La repentina muerte de Rita Barberá en un lujoso hotel madrileño removió los cimientos emocionales del PP. Un año después, en el partido del que formó parte desde su fundación reconocen que el hueco que la exalcaldesa dejó en Valencia es todavía irreemplazable y se empiezan a temer lo peor: no ser capaces de reconquistar en 2019 una plaza que ha sido siempre del PP.
Barberá murió en el peor momento de su vida, tanto en el plano político como en el personal. Repudidada por su partido, ocupaba un sitio en el Grupo Mixto del Senado tras haber roto su carné de militante de toda la vida por el trato que había recibido. Después de su fatal desenlace se supo que había pactado con Rajoy su rehabilitación cuando las causas judiciales que le perseguían se cerrasen. No le dio tiempo.
En el primer aniversario de su muerte, solo María Dolores de Cospedal, gran amiga de Rita, le dedicó unas palabras durante un acto público precisamente en Valencia. "Fue una gran mujer, una política comprometida y una gran española". Pero no ha habido grandes homenajes a su figura más allá de una misa organizada por sus familiares. Fuentes cercanas a la exalcaldesa reconocen que ahora el PP de Valencia es un partido "nuevo" que está "emergiendo", pero al que aún hay que darle tiempo para revivir.
Con la desaparición de la figura de Barberá, el PPV no ha conseguido todavía ocupar el hueco que dejó. "Faltan muchos cuadros intermedios y el discurso es que somos el Compromís de derechas. Estamos demasiado preocupados en sacar temas de corrupción del Gobierno y se nos ha olvidado presentar una alternativa económica y social", critican.
La presidenta del partido en la comunidad, Isabel Bonig, está trabajando ya para reconquistar la autonomía en 2019. "El gran problema es Valencia capital", reconocen fuentes del partido. "Rita consiguió que Valencia dejara de ser una capital provinciana y la convirtió en una capital de España. Y ahora eso hay que mantenerlo", resumen desde su círculo más cercano.
El relevo
Para recuperar el edén perdido, el PP necesita colocar en el hueco que dejó Barberá a un perfil "potente" que recupere la identidad de sus siglas. Para ese cometido sobresalen por encima de todos dos nombres: el eurodiputado valenciano Esteban González Pons y la diputada autonómica María José Catalá. En Madrid dan por descartado a Luis Santamaría, uno de los favoritos de Bonig. El preferido por Génova es el portavoz de los populares españoles en el Parlamento Europeo. Por cercanía y porque es "valenciano hasta la médula", como lo era su amiga Barberá. Sin embargo, la vuelta de Pons al municipalismo conllevaría otro problema: las elecciones autonómicas probablemente coincidan con la cita electoral europea. "¿Y a quién ponemos entonces en Bruselas?", se preguntan. Las quinielas están más abiertas que nunca.
El fallecimiento fulminante de Barberá dos días después de que declarase ante el Supremo provocó una cascada de sensaciones, todas con sabor a mala conciencia. Muchos conservadores reconocieron que Rita había sido víctima de una "cacería y una persecución" y lamentaban profundamente la condena pública a la que había sido sometida, incluso por ellos. Solo hubo un miembro del PP, José María Aznar, que criticó el trato que desde su partido se había dado a la exalcaldesa. "Lamento que haya muerto habiendo sido excluida del partido al que dedicó su vida", criticó.
Las noticias sobre corrupción empezaron a cercar a Barberá desde que en 2015 la oposición del Ayuntamiento se alió para sacarla de la Alcaldía. No volvió a levantar cabeza. Cuando murió, los dirigentes del PP valenciano hacía meses que habían roto relaciones con ella. Concretamente desde que las revelaciones del caso Taula apuntaban directamente hacia ella. Isabel Bonig fue una de las primeras en pedirle explicaciones y en intentar que los ediles imputados devolvieran su acta.
Despedida sencilla
Barberá recibió una despedida muy sencilla, como la de cualquier valenciano anónimo. Su familia rechazó el ofrecimiento de velar su cuerpo en el Ayuntamiento. Querían un entierro en la más estricta intimidad, aunque los planes del presidente del Gobierno de acudir a despedir a su amiga rompió los deseos de la familia. Un año después, quienes la recuerdan con cariño aseguran que "el legado de Rita todavía cuesta verlo, pero se verá. A las figuras históricas hay que dejarles espacio para apreciarlas".