José Pedro Pérez-Llorca habló de “vergüenza torera”. Miguel Herrero y Miquel Roca sonrieron. El pasado 14 de noviembre, la Universidad de Comillas los invistió doctores honoris causa y apenas hubo cámaras en el salón más allá de las colocadas por el centro organizador. Por fin la posibilidad de un destape sin impacto directo en el telediario. Los padres de la Carta Magna encontraron aquel día la oportunidad de abandonar el sacrosanto lenguaje. Y lo hicieron. Quede aquí transcrita esa huella.
Todos ellos, toga negra y birrete rojo. Las autoridades universitarias llamaron a los asistentes a un vals continuo: “Levantaos, cubríos (…) Sentaos, descubríos”. Pérez-Llorca, Herrero y Roca se quedaron más con la segunda premisa que con la primera.
De José Pedro Pérez-Llorca, actual presidente del patronato del Museo del Prado, dijo su presentador: “No se echó al monte como revolucionario porque es friolero”. Aquella tarde, sin embargo, se mostró cálido, en toples dialéctico, dispuesto a referir aciertos y errores de la Constitución. “Esto es una opinión personal”, advirtió. Y luego reconoció haber resuelto mal el Estado Autonómico: “El resultado está a la vista. 17 Gobiernos y Parlamentos, dos ciudades autónomas, un millón y medio de funcionarios… Todo un Leviatán. Caro, excesivo. Los cálculos fallaron”.
"Que nos se nos vaya España como agua entre las manos"
En favor de los padres constituyentes reseñó que entonces no existieron “las deslealtades y la mala fe” que luego llegaron. Se enfrentaron, arguyó, a un mundo nuevo, sin más precedentes que la II República y el Derecho Comparado. Pérez-Llorca abogó por no ofrecer más competencias a los Ejecutivos regionales: “El Estado debe recuperar el papel de responsable último del orden público, también la educación. Si hay que mejorar un autogobierno es el de España, no se nos vaya a ir como el agua entre las manos”.
Este inusual dominador de idiomas en los sesenta y ministro de dos Gobiernos distintos se inclinó por una reforma “en determinadas condiciones de presión y temperatura”. Porque si los españoles “se empeñan en destejer el manto constitucional, no aparecerá Ulises para salvarnos, sino otros personajes”: “La Constitución de 1978 no merece acabar por ruptura violenta o inoperancia. Todas las anteriores las destruimos”. En el supuesto de una reforma por ruptura, consideró Pérez-Llorca, llegaría “una crisis total, una metamorfosis absoluta”.
"Se calentará, echará humo y..."
Recién sellada la Constitución, un Adolfo Suárez nervioso se presentaba en el despacho de Pérez-Llorca para preguntar compulsivamente: “Oye, ¿funcionará?”. Y él respondía: “Se calentará, echará humo y hará ruido, pero puede funcionar”.
Por último y en homenaje a una Constitución que él variaría levemente, pero que admira, añadió: “Cuando nos vimos en el andamio, todos coincidimos en el designio de la convivencia”. A lo largo de un discurso que se estiró más de veinte minutos, Pérez-Llorca sólo suplicó una cosa: “Por favor, no digan ustedes ‘los padres que todavía están vivos’, que mi mujer se enfada”.
Miquel Roca fue el más conciso, pero se mostró contundente. Después de animar a los alumnos presentes a leer la prensa con fruición –se lo exige también a todo principiante que entra a trabajar a su despacho de abogados–, sentenció: “La Constitución sigue siendo garantía, y no problema. Incluso los que la niegan lo hacen bajo su amparo”.
En clara referencia a Cataluña, la crisis de la monarquía o las reivindicaciones de los partidos que quieren cambiar de sistema –aunque él no lo explicitó–, dijo: “Ninguno de esos déficits tiene su origen en la Constitución de 1978”.
Miquel Roca, “el punto de encuentro entre Cataluña y España por aquel entonces” –así fue presentado–, animó a los presentes a “defender la Constitución como el bien más preciado”: “Cuarenta años después, tenemos la seguridad de que nada podrá hacerse al margen de ella”.
"Es hora de cumplir la Constitución"
Este padre constituyente, en contraposición a los más de veinte minutos de Pérez-Llorca, tan sólo empleó cinco en el atril, pero dejó clara su postura sin recurrir a jeroglíficos o eufemismos: la Constitución sigue sana y robusta. No habrá “crisis” mientras ésta se respete.
Miguel Herrero Rodríguez de Miñón comenzó advirtiendo de que sólo se siente cómodo si los homenajes van dirigidos a la obra, “y no al obrero”. A él le gusta denominarse “mero escribano” de la “conciencia colectiva” que guió la Transición. Modismos y protocolos aparte, se sinceró: “Es hora de encomiar la Constitución frente al vacío alternativo”.
En una vinculación inequívoca al deseo del actual PP, se inclinó por dejarla tal y como está: “Es hora de cumplirla, no de destacar los defectos, que claro que los tiene, como toda obra humana”. También clamó contra “los lugares comunes revestidos de corrección política, máxima fórmula actual de alienación”.
Parco y severo, concluyó con un llamamiento a quienes se dedican a experimentar con reformas constitucionales. Lo hizo citando a José Ortega y Gasset: “O se hace literatura tan buena como la de Valle-Inclán, o se hace precisión tan buena como la de Ramón y Cajal… O se calla uno”.