Francisco Franco languidecía en la cama. Sus acólitos soñaban con algún remedio infalible que mantuviera con vida al dictador, conscientes de que los regímenes caudillistas se asoman al abismo cuando muere el caudillo. Uno de aquellos quijotes, férreo defensor de la "democracia orgánica", era José Luis Pita Caruncho, de El Ferrol, que remaba a su manera desde un pueblecito de La Coruña.
Dieciocho días antes de la muerte de Franco, este director de una fábrica de piensos llamada "NASA" tentó a la ciencia. Se ofreció al equipo médico del General para que colocaran en su cabeza el cerebro del dictador. "Lo hice porque era un hombre irrepetible, sin el cual yo sabía que este país se iba a pique. Quería que mi cuerpo sirviese como vehículo del suyo", confesó a Diario 16, que publicó su testimonio siete años más tarde, en 1982.
"El cerebro es como el conductor del coche. Franco era el mejor piloto; y mi cuerpo, el coche, estaba joven y sano. Si hubiesen trasplantado su cerebro a mi cuerpo, ahora él seguiría en El Pardo para bien de todos", narró Pita Caruncho en su despacho a un joven Melchor Miralles, que se cercioró de que aquello no era una broma. "Hablaba con religiosa veneración. Durante la media hora que permanecí en su oficina no sonrió ni una sola vez", anotó el periodista.
El recorrido de su carta
Pero, ¿qué fue de José Luis Pita Caruncho? Son muchos los que han recuperado -en redes sociales- su figura al hilo de la exhumación de Franco. Este periódico ha confirmado a través de algunos amigos cercanos que el empresario gallego falleció hace ya casi quince años. "Después de aquello no volvió a protagonizar ningún episodio de ese calado. Siguió con su fábrica de piensos y se jubiló", relata una de estas personas.
Pita Caruncho es descrito por sus allegados como "un hombre generoso, dedicado al trabajo y a su familia, un gran padre". Especifican que nunca conoció a Franco, a pesar de compartir las mismas raíces. Tampoco recuerdan ninguna vivencia trágica que pudiera haberle empujado a realizar aquel gesto.
"Don José Luis" tenía 32 años cuando ofreció su cerebro a Franco. El mayor exponente del realismo mágico no lo protagonizó su sacrificio, sino el propio régimen. Véase la secuencia. Pita Caruncho -radicado en Narón, una pequeña localidad cercana a "El Ferrol del Caudillo"- envió una carta al Ayuntamiento. Alcaldía trasladó la misiva al Gobierno Civil, que a su vez lo extendió a la Secretaría de Franco... ¡Y le contestaron!.
La respuesta de los Franco
Tanto la carta de ida como la de vuelta fueron transcritas al completo por Diario 16. Pita Caruncho escribió: "Ante la serie de dolencias y la enfermedad de S.E. el jefe del Estado Generalísimo Franco, que guiado por Dios y por su fiel y leal servicio a la Patria nos ha llevado al puesto privilegiado del que gozamos hoy en España (...), considerándome buen español con un recto sentido del deber y buena conducta pública y privada (...), pongo todo mi ser orgánico al servicio del equipo médico que atiende a S.E.".
En la misma misiva, Pita Caruncho aseguró "gozar de una economía saneada y un negocio en vías de desarrollo", para el que ya había designado a "una persona" que le sustituyese en su cargo.
Esta es la respuesta que recibió: "Muy señor mío. A través del Excmo. Sr. Gobernador Civil de esa provincia se ha recibido en esta Secretaría fotocopia del escrito dirigido por usted al señor alcalde presidente del Ayuntamiento de esa localidad, en el que ofrece todo su ser orgánico al equipo médico que atiende a Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo. La Excma. Sra. doña Carmen Polo de Franco y demás familiares, así como el equipo médico que atiende a Su Excelencia, profundamente conmovidos por su abnegado y desinteresado ofrecimiento, unido a su afectuoso saludo, le hacen presente su agradecimiento de todo corazón aun cuando ello (el trasplante) no parece sea preciso".
Con ese "no parece sea preciso" se acabó la aventura de José Luis Pita Caruncho. La cariñosa respuesta fue firmada por... ¡Felipe Polo Martínez-Valdés! Cuñado del propio Franco, que murió en Madrid en 1979. El obituario de El País recordó su labor como secretario particular del dictador: "Hombre políticamente discreto, aunque de una fidelidad fuera de duda a Francisco Franco, intervino en la gestión económica y negocios de la familia".
Su paso por la AP de Fraga
Pita Caruncho, a finales de los setenta, trató de entrar en política engrosado en las listas de Alianza Popular. No lo consiguió. Los que le "amenazaban" y se reían de él, contaba, eran los mismos que luego le pedían trabajo. Muerto Franco se entregó a otro gallego, Manuel Fraga. Sin posibilidad de resurrección, apostó por el que fuera ministro para dirigir el país.
En su despacho, decorado por un retrato de un Franco "enorme" y "lozano", se quejaba del destino que esperaba a la patria por culpa de los socialistas, que acababan de llegar al Gobierno. Coherente con su ideario, anuló una ampliación de capital y los nuevos contratos que tenía pensados porque el PSOE, pensaba, iba a hundir la economía.
"Si aún estuviera vivo, te habría dado una entrevista seguro", confiesa un allegado. "Ay qué cosas, qué cosas... Sólo ocurren en estos pueblos", acierta a decir otro en un gallego cerrado. El reportaje tuvo su impacto, pero Pita Caruncho nunca se desdijo. Las risas le importaron un pimiento. Él, a lo suyo.