Susana Díaz clamó ayer que el PSOE no sólo es de sus militantes (unas 190.000 personas), sino también de sus votantes (5,4 millones el pasado 26-J). Se han hecho muchas bromas afirmando que Pedro Sánchez y su estrategia política estaban consiguiendo, derrota tras derrota electoral, que el número de militantes del PSOE acabara coincidiendo exactamente con el de votantes.
Atrincherado en el hecho de que es el primer secretario general de la historia del PSOE elegido por los militantes, Sánchez ha conducido a su partido a cinco derrotas electorales consecutivas (Cataluña, dos elecciones generales, Galicia y el País Vasco) y en ninguna de ellas ha asumido su cuota de responsabilidad. Él se refugia en el hecho de que sólo está haciendo lo que le encomendaron los militantes. Pero no tiene en cuenta lo que también está haciendo para ahuyentar a sus votantes.
De hecho, sus críticos afirman que, el lunes pasado, antes que asumir las críticas por su mala estrategia electoral, prefirió soltar un ratón en el comité ejecutivo bajo la forma de una convocatoria de primarias y un posterior congreso federal.
Los expertos dicen que la militancia de un partido está más ideologizada y suele ser más radical que las personas que les dan su voto. En el Reino Unido acaba de producirse una crisis similar a ésta en torno al líder laborista Jeremy Corbyn. Al final, la disputa se ha zanjado a favor de éste.
Que los intereses de los militantes y los votantes de un partido estén desalineados es un problema grave para el liderazgo de un partido. A los militantes se les puede mantener dentro de una disciplina, pero al votante hay que seducirlo, entusiasmarlo.
Lo que está sucediendo entre la militancia y los votantes del PSOE es el argumento típico que se emplea en el PP para no efectuar primarias
El hecho de que un partido elija a su jefe en una votación popular de su militancia genera, sobre todo si ese jefe es a la vez el candidato, una diversidad de incentivos que puede ser problemática, como estamos viendo en el PSOE. Este es el tipo de argumentos que han empleado algunos dirigentes del PP para oponerse sistemáticamente a la introducción de votaciones populares para definir sus candidaturas.
Sin embargo, si una institución como las primarias se combina con un mecanismo eficaz de rendición de cuentas como es el hecho de que el candidato/líder del partido debe dejar el cargo si no alcanza sus objetivos en una cita electoral, el desalineamiento se ve mitigado porque el poder rectificador del votante es altísimo. Pero este principio es casi imposible de introducir en España, donde el que se empecina vence, cueste lo que cueste.
Hay quien dice que obligar a Sánchez o a Rivera a dimitir por un mal resultado electoral es una exageración y nos privaría de excelentes dirigentes, respaldados por sus militantes. Sin embargo, políticos británicos muy brillantes como Nick Clegg o Gordon Brown, han tenido que dejar la política pese a que su militancia los quería porque los abandonaron los votantes. La norma es radical, pero garantiza un equilibrio de frenos y contrapesos del que no disponemos en nuestra democracia.