Albert Rivera y Pablo Iglesias nunca fueron amigos. Pero la política les acercó tanto que hubo un momento que hasta el líder de Ciudadanos pensó que una alianza con Podemos era viable. Fue en enero del 2015, poco después de las elecciones europeas. Podemos reventó la Fonteta de Valencia en un mitin. Eran los tiempos del tic tac (la famosa cuenta atrás para el cambio en las instituciones), la casta y el Iglesias que no se definía ni de izquierdas ni derechas.
Iglesias y Rivera eran entonces líderes de fuerzas extraparlamentarias. Durante el boom de las tertulias políticas en televisión, decisivas para la implantación de sus respectivos partidos, coincidían habitualmente en los platós. El acercamiento entre ambos era evidente antes e inmediatamente después de las europeas. Rivera conocía las diferencias, pero no lo veía imposible: un Gobierno del cambio con Podemos y Ciudadanos. “¿Por qué no?”, solía decir a su círculo más cercano.
La campaña para las autonómicas y municipales torció algo la relación, pero no la rompió. Iglesias empezó a ocupar el espacio ideológico de la izquierda y el discurso sobre Cataluña y el modelo de Estado no gustó en Ciudadanos. La conformación de acuerdos de Gobierno en las comunidades (Ciudadanos con PP y algún caso PSOE; y Podemos sólo con PSOE) no impidió a los dos partidos ponerse de acuerdo en varias autonomías para algunas reformas, como las electorales.
El espíritu del 'Tío Cuco'
El espíritu de concordia de la nueva política quedó patente en el debate del bar Tío Cuco en Barcelona. La reunión de los dos candidatos en el programa de Jordi Évole fue un intercambio de guante blanco, con muchas coincidencias en políticas de regeneración y pocas o ninguna en materia económica. El tono fue respetuoso y constructivo.
Algo empezó a cambiar un mes después, en el debate que mantuvieron el 27 de noviembre del 2015 en la universidad Carlos III de Madrid. En Ciudadanos, dicen, advirtieron un cambio en Iglesias. Ahí se produjo la recordada anécdota de Kant. “Apareció ese tono de cura laico al que ahora nos tiene acostumbrados. Teorizaba mucho, pero no proponía soluciones”, recuerdan fuentes del entorno de Rivera. La discrepancias empezaban a ser más evidentes.
Aquel debate tiene menos de dos años, pero el peso de los acontecimientos lo ha hecho envejecer muy mal. Por ejemplo, los dos candidatos dieron su palabra al periodista Carlos Alsina, que ejercía de moderador, de volver a debatir en la Universidad transcurridos los 100 primeros días de Gobierno. Ni lo han hecho ni por lo visto en la moción de censura lo harán. Ni siquiera se pusieron de acuerdo para regresar a la Carlos III en la campaña del 26-J.
El verdadero punto de inflexión fue la fallida investidura de Pedro Sánchez tras el 20-D. PSOE y Ciudadanos firmaron un acuerdo de gobierno con más de 200 medidas bautizado como el pacto de 'El abrazo'. Sánchez apeló a Podemos para sumarse al acuerdo y desbancar a Mariano Rajoy. Pero el líder morado no recogió el guante.
Iglesias realizó un discurso incendiario en la sesión de investidura. Calificó al PSOE como el partido de la “cal viva” y arremetió contra Rivera, al que definió como representante de la “peor de las tradiciones políticas españolas”. “Usted señor Rivera hubiera sido líder del Komsomol (Juventudes del Partido Comunista ruso) en la Unión Soviética y jefe de escuadra en nuestra posguerra”, dijo Iglesias. “Hoy es usted el líder natural de lo que el presidente de un banco llamó el Podemos de derechas. Y no tanto porque sea usted de derechas, sino porque usted es de los que mandan”.
A pesar de todo, Sánchez reunió a Podemos, Ciudadanos y PSOE antes de que la Constitución dictase nuevas elecciones. El encuentro fue un fracaso. Según recuerdan algunos de sus protagonistas, Podemos pidió negociar desde cero, dando por muerto el acuerdo existente. El resto ya se conoce: consulta a la militancia de Podemos y nuevas elecciones. "Entraron a dinamitar el acuerdo", recuerdan en Ciudadanos. "Ya entonces Iglesias menospreciaba cualquier iniciativa de Rivera".
Rivera e Iglesias volvieron a encontrarse con Évole camino del 26-J. El presentador de Salvados admitió públicamente lo difícil que había sido conseguir la reunión. No quedaba ni rastro del Tío Cuco. Fue un debate áspero, de escaso contenido y salpicado de reproches mutuos. Las urnas castigaron a Podemos, que se dejó 1 millón de votos. Ciudadanos cedió un punto y ocho escaños.
Abismo personal
Iglesias y Rivera no hablan en serio desde hace muchos meses. El abismo político e ideológico que les separa es tan grande como el personal. El contacto entre los portavoces y los equipos de trabajo de los grupos es educado y correcto. Pero también está marcado por la mala relación de sus respectivos líderes.
Las comisiones de la corrupción fueron su último gran acercamiento. Ciudadanos presentó candidato a presidir la comisión de cajas y Podemos, a la de financiación del PP. Ambos se comprometieron a respaldarse mutuamente en contra del PP y el PSOE. Sin embargo, cuando constataron que no tendrían apoyos suficientes se abstuvieron en lugar de apoyarse. No hubiera servido de nada, pero tenía el valor de un gesto.
Los puentes están rotos. Ha quedado claro en la moción de censura. Por eso el proyecto de Sánchez de unir a lo que llama "fuerzas del cambio" no prosperará. Iglesias acusó a Rivera de no servir políticamente "para nada". El presidente de Ciudadanos habló de la “incompetencia” del líder morado. Las “lecciones de laboratorio” de Iglesias no gustaron en Ciudadanos, pero tampoco preocupan. Dicen que seguirán trabajando y, como hizo Rivera al final de su intervención, tienden la mano a Iglesias para negociar reformas en las que puedan estar de acuerdo.
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