Cuando Jordi Salvador pasó por delante de su bancada, Josep Borrell le señaló enérgicamente y gritó: "¡Eh, eh!". Luego denunció un "escupitajo" y, aunque desconocía el nombre del diputado de Esquerra Republicana, supo identificarlo con concreción: calvo, blusa granate y americana negra.
El PSOE aplaudió por inercia la intervención de Borrell contra Rufián, pero ningún ministro, ni siquiera un portavoz, confirmó la versión del titular de Exteriores. Adriana Lastra, sentada sólo una fila por detrás, dijo haber percibido "un ademán".
José Luis Ábalos, ministro de Fomento, y Teresa Ribera, de Transición Ecológica, tampoco abrazaron las quejas de su compañero. Mostraron su "solidaridad", pero dudaron del salivazo. El último en llegar fue el presidente del Gobierno, que eligió su cuenta de Facebook para pronunciarse. "Se han dicho y hecho cosas terribles. No es la primera vez". Con estas palabras sellaba la intención del Ejecutivo: no hacer un escándalo de los exabruptos y el escupitajo. Esquerra Republicana, al fin y al cabo, es una de las formaciones que sostiene a Pedro Sánchez en la Moncloa.
Una circunstancia peculiar: Borrell, que no tiene acta de diputado, ocupa un escaño en la sesión de control precisamente gracias al apoyo de quien le insulta. Los votos de Rufián y sus compañeros de grupo, que tacharon al ministro de Exteriores de "hooligan" y "militante de extrema derecha", hicieron prosperar la moción de censura.
Tras el "no es la primera vez", Sánchez se ponía como ejemplo: "Yo mismo he sido objeto de palabras gruesas y graves insultos". Una afirmación que alude al "golpista" que le arrojó Pablo Casado por negociar con el separatismo.
En su escrito, el presidente del Gobierno muestra "toda" su "solidaridad" con Borrell, pero no hace ni una sola mención a Gabriel Rufián o Jordi Salvador. A partir de ahí, el tono es generalista y equipara el escupitajo con todos los insultos vertidos este miércoles en la Cámara. Fuentes del PSOE confirman que no habrá un alegato institucional contra ERC y responden con el "golpista" de Casado contra Sánchez o el "producto tóxico" de Hernando (PP) contra Dolores Delgado cuando se les pregunta por una posible acción conjunta.
La intervención de Josep Borrell en el Congreso es la más beligerante de las vertidas por el Gobierno contra el separatismo catalán en lo que llevamos de legislatura. El ministro de Exteriores lanzó una arenga más propia de las manifestaciones de Sociedad Civil Catalana -en las que ha participado- que de alguien cuya permanencia en el cargo está condicionada por los votos de Esquerra Republicana. Las palabras de Borrell, desde un punto de vista táctico, incomodaron a algunos de sus compañeros y reflejaron la divergencia entre históricos y nuevos socialistas en torno a la confección del Gobierno.
"Lo único que usted es capaz de producir es una mezcla de serrín y estiércol", le dijo sin complejos Borrell a Rufían, socio de Sánchez y suyo también por extensión. El separatismo catalán no perdona al actual ministro de Exteriores sus libros y discursos contra el proyecto independentista. Y así quedó reflejado en el hemiciclo.
Sánchez, en su publicación, insistía en diluir el incidente: "Tanto diputados como miembros del Gobierno debemos pedir disculpas. El espectáculo presenciado hoy y otros días, sean quienes sean los protagonistas y los responsables, nos afecta a todos y todas". Sin nombres ni apellidos. Hasta él brindaba su perdón: "Yo, como presidente del Gobierno y por tanto máximo responsable político de nuestro país, lo hago. Pido disculpas a la sociedad".
El líder socialista zanjaba su publicación con otra generalidad: "No hay nada más peligroso para una democracia que la desafección ciudadana ante sus representantes e instituciones, y lo sucedido hoy camina en esa dirección".
Por otro lado y en clave interna, el PSOE se afana en trasladar el siguiente criterio: es igualmente reprobable el "fascista" que Tardà lanzó a Rivera como el "golpista" que le arrojó el portavoz de ERC al líder de Ciudadanos. Una postura que abre una brecha entre el socialismo y el bloque, no siempre compacto, de conservadores y naranjas.
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