Ciudadanos se acerca progresivamente a su obituario. Cada vez que se abren las urnas, la formación liberal encarna una caída estrepitosa. La última, en Andalucía. Los resultados han diluido la vicepresidencia de Juan Marín y los 21 escaños que consiguieron en 2019. Los de Inés Arrimadas desaparecen de la región que fue uno de sus principales feudos.
A lo largo de esta semana, y tras los dos debates de campaña, la dirección de Ciudadanos trasladó una sensación que nada ha tenido que ver con el veredicto electoral: "Vamos hacia arriba". La mejor expectativa de Arrimadas pasaba por lograr un grupo parlamentario –cinco butacas– y apuntalar la mayoría de Juanma Moreno.
Finalmente, el Partido Popular no necesitará acompañante para revalidar la presidencia y Ciudadanos no tendrá con qué sentarse a una mesa de negociación. El liberalismo –así lo entienden en el partido naranja– es voluble y afronta épocas de consistencia y otras de debilidad.
[Juan Marín dimite de todos sus cargos tras la debacle de Ciudadanos en Andalucía]
La clave del éxito, teniendo en cuenta esa premisa, consiste en sellar, legislatura tras legislatura, un número de diputados suficiente, da igual cuántos, para ejercer la labor de bisagra. En una política tan fragmentada como la de hoy, con veinte escaños puedes ser más determinante que con cincuenta.
Y esa era la esperanza de Ciudadanos: rentabilizar los diez escaños del Congreso y resistir en los sucesivos comicios autonómicos. Evitar la desaparición y bregarse con tres, cuatro o cinco diputados. Así podía –y puede– encapsularse el proceder ideal de Arrimadas.
Al hilo de este razonamiento, uno de los fundadores más conocidos del partido, Albert Boadella, contaba a EL ESPAÑOL: "¡57 escaños! ¡Eran demasiados! ¡Para qué queríamos tanto!". Lo decía con visible ironía, pero en una clara referencia al modus vivendi que preconizaba Ciudadanos.
Tal y como reveló este periódico, Arrimadas había encargado de cara a las próximas generales –ésa será su última bala– un informe en busca de la supervivencia. Es decir, un catálogo de propuestas que dé sentido al centro liberal.
"Si existe ese espacio en España, ¿por qué la gente no nos vota? Unos por no haber intentado un gobierno con Sánchez y otros por no ser lo suficientemente duros con él", explicaba una fuente a este diario la semana pasada.
Ese informe sigue en marcha. De ahí saldrán los mimbres con los que Arrimadas construirá su cesto. La jerezana, aunque no lo ha expresado oficialmente, viene dejando entrever que las próximas elecciones generales serán su última oportunidad.
Hasta el momento, con el objetivo de protegerla de los fracasos autonómicos, en su equipo responden: "Inés todavía no se ha examinado como candidata nacional". Lo hizo como líder en Cataluña, donde ganó las elecciones.
Los descalabros
Pero bajo su mandato se han ido produciendo, escalonadamente, los descalabros. Arrimadas recibió una herencia malograda. Diez escaños y un millón y medio de votos. Que para el liberalismo, si se miraba a UPyD, era mucho. Pero que era muy poco comparado con los 57 parlamentarios y cuatro millones de papeletas de Rivera.
No fue solo un problema aritmético. El jeroglífico más complicado de resolver era el mismo en el que hoy trabaja el comité de crisis: ¿por qué el centro ha dejado de votar al partido que se autoproclama de centro? ¿Por falta de dureza frente al gobierno o por no haber intentando hasta el final formar parte de él?
En 2020, fue el turno de País Vasco y Galicia. Los dos estrenos de Arrimadas. A la primera prueba concurrió en coalición con el PP. Nueve escaños –lejos de las expectativas– y dos, en concreto, para Ciudadanos. Sin embargo, las maniobras de la dirección anterior de los conservadores culminaron en la deserción del líder naranja camino de Génova.
A la segunda intentó ir de la mano de Feijóo, pero el candidato popular declinó la oferta y volvió a obtener una mayoría absoluta que anulaba la representación de Ciudadanos y Vox.
Cataluña fue, por tanto, la prueba definitiva, ya que en ninguno de los dos mencionados territorios defendía puntos Arrimadas, como se suele decir en el argot tenístico. A lomos de una campaña electoral polémica incluso entre los suyos, los naranjas se deshicieron. Perdieron el 85% de su representación, pasando de los 30 a los 6 diputados.
Cuando todo parecía condenado a la dificultad, llegó la moción de censura de Murcia: Ciudadanos atacó al mismo gobierno del que formaba parte para hurtar la presidencia al PP gracias a un pacto con el PSOE.
Teodoro García Egea, entonces número dos del PP, de la mano de Fran Hervías –ex secretario de Organización de los naranjas–, consiguió el transfuguismo de varios diputados de Ciudadanos. La moción fracasó, los conservadores mantuvieron su presidencia y... estalló el efecto dominó.
Isabel Díaz Ayuso convocó elecciones en Madrid. Se abrieron las urnas y Ciudadanos desapareció. Después, ocurrió lo propio en Castilla y León, donde volvió a perderse la vicepresidencia y sólo sobrevivió un escaño, el de Francisco Igea.
Arrimadas ya no encontrará más prórrogas. Se encuentra al borde del precipicio y las elecciones generales constituirán su última bala.
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