra Civil que de aquello que hicieron mis padres, que es acordar una transición pacífica. Yo estoy mucho más orgulloso de la Transición que de aquella guerra.
Hablaba antes de visiones especulares, así que ocupémonos de la otra parte. La gran novedad que tenemos en los últimos años es la aparición de un partido, Vox, que no sólo no reniega del franquismo sino que en algunos momentos lo reivindica. ¿Le preocupa?
Claro que me parece preocupante. Cuando hablo de esta gesta heroica, eso tiene su correlato en el otro lado, que es la aparición de Vox. Recordar a tus víctimas es mentar al verdugo, entonces los otros recordarán las suyas y mentarán a sus verdugos.
¿Y le preocupa, en concreto, que ese discurso lo puedan enarbolar cada vez más jóvenes? El mayor caladero de Vox está entre los menores de 24 años, que no tienen memoria directa ni del franquismo ni de la Transición. Y también cada vez más jóvenes valoran menos, según varias encuestas, la democracia como forma de gobierno.
La democracia no es un mandato divino, sino una forma política organizada por los ciudadanos, que ha costado mucho trabajo ir depurando. La democracia republicana del 31 al 35 colapsó. Cuando España llegó al umbral de la Guerra Civil no fue porque cayera sobre nosotros un meteorito, la guerra no se improvisa. Es equívoco decir que sólo un golpe militar motivó la guerra. Fue producto de una enorme crisis política y económica, de la conflictividad laboral, el hambre…
¿Qué quiere decir con eso? Hace unos años se convirtió en bestseller un libro llamado 'Cómo mueren las democracias', que defendía precisamente que todo puede colapsar en el momento más inesperado.
Quiero decir que me parece peligroso que la gente piense que una República como la del 36 es fantástica. ¡Viva el Frente Popular! Tanto como que siga presente la idea de la dictadura franquista. La democracia más avanzada del primer tercio del siglo XX fue la República de Weimar en Alemania y el nacionalsocialismo acabó con ella.
Usted, además de historiador, es profesor de Universidad. ¿Cómo hacemos para que ese discurso que niega parte del pasado no avance? Porque la teoría basada en hechos parece ser cada vez menos seductora.
Creo que lo único que se puede hacer es mostrar el conocimiento histórico de cómo se llegó a la Guerra Civil, de lo que fue represión en ambos bandos, de cómo se salió de ella… No creo que la historia esté para fundamentar opciones ideológicas.
Es que otro de los problemas que tenemos es que los hechos, de los que se ocupa la historia, cada vez están más cuestionados.
Siempre hubo bulos. Pero se puede combatir con políticas públicas sobre la memoria inclusivas y transpartidistas. Porque si son de partido y de parte, acabarán siendo sustituidas por las otras.
Antes hemos tocado las leyes de memoria democrática, que en algunas comunidades gobernadas por el PP y bajo el impulso de Vox están siendo sustituidas por otras que ellos llaman de convivencia. Parece que esa inclusividad y horizontalidad política brilla por su ausencia.
Es muy impostado lo que pasa en España, porque estos mismos partidos que aquí parece que no pueden pactar, en Bruselas pactan a todas horas y en todo momento. Hay una gran disociación hipócrita con una tensión política artificiosa, que luego no se traduce en la vida real.
Otro de los partidos que condiciona esas leyes de memoria democrática es Bildu. ¿Considera válida su memoria democrática?
No, en España tenemos una extraña relación con las víctimas. Para las izquierdas las víctimas de los años ochenta son un elemento definitorio de nuestra vida cotidiana actual y casi fundamento legítimo de la moralidad de cada posición política. Sin embargo, las víctimas de ETA son un peaje que hay que pagar por la convivencia y la reconciliación.
El mismo proyecto de reconciliación que se aplicó en España para olvidar los crímenes del franquismo o los crímenes de Paracuellos se está aplicando en el País Vasco para olvidar los crímenes de ETA o los del GAL. El país necesita mirar hacia adelante, ese es el discurso de Bildu. Sin embargo, no podemos hacer lo mismo con los crímenes de los bisabuelos. Es pura farsa, pura hipocresía.
Dentro de esas debilidades a las que se enfrenta la democracia, ¿cuál cree que es la principal amenaza para la democracia española?
No sé si me gusta entrar en estos detalles, pero me parece que la tentativa secesionista catalana de 2017 era esencialmente antidemocrática. Supone que puedes poner en cuestión cualquier cosa y un asalto al poder desde la calle y un incumplimiento de las resoluciones de los tribunales me parece el ejemplo máximo de comportamiento antidemocrático. Todo bajo un principio superior de que hay algo en la nación catalana que exige otro compromiso. Y esto se puede aplicar a la nación, la clase social, la religión… Cualquier cosa.
Desde un punto de vista histórico, esa cuestión territorial nunca ha desaparecido.
La amenaza del 2017 no terminó ahí. Si no llegamos a estar en Europa, no estoy seguro de que aquello se hubiera podido detener. El Tratado Fundamental de la Unión Europea se basa en un principio del carácter sacrosanto de las fronteras existentes, muchas de las cuales son muy recientes. Tampoco es posible poner en cuestión las fronteras de Cataluña, porque los movimientos de independencia irredentistas en la UE se computan por cientos.
Los irredentistas fueron quienes llevaron a Europa a la Segunda Guerra Mundial.
Es que el nacionalismo es la guerra. Reivindicar nacionalismos fraccionarios es reivindicar la guerra.
Las políticas públicas sobre la memoria deben ser inclusivas y transpartidistas. Porque si son de partido y de parte, acabarán siendo sustituidas por otras.
¿Considera a los políticos actuales preparados, suficientemente leídos para no repetir errores?
Yo soy de la generación que votó por primera vez en el 82 y lo hice muy esperanzado. Fui tan feliz votando a Felipe González que no podría distanciarme de esa vivencia. Aquellos dirigentes tenían unas carreras muy notables y ahora, como dijo Giovanni Sartori, las democracias tienen un problema de selección del personal político. Quienes llegan ahora me parecen menos formados y menos empáticos para entender a la población. Tengo un enorme respeto intelectual por Felipe González, por Alfonso Guerra o, aquí en Extremadura, por Rodríguez Ibarra. No puedo decir lo mismo de otros.
Dígame nombres.
No, ¿para qué? Los hay en ambos lados.
Hemos empezado con una frase. Dígame con qué frase termina la Transición.
Yo creo que con la que afirma que queda aprobado el referéndum constitucional de 1978.
¿Y alguna que haya escuchado recientemente que crea que atenta directamente contra la democracia?
Hay algunas. Esa de que se puede gobernar sin el Parlamento. O aquella otra que dice que no todos los votos valen lo mismo.