La masa 'indepe' se prepara para resistir en la calle a las órdenes de Òmniun y ANC
“Y ahora ¿qué?”, se preguntaron los manifestantes que rodean el Parlament tras la declaración de independencia. Creen que de su resistencia depende el futuro de Puigdemont y del Govern.
28 octubre, 2017 03:08La masa reunida alrededor del Parque de la Ciudadela corea cada sí como se corea en el Camp Nou la alineación del Barça. Carme Forcadell, siempre al borde de la narcolepsia y sembrando dudas a troche y moche sobre su habilidad para gestionar con éxito una simple suma, lee una a una las ochenta y dos papeletas en las pantallas gigantes instaladas en el paseo Picasso. Las pantallas sintonizan TV3 porque es la cadena preferida por los doce mil manifestantes que se agolpan a esa hora a unos cien metros del Parlamento catalán. Pregunto a la concurrencia pero nadie sabe si han sido instaladas por operarios del ayuntamiento o por voluntarios de la ANC y Òmnium. Todos suponen, eso sí, que el permiso para la instalación lo ha concedido el ayuntamiento.
En la pantalla, Forcadell tartamudea, duda y confunde un sí con un voto en blanco porque un diputado lo ha escrito “muy pequeñito”. A algún independentista casi le da un infarto. “Mira que si ahora sale que no”, dice uno. Le comprendo. La presidenta del Parlamento catalán consigue que hasta yo, que no soy independentista, tema por el éxito de la revolución. Su incompetencia y su fragilidad resultan enternecedoras. Forcadell no aguantará ni dos semanas en la cárcel sin caer en un abismo de locura lovecraftiano. Al tiempo.
El caso es que el recuento avanza. A patadas, pero avanza. “Mira que si he venido hasta aquí para nada”, pienso. Pero el resultado es el esperado y la república catalana queda declarada a las 15:27 del martes 27 de octubre de 2017. Se espera que dure algunas horas más que las once escasas que duró el Estado Catalán de Companys el 6 de octubre de 1934.
A mi lado, un hombre de unos sesenta y cinco años arranca a llorar y su mujer lo abraza. Parecen simpáticos y su alegría resulta conmovedora. Malditos sean los políticos que les han jodido el resto de su vida. Esos dos desconocidos deberían estar ahora mismo acariciando gatos y comprándole chuches a escondidas a sus nietos en vez de llorando al lado del Homenaje a Picasso, la obra más horrenda de todas las obras horrendas de Antoni Tàpies. Que ya es decir. Pero esos dos desconocidos van a sentirse desgraciados durante los próximos diez o veinte o treinta años por lo que va a ocurrir durante los siguientes días en Cataluña.
Al cabo de unos minutos llegan los bomberos. Los aplausos son atronadores. La masa despeja un pasillo flanqueado por docenas de estelades y una bandera LGBT y los bomberos lo recorren con su habitual cara de “me merezco esos aplausos" sin que quede muy claro adónde van y de dónde vienen. El resto de los allí congregados los imitan y se lanzan a caminar paseo arriba y paseo abajo como si no supieran qué hacer con la recién declarada independencia. La escena tiene algo de horda de zombis de The Walking Dead. “¿Y ahora qué?”, parecen preguntarse muchos. Es el problema de dar un golpe de Estado contra un Estado que lleva cuarenta años ausente de tu país. ¿A quién le cantas facha ahora? ¿Eh? ¿Y cómo se supone que debe comportarse un ciudadano independiente?
Por suerte, la ANC llenó ese vacío existencial pidiendo por Twitter a los manifestantes que se queden cerca del Parlamento catalán para “proteger la república catalana”. Ninguno de los allí presentes se pregunta, al menos en voz alta, por qué deben quedarse ellos en la calle a comerse unas (hipotéticas) hostias de la policía española cuando sus representantes políticos han votado en secreto para evitar (hipotéticas) condenas de treinta años de cárcel por rebelión. Intuyo que la falta de fe es considerada facha en la recién nacida república catalana. Intuyo también que si te dicen que te quedes, te quedas. Y el pueblo se queda.
Durante un par de horas no hay más instrucciones, aunque corren rumores, posteriormente confirmados, de una futura huelga general convocada por el sindicato independentista Intersindical-CSC y otros sindicatos desde el día 30 de octubre hasta el 9 de noviembre en protesta por la aplicación del artículo 155 de la Constitución. La Generalitat se ha apresurado a declarar servicios mínimos y los colegios se han sumado a la huelga. La independencia necesita a esos adolescentes, que tanto bulto han hecho durante las últimas semanas, libres de exámenes y a las puertas de las principales instituciones de Gobierno catalanas.
Cuando he llegado a los aledaños del Parque de la Ciudadela no había allí más de 1.000 ó 2.000 personas y Manel sonaban por los altavoces. “Ay Dolores, llévame al baile hoy que vienen todos, hoy es cuando hemos de ir”. Los congregados aplaudían a los alcaldes, vara en mano, que llegaban caminando al Parque y a los que se permitía franquear las barreras instaladas por la brigada ARRO de los Mossos d’Esquadra. El helicóptero (¿de la Policía Nacional, de la Guardia Civil o de los Mossos d’Esquadra?) no ha dejado de revolotear como un moscardón sobre nuestras cabezas. Nadie le hace una peineta como el día del referéndum. ¿Para qué, si ya nadie les tiene miedo?
Hablando de miedo. Una pareja de mujeres de mediana edad me entrega una estampita con una cuerda para que me la cuelgue del cuello. En una cara de la estampita aparecen Jordi Sánchez y Jordi Cuixart abrazados y sonrientes frente a una estelada. Jordi Sánchez sujeta un clavel y lleva una camisa azul estampada con puntos blancos. Jordi Cuixart luce un foulard bastante pasado de moda. Por la otra cara, la estampita muestra el eslogan “Libertad Jordis!” sobre un lazo amarillo y la frase “Tu poder radica en mi miedo: si yo ya no tengo miedo, tú ya no tienes poder”. Y nosotros ya hemos perdido el miedo. Se supone que la frase es de Séneca, pero vayan ustedes a saber.
El ambiente es, como ya viene siendo habitual en las concentraciones y manifestaciones independentistas, festivo y radicalmente indiferente a los temores de ese 50-60% de ciudadanos catalanes no independentistas. No parece que ninguno de los manifestantes que me rodean sean verdaderamente conscientes de las consecuencias de lo que está ocurriendo. Llevan décadas fantaseando con la opresión de un Estado español que no ha hecho acto de presencia en Cataluña desde la aprobación de la Constitución en 1978 y han acabado confundiendo el silencio de los catalanes no nacionalistas con una inexistente unanimidad del pueblo catalán. Si yo fuera Puigdemont o Junqueras no habría puesto los próximos treinta años de mi vida en manos de esta gente.