Carles Puigdemont, el traidor que será traicionado
El independentismo habla de él como "presidente legítimo en el exilio" pero en su partido ya le dan por amortizado. Sus herederos pelean por el trono y sólo él no lo sabe
16 diciembre, 2017 02:37Noticias relacionadas
Cualquiera que busque los términos "Carles Puigdemont año sabático" en Google se topará con un par o tres de artículos, el primero este de Carles Enric López en Crónica Global, en los que se insinúa entre líneas la idea de que el expresidente de la Generalitat pudiera haber pertenecido o estado vinculado de alguna manera a la banda terrorista Terra Lliure hasta 1992.
1992 fue el año de las Olimpiadas de Barcelona pero también de la llamada Operación Garzón. El objetivo de la operación, diseñada por el entonces ministro del Interior José Luis Corcuera, era doble. Evitar la comisión de atentados durante los Juegos y desmantelar la banda terrorista Terra Lliure, que el 29 de junio de ese año llegó a colocar un artefacto explosivo en la Oficina Olímpica de la localidad gerundense de Banyoles.
Durante la Operación Garzón, que se llevó a cabo entre junio y diciembre de 1992, se detuvo a cincuenta miembros de la banda en Cataluña y Valencia gracias a la información proporcionada por un infiltrado, Josep Maria Aloy, nacido en Manresa y entrenado por el agente del Cesid y antiguo miembro de ETA Mikel Lejarza, más conocido como Lobo. El resto de miembros de la banda huyó a Perpignan y los que no lo hicieron, como Oriol Malló, que se entregó a los Mossos y acabó en un calabozo de la Policía Nacional, se arrepintieron durante años.
A finales de 1992, la paranoia reinaba a sus anchas entre el independentismo. Es entonces cuando Puigdemont decide tomarse un "año sabático" y salir de España
Las denuncias de torturas policiales y las manifestaciones de apoyo a los detenidos se sucedieron durante meses en Cataluña. También las sospechas entre aquellos que no habían sido detenidos, temerosos de que cualquiera de sus conocidos pudiera ser un topo de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. La paranoia reinaba a sus anchas entre el independentismo y nadie se fiaba de nadie.
De viaje por Europa, justo a tiempo
Es en ese preciso instante, a principios de 1993, cuando Carles Puigdemont decide tomarse un año sabático. El momento escogido, sí, fue extraño. Puigdemont era por aquel entonces un periodista treintañero del diario El Punt que, a pesar de no contar con la licenciatura en periodismo, había logrado ascender hasta el puesto de redactor jefe. ¿Y quién decide regalarse el lujo de un año sabático en el preciso instante en el que ha conseguido mucho más de lo que jamás podría soñar a tenor de su escasa formación?
En realidad, el año sabático de Puigdemont ni fue un año ni fue sabático porque duró sólo seis meses. Seis meses que el futuro alcalde de Gerona pasó escribiendo reportajes para El Punt y la revista Presència desde Londres, París, Copenhague, Amsterdam, Milán y (curioso de nuevo) Bruselas. Los reportajes fueron posteriormente incluidos en su libro Cata... què? de 1994.
La supuesta pertenencia de Carles Puigdemont a Terra Lliure no cuenta con mayores pruebas que esa coincidencia y su buena amistad con algunos miembros de la banda. Entre ellos Miquel Casals, un histórico de Terra Lliure que entró varios años después en el PDeCAT a petición de Puigdemont. O Eduard López, hoy vicesecretario general de Acción Política de ERC y por aquel entonces también periodista de El Punt y miembro del MDT, el brazo político de Terra Lliure, equivalente a la HB de ETA. López fue uno de los independentistas que pasaron por prisión durante 1992.
Depresiones y fracasos sentimentales
1992 fue un año agitado para Puigdemont por más razones que las mencionadas en los párrafos anteriores. Fue entonces cuando el ahora cabeza de lista de Junts per Catalunya rompió con la periodista Elianne Ros, con la que llevaba saliendo diez años y a la que él había enchufado en El Punt desde su puesto de corrector lingüístico y mientras ella estudiaba periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Según cuenta la prensa rosa, la ruptura sumió en una larga depresión a Carles Puigdemont, de la que no salió hasta que conoció a su actual esposa, Marcela Topor.
Puigdemont conoció a Marcela Topor, también periodista y de nacionalidad rumana, a finales de la década de los 90. El futuro presidente de la Generalitat acababa de crear la Agència Catalana de Notícies (ACN) y ella visitó Gerona como actriz de un grupo de teatro que actuó ese año en uno de los festivales culturales de la ciudad. En 2004, cinco años después de conocerse, Topor se mudó a Gerona y empezó a trabajar en el diario en inglés Cataluña Today, uno de los muchos medios catalanes generosamente regado de ayudas por la Generalidad de Cataluña durante los últimos años.
La religión de la independencia
Carles Puigdemont nació en Amer, un pequeño pueblo gerundense de apenas 2.000 habitantes, el 29 de diciembre de 1962. Como en el caso del resto de líderes independentistas que se presentan a las elecciones del 21-D, no resulta difícil rastrear las raíces religiosas de sus convicciones independentistas. Porque Puigdemont pasó buena parte de su preadolescencia, la que va desde los diez a los quince años, en un internado religioso perteneciente a la Diócesis de Gerona. A ello se suman los periódicos encierros espirituales, generalmente de un par de semanas, que Puigdemont llevaba a cabo en el Monasterio de Poblet.
Fue el miedo a ser calificado de "traidor" por el independentismo el que llevó a Puigdemont a traicionar el pacto de convocar elecciones autonómicas al que había llegado con Urkullu
Carles Puigdemont fue alcalde de Gerona entre 2011 y 2016 y hasta su huída a Bruselas vivió la mayor parte del tiempo en su ciudad junto a Marcela Topor y sus dos hijas, Magalí, de diez años, y María, de ocho. Habla, además de español y catalán, inglés, francés y rumano, y cuentan los que le conocen que fue su falta de personalidad (el miedo a ser acusado de traidor a la causa) el que le llevó a romper el pacto de convocar elecciones autonómicas al que había llegado con el lehendakari Urkullu la madrugada del 27 de octubre de este año y a delegar la declaración de independencia en el Parlamento de Cataluña.
Un traidor en el exilio
La biografía de Puigdemont es la de un personaje extraño, resbaladizo, caótico y muy poco transparente. Mintió en su currículum diciendo que era licenciado en filología y periodismo hasta que el periodista Carles Enric López (otra vez él) desveló que ni una cosa ni la otra. También mintió diciendo que no se dedicó a la política hasta 2006, cuando la Agencia Catalana de Noticíes (ACN) creada por él era un organismo dependiente de la Generalidad financiado, obviamente, con dinero público. También fue nombrado director de la Casa de Cultura de Gerona en 2002.
El resto de su historia es conocida. Con su huida a Bruselas traicionó a Oriol Junqueras, a Carme Forcadell, a los Jordis y a la mitad de sus antiguos consejeros dejándolos al pie de los leones de la justicia y sin coartada posible. Traicionó también a sus seguidores al hacerles creer en la existencia de una imaginaria república catalana de la que ahora se proclama presidente legítimo en el exilio, acogido por los nazis belgas y cada vez más ajeno a la percepción europea de su figura como la de un supremacista de ultraderecha con un discurso alucinado, antieuropeo e insolidario sobre España, Europa y las supuestas carencias democráticas de ambas.
Alabado en público y olvidado en privado
Mientras un Puigdemont convertido en una rémora para el independentismo y atascado en la vía muerta de sus propias megalomanías sueña con volver a Cataluña y ser aclamado como un segundo Tarradellas, su partido diseña ya el homenaje que seguirá a su futura marginación. Será un homenaje muy catalán, es decir muy escenificado, muy gesticulado, muy lacrimógeno, muy hipócrita.
Si acaba en la cárcel, su partido lo convertirá en un mártir y venderá tazas con su cara y lazos. Muchos lazos. Si sigue en Bruselas, lo llamarán "presidente legítimo en el exilio" en público y se olvidarán de él en privado. Si vuelve a España y no acaba en prisión, ya sea porque no es condenado, ya sea porque es condenado y luego indultado, le darán un puesto honorífico lo suficientemente intrascendente como para que no resulte una amenaza para nadie.
En su partido, Josep Rull y Jordi Turull pelean ya abiertamente por el trono que Puigdemont ha dejado vacante. También sigue ahí Artur Mas, embargado y desesperado por volver a la primera línea política como salida a su complicada situación financiera. Los tres saben que la etiqueta de "presidente legítimo en el exilio" perderá cualquier poder de influencia sobre las masas independentistas el 21-D a las 21:00. Nadie en su partido le dirá la verdad y el traidor será traicionado. Puigdemont es piel y sólo él no lo sabe.