Meses después de estar encerrado en una cárcel, Igor el Ruso no muestra el más mínimo arrepentimiento por los tres asesinatos que cometió el 14 de diciembre en Andorra (Teruel). El criminal asegura que disparó a sus víctimas por pura supervivencia, "para eliminar obstáculos", "sin estar enfadado" ni sentir "rabia contra esas personas". Con una frialdad incomprensible para un ser humano, Norbert Feher se vanagloria de su hazaña y confiesa que los mató porque "cuando hay oportunidad de actuar, actúo. He sido entrenado para atacar", según él mismo detalló a los médicos forenses que le chequearon en la cárcel de Zuera (Zaragoza) el 25 de junio.
El criminal serbio recuerda perfectamente el día del triple crimen que cambió para siempre la vida en el Bajo Aragón, una zona despoblada y perseguida desde entonces por una permanente sensación de inseguridad. Según su testimonio, compró y pagó de su bolsillo "casi cincuenta kilos de comida" en Híjar, un pueblo situado a veinte kilómetros del lugar del crimen. El asesino, que robó sustento en más de una treintena de masicos cercanos desde hacía semanas, vagaba en el monte "porque soy hijo de la naturaleza" y llevaba dos pistolas "por seguridad personal". Él mismo contó a los facultativos que alguna vez había tenido algún problema con cazadores furtivos: "Cuando me siento amenazado tengo que barrer con todo. Debo sobrevivir", recoge el informe incorporado a la causa del juzgado número 2 de Alcañiz que investiga los crímenes.
Feher, que la tarde anterior ya había entrado en la casa de campo de José Luis Iranzo, volvió el 14 de diciembre para robar "una escopeta muy especial". El macabro destino quiso que justo en ese momento, cuando la noche ya caía, el ganadero volviera a su explotación mucho más tarde, a una hora inusual. Iranzo cambió su rutina porque se ofreció a acompañar a la Guardia Civil a seguir el rastro de Igor el Ruso en unas cuevas cercanas donde la víctima pensaba que se escondía su asesino, entonces todavía un fantasma sin rostro que había disparado a matar a dos vecinos de Albalate del Arzobispo nueve días antes.
Iranzo, que volvió a su masía cuando su padre le llamó mientras aún estaba con los guardias, sorprendió al criminal dentro de su propia casa de campo. "Me di cuenta de que estaba entrando cuando lo tuve delante", confiesa el propio asesino, que no quiso responder cuando se le preguntó cuántos disparos empleó para matarlo.
Casi un año después del crimen, es difícil saber el lugar exacto en el que cayó mortalmente Iranzo. Fueron otros dos guardias civiles alertados por la primera llamada de auxilio quienes encontraron el cuerpo sin vida del ganadero en la puerta de su explotación, a unos veinte metros del lugar donde Feher dice que le disparó. En su declaración ante la juez que instruye el caso, los guardias aseguran que optaron por dejarlo allí y escapar, por el peligro que corrían, cuando comprobaron que ya no se podía hacer nada por su vida.
Una vez que todos se pusieron a salvo en el hospital de Andorra, el capitán de la Comandancia de la Guardia Civil de Alcañiz, Horacio Requena, presente en el operativo en el que cayeron Víctor Romero y Víctor Jesús Caballero, no esperó a que fuera un médico forense quien levantara el cadáver de Iranzo. Con el asesino armado y huido, el responsable de mantener la seguridad en el Bajo Aragón ordenó a dos subalternos regresar al lugar del crimen para trasladar el cuerpo sin vida de la primera víctima de Feher hasta ese mismo centro de salud donde estaban.
Antes fueron trasladados Caballero y Romero, que todavía se debatían entre la vida y la muerte, junto con el padre de Iranzo -único testigo de la huida de Feher-, y los cuatro guardias civiles que participaron en el operativo. Una vez puestos todos a salvo, Requena optó por irse a Alcañiz para informar a las viudas de los guardias del trágico desenlace. Por eso no supo decir a la juez que instruye el caso quién activó la Operación Jaula para atrapar al asesino, porque no se quedó en el Cuartel de Andorra donde se montó el operativo para cazar al criminal.
"La muerte es inevitable"
Feher relata con total precisión cómo atacó a Romero y Caballero. A los dos disparó "primero" y los atacó por detrás cuando descubrió "que eran guardias civiles" e iban armados. Cuando recibieron la llamada de auxilio del padre de Iranzo, fue el capitán quien ordenó a los dos guardias que se salieran de la comitiva - eran seis miembros de la Guardia Civil y un vecino quienes formaban la expedición- para chequear un vehículo con las luces encendidas que se veía a un kilómetro del lugar del primer crimen. Nadie sabía entonces que era el asesino quien conducía el coche de Iranzo y que en ese pajar abandonado escondía sus pertenencias.
Preguntado por qué disparó antes al ganadero si no iba llevaba pistola, no mostró ningún tipo arrepentimiento por haberle matado. "La muerte es inevitable. Esa persona tenía que morir y yo era el instrumento más adecuado para eso. Es como el destino, todos tenemos un Ángel custodio", declaró.
El asesino contó a los forenses que disparó a la vez a Caballero y Romero, que se encontraban cada uno en un lado del vehículo, y que ellos también utilizaban sendas armas reglamentarias. Feher presume incluso de ser ambidiestro y se considera a sí mismo un buen tirador: "Conozco la anatomía humana, sé dónde disparaba". El criminal serbio, que consiguió matar a los guardias que llevaban el chaleco salvavidas puesto, no presentó "ni un rasguño" cuando lo encontraron siete horas después a 70 kilómetros del lugar del crimen, según el parte médico al ser detenido. Qué hizo durante el tiempo que pasó entre los asesinatos y su detención sigue siendo un misterio.
"Dos cervezas" tras el triple crimen
Antes de emprender la huida dirección Valencia con la pick up de Iranzo, Feher cuenta que robó los cargadores a los guardias civiles, a los que daba muertos pese a que aún mantenían un hilo de vida. Sin ningún tipo de arrepentimiento, Igor el Ruso detalla con un descaro que asombra que se tomó "dos cervezas" tras haber matado a tres personas. La reflexión que compartió con los forenses que le evaluaron es que Iranzo, Romero y Caballero murieron porque su destino así estaba escrito. "En Italia uno no murió", añadió, como si el triple crimen de Teruel no se hubiera podido evitar. Feher se refería a la suerte del italiano Marco Ravaglia, un policía que sobrevivió a su maldad haciéndose literalmente el muerto.