Desde que el 1-O las televisiones de medio mundo recogieron las imágenes de las cargas policiales en el referéndum ilegal de independencia, el conflicto en Cataluña ha saltado varias veces a las páginas de medios como el Washington Post o el New York Times. Aunque ese interés supone una novedad en Estados Unidos, los intentos del Govern por exportar a este país su relato nacionalista viene de largo: viajes institucionales, charlas en universidades, reuniones con congresistas... son sólo algunos ejemplos. Sin embargo, su mayor hito estaba previsto para 2018, con el desembarco de la Generalitat en uno de los eventos de mayor repercusión de la capital: el Smithsonian Folklife Festival.
Washington acoge cada verano este festival, una gran muestra al aire libre en la que el país invitado se da a conocer a los estadounidenses. Por el certamen han pasado Perú, China, Kenia, Hungría, Colombia o México, pero también el País Vasco, pues la organización contempla la participación de comunidades con una cultura propia. Del 27 de junio al 8 de julio de 2018 la protagonista será Cataluña.
Para los participantes se trata de una oportunidad de presentarse ante los miles de turistas norteamericanos que en esas fechas, cercanas al puente del 4 de Julio, pasean por el National Mall, una explanada de 12.000 metros cuadrados comprendidos entre el Capitolio y el Obelisco del Washington Monument.
Más de un millón de euros
El coste por participar en este festival es una incógnita, aunque la cifra supera holgadamente el millón de euros, a tenor de lo ocurrido en otras ediciones. Por ejemplo, en 2016 la muestra la protagonizó el País Vasco. El Gobierno autonómico, junto a las diputaciones forales y el Gobierno de Navarra, decidieron promocionarse como "Euskal Herria". Lo hicieron con el lema “Basque. Innovation by Culture”, y el coste ascendió a 1,2 millones.
Según ha podido saber EL ESPAÑOL, la Generalitat catalana ha comprometido hasta el momento al menos un millón de euros. La letra pequeña del contrato se desconoce. Tras contactar con la organización del festival para entrevistar a su director e intentar conocer en qué consistirá la intervención catalana y qué presupuesto deben cubrir los gobiernos implicados, no ha habido respuesta.
El certamen de 2016 da una idea de cómo una muestra de este tipo puede servir no sólo para difundir una determinada cultura, sino también para poner altavoces a una reivindicación política. Ese año no fueron pocos los visitantes -especialmente los españoles residentes en la capital- que se vieron sorprendidos por el retrato que se hacía del País Vasco en el festival, con Navarra unida al País Vasco y con pocas referencias contextuales a España.
Un acuerdo firmado por Santi Vila
Durante aquella edición, el entonces consejero de Cultura de la Generalitat, Santi Vila, acudió a Washington a firmar el acuerdo de participación de 2018. “Hemos de presentarnos como un país que, siendo como es una nación milenaria, su potencia reside en la capacidad de innovación y de creatividad continua”, manifestó.
Desde entonces las cosas han cambiado sustancialmente: Vila dimitió horas antes de que el Parlamento catalán proclamara la república y acaba de salir de la cárcel con fianza después de que la Audiencia Nacional enviara a prisión a los miembros del Govern. Sin embargo, a ocho meses de la inauguración del Smithsonian Folklife Festival, poco se sabe de si la situación creada en Cataluña afectará a los contenidos de la cita. Lo que sí ha trascendido es que la Embajada de España ha sido consultada sobre la conveniencia o no de reflejar durante el festival “las recientes tensiones políticas” en Cataluña.
El director de contenido de la exhibición catalana en el festival, Michael Atwood, ha ido subiendo a la web del certamen algunos avances, como que habrá exhibiciones de castellers en el National Mall. En un texto publicado en abril, Atwood informaba de que en marzo estuvo de visita en Cataluña para participar en unas conferencias organizadas por la Generalitat y que, a finales de ese mismo mes, una delegación catalana estuvo en Washington para perfilar la muestra de 2018. En concreto, se refería al viaje oficial que realizó el expresidente Carles Puigdemont, en compañía de su exconsejero de Exteriores, Raúl Romeva, y del responsable de la ya cerrada delegación del Govern en EE.UU., Andrew Davis.
La 'conexión Quebec'
En ese mismo artículo, Atwood explica que una semana después de aquella visita, el equipo del festival se reunió con la agregada de la Oficina Cultural de la embajada de España en Washington, María Molina, para abordar si el programa debería recoger “las recientes tensiones políticas" en la región. Este periódico ha consultado con la embajada para conocer qué se decidió en aquella reunión, pero no ha obtenido respuesta.
Atwood no aclara tampoco en el artículo cuál fue la respuesta de la diplomacia española, aunque asegura que el certamen ha venido mostrando las manifestaciones culturales “de una forma no politizada”. Sin embargo, entre el equipo del festival que organiza la cita catalana figura Pablo Giori, al que se presenta como especialista en el diálogo entre cultura popular y nacionalismo en Cataluña y Quebec.
Giori ha aparecido en algún medio de comunicación abordando la cuestión catalana y posicionándose, por ejemplo, a favor del referéndum ilegal del 1 de octubre. Pero el propio Atwood ha abordado también la cuestión catalana, y se ha hecho en eco en varios artículos de las manifestaciones a favor de la independencia organizadas en Cataluña. También en su cuenta de Twitter suele seguir las novedades sobre la cuestión catalana.
Con la aplicación del artículo 155, el cese del Govern y la convocatoria de elecciones queda en el aire cómo se articulará la muestra o si habrá algún cambio sobre la programación prevista. La organización no informa al respecto. La imagen que se ofrezca en Washington el próximo verano no es cuestión menor. Los organizadores aseguran que entre uno y cuatro millones de estadounidenses tendrán la oportunidad de acudir en directo al festival, y se prevén hasta 40 millones de visitas virtuales.
¿Promoción turística o promoción política?
En la edición de 2016, el Gobierno se mantuvo al margen de los contenidos de la muestra cultural vasca, que tuvo claras resonancias nacionalistas. Por ejemplo, a la entrada del festival, un enorme tablón daba la bienvenida al público explicando que el País Vasco es “un sitio pequeño en el mapa, pese a que su gente ha tenido un amplio impacto en el mundo”. No se especificaba su pertenencia a España, ni siquiera a Europa. Un poco más adelante en el recorrido, en otro cartel, se volvía a dar la bienvenida, en este caso con un “Welcome! Euskal Herria, or the Basque Country”. En esta ocasión, ya sí se situaba la región entre el Atlántico y los Pirineos.
Finalmente se llegaba a un mapa con la leyenda “Map of Basque Lands” en el que el País Vasco, Navarra y parte de Francia se integran en un todo, aunque ahí sí se mencionaba a España y a Francia como estados en los que figuran esos “territorios”. El pie de foto recogía una leyenda detallando que la patria vasca “incluye tres áreas principales: Euskadi, o la comunidad autónoma vasca, formada por tres territorios históricos: Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, en el norte de España; Nafarroa o el histórico Reino de Navarra, también una región autónoma de España; e Iparralde, o el País del Norte, formado por los tres provincias vascas de Francia: Nafarroa Beherea, Lapurdi y Zuberoa. Cada región y provincia tiene cocina y tradiciones distintas, pero todas son reconociblemente vascas”.
La carga política en materia de promoción turística no es algo nuevo en el caso vasco o catalán, si bien sí que puede resultar especialmente efectiva en un país como EE.UU., donde la población no suele estar familiarizada con los pormenores regionales de Europa.