La historia era demasiado buena para que VilaWeb, el Breitbart catalán, la dejara escapar. “Expulsadas de un vuelo de Vueling por hablar en catalán” decía Arnau Lleonart, el redactor de la noticia. “El capitán las expulsó porque una se había negado a hablar en español cuando se lo exigió una azafata” rezaba el subtítulo.
El texto de Lleonart, etiquetado como discriminación lingüística, no escatimaba en sensacionalismo: la azafata lloró cuando se le habló en catalán, el capitán actuó de forma autoritaria, una pasajera se solidarizó con las pasajeras expulsadas, la Guardia Civil hizo que se sintieran culpables por hablar en catalán… La noticia es falsa, al menos tal y como la escribe el redactor, pero en el momento de escribir esto sigue colgada en la web de VilaWeb.
Haciendo negocio con el independentismo
A imagen y semejanza de su homólogo estadounidense Breitbart, órgano oficial de difusión de las mentiras generadas por la ultraderecha trumpista, VilaWeb se ha convertido durante los últimos años en uno de los más activos propagadores de las noticias falsas producidas por los aparatos de propaganda independentista. El diario dirigido por Vicenç Partal ha sido tradicionalmente uno de los principales beneficiados por las ayudas y subvenciones concedidas anualmente por la Generalidad a medios de comunicación nacionalistas.
Pero no sólo de subvenciones vive VilaWeb. El diario, que sigue refiriéndose a Puigdemont como presidente legítimo de la república catalana y que etiqueta las noticias contrarias a los intereses del procés independentista publicadas por los medios españoles como #mediastorm, vende en su página web merchandising como banderas esteladas con los colores del arco iris LGBT para vivir en un país libre y con libertad sexual (14 €) o las llamadas vamcats (zapatillas decoradas con la estelada, entre 45 y 62 € dependiendo del modelo). Vilaweb cuenta además con una tienda propia en el número 73 de la calle Ferlandina de Barcelona.
Un ejército de bots
La noticia de la pasajera expulsada por hablar en catalán no tardó muchas horas en ser puesta en duda gracias a los testimonios del resto de los pasajeros del vuelo. Pero esas pocas horas fueron suficientes para que la historia fuera difundida por Carles Puigdemont desde Bélgica; por la expresidenta del Parlamento catalán Núria de Gispert, que pidió un boicot a Vueling; y por el eurodiputado Ramón Tremosa, que anunció una denuncia frente a la Comisión Europea por violación de los derechos fundamentales. También TV3 se hizo eco de ella.
Cuando el novio de una de las pasajeras que había asistido al rifirrafe entre las dos mujeres y el personal de vuelo publicó un tuit en el que negaba la historia inventada por VilaWeb, un ejército de bots hizo su aparición para retuitear cientos de veces su texto. Una táctica habitual empleada por los seguidores de Podemos para desacreditar cualquier dato que rebata sus propias noticias falsas.
El nacionalismo usa una retórica guerracivilista que remite a 1936: represión, pesos políticos…
El uso de bots es una relativa novedad dentro de la guerra propagandística librada por el independentismo catalán y no resulta difícil rastrear su origen hasta la reunión mantenida en agosto por Oriol Junqueras, Pablo Iglesias y Xavier Domènech, es decir por ERC, Podemos y los comunes de Ada Colau, con el millonario Jaume Roures en la casa de este último. Que las tácticas de desinformación e intoxicación utilizadas por Podemos en las redes sociales, muy similares a las empleadas por la alt-right estadounidense, hayan empezado a ser utilizadas también por el nacionalismo es una prueba más de una colaboración que podría desembocar en un nuevo tripartito independentista de izquierdas (ERC + Comunes/Podemos + CUP) tras las elecciones del 21 de diciembre. Siempre que los números den para ello.
Un proceso de bulos
Los bulos, las manipulaciones y las exageraciones han sido habituales durante los últimos meses en las redes sociales y los medios de comunicación nacionalistas públicos y privados. A la mentira de los mil heridos del 1 de octubre y los habituales psicodramas de Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados se han sumado las rocambolescas cifras de asistencia a las manifestaciones y concentraciones independentistas, sistemáticamente infladas por sus organizadores y por la Guardia Urbana de Barcelona, y el uso de una retórica guerracivilista que remite, más que a la España de 2017, a la de 1940: represión, franquismo, prisioneros políticos, violencia…
Las mencionadas mentiras han cuajado en gran parte gracias a la unidad de acción y de pensamiento impuesta por los líderes del procés, que han recomendado a sus seguidores informarse sólo con medios catalanes y hacer caso omiso de lo publicado por lo que ellos llaman la caverna españolista. Pero hay más ejemplos. Cuando la ANC y Òmnium prohibieron llevar banderas independentistas a los colegios electorales el 1 de octubre, la orden fue obedecida a rajatabla por sus acólitos hasta el punto de que no resultó raro ver ese día a votantes independentistas reprocharle a algunos despistados (a los que no había llegado la consigna) la estelada que llevaban colgada de los hombros.
Las banderas siguen siendo a día de hoy escondidas o mostradas en función de los intereses coyunturales de los líderes nacionalistas. En este momento, las esteladas, que hasta ahora abarrotaban los balcones de Cataluña, han desaparecido casi por completo de ellos y como por arte de magia. El objetivo de esa desaparición es desincentivar el voto constitucionalista fingiendo una vuelta a la normalidad que no es tal.
El independentismo optará ahora, tras el fracaso, por la táctica de la secesión gota a gota
Es esta nueva fase de la propaganda independentista, la de los bots y el perfil bajo en las calles, la que explica, finalmente, la insólita unanimidad de los líderes independentistas durante los últimos días a la hora de reconocer, con una medida escenificación, que Cataluña no estaba preparada para la independencia. Es un mea culpa que roza en ocasiones la flagelación y que combina el reconocimiento aparentemente humilde de una equivocación ("os mentimos porque no queríamos decepcionaros") con la posterior justificación de la traición a la causa ("si no fuimos más allá es porque la violencia del Estado fue mucho mayor de la que esperábamos").
La estrategia a medio y largo plazo del nacionalismo, más allá de los remedos de arrepentimiento frente al juez, parece cada vez más obvia: aprender de los errores cometidos durante este último año y aprovechar la vuelta a las instituciones, es decir al control del presupuesto público, para seguir ahondando en una secesión gota a gota en vista de que la vía del aluvión no ha dado los resultados esperados.
Lo certificaba Lluís Foix en La Vanguardia: "El independentismo deberá cocerse a un fuego mucho más lento". La demografía y el adoctrinamiento de los más jóvenes a través del sistema educativo catalán (el independentismo obtiene un apoyo de casi el 60% entre los catalanes de entre 18 y 24 años) juegan a su favor. El control de las redes sociales y de los bulos que en ella se generan no es más que parte de esa estrategia. Los bots de Podemos han llegado para quedarse en Cataluña y el futuro de la región se parece cada vez más al que la ultraderecha americana diseñó para la llegada al poder de Donald Trump: mentiras, populismo, redes sociales y ayudas en forma de interferencia de los órganos de propaganda rusos. Y todo ello, con los jóvenes catalanes como carne de cañón.