Fue ella misma, Irene Montero, la que abrió el debate de la sucesión en Podemos. Durante una entrevista en televisión, el lunes pasado, dejó caer que "estoy convencida de que en Podemos, pronto, la próxima persona que ocupe la secretaría general será una mujer. Creo que eso es una cosa que todo el mundo tiene muy claro en Podemos, y si no, al tiempo". Con las encuestas anunciando un descalabro que dejaría a Unidas Podemos en la mitad de escaños y luchando por no ser quinta fuerza por detrás de Vox, esas palabras sonaron a que le estaba moviendo el trono al rey.
Desde aquel día, el 4 de marzo, se han escrito ríos de tinta y píxeles sobre el asunto. Al punto de que tuvieron que salir los portavoces oficiales del partido a desmentir que "cualquier proceso de sucesión esté abierto en Podemos".
Es cierto que los mensajes internos en el partido no han dejado entrever hasta el momento que haya dudas sobre el liderazgo de Pablo Iglesias, ni mucho menos. Al contrario, hasta el cartelón machote de "vuELve" indicaba que se ansía su regreso como inicio de una remontada. Pero desde hace meses fuentes internas venían sugiriendo que el futuro de Montero "ya se está preparando" y "aspira a cotas altas".
Un periódico de tirada nacional llegó incluso a publicar que el relevo ya tenía fecha, a la vuelta del 28-A, en previsión de que se confirmara el descalabro que anticipan los sondeos. Pero el nuevo embarazo de la portavoz parlamentaria y regente del partido en ausencia del secretario general -a la sazón, su pareja y padre de sus mellizos y de la hija que espera- despeja cualquier duda respecto a la caída de Iglesias.
Porque Iglesias no tendrá quién le mueva la silla después del maratón electoral por mucho que éste pudiera ser terrorífico en resultados. Dando por hecho lo que confirman todas las fuentes consultadas en Podemos, que "la sucesora será mujer", y lo que se limitan a responder con una sonrisa, que ésta será Montero, el nuevo embarazo condiciona todo el calendario como lleva condicionando la vida política del partido desde hace ya dos años.
Una pareja jugándoselo todo
El ascenso de Irene Montero al puesto de portavoz parlamentaria coincidió en fechas con la confirmación su relación con Pablo Iglesias. Si fue antes la gallina del amor o el huevo de la promoción nunca se sabrá, pero se vendió incluso como una interferencia indeseada a un proceso político natural. Íñigo Errejón caía tras perder la confianza de Iglesias, no en vano le había competido el liderazgo en Vistalegre II. Y ella pasaba de diputada emergente y jefa de gabinete a un puesto para el que se había preparado. Y en el que ha cumplido.
A partir de ahí, la coincidencia de que ambos lideren el partido y compartan vida de pareja ha interferido, esta vez de verdad, por ejemplo con la compra del chalé en Galapagar. Mala sería esa imagen para el líder de un partido que dijo que se quedaría en su piso de Vallecas donde vivía "como la gente". Pero peor si lo hace de la mano de su número dos y aspirante sucesoria: la polémica alcanzó tales estridencias que sometieron su continuidad al frente del proyecto a referéndum interno de sus bases.
Es decir, se jugaron el proyecto político a cara o cruz por una decisión puramente familiar.
Posteriormente, y en este caso para bien de la formación morada, el nacimiento prematuro de los mellizos de la pareja el verano pasado, arrancó simpatías y uno de los pocos consensos en todo el abanico político. Hasta el Rey Felipe VI telefoneaba regularmente a la pareja que más ha hecho por dejarlo sin trabajo de la política española. El hecho, eso sí, condicionó sus presencias y ausencias: seis meses desapareció Montero y casi tres lleva fuera Iglesias. Pero esto, en todo caso, ha alimentado el discurso feminista de Podemos.
Manteniendo esa coherencia parental y paritaria, y con un parto previsto para agosto, resulta imposible organizar un Vistalegre III a tiempo si es que el secretario general se viera presionado a dar paso a su sucesora prevista después de un mal 26 de mayo. Si el partido necesitara nuevos bríos, éstos no se pueden dar desde una nueva baja maternal.
Y tampoco a la vuelta de Montero, ya en diciembre encajaría la sucesión... pues el sucedido volverá a estar en casa cuidando de la nueva bebé. Así que Podemos se plantará, previsiblemente, en marzo de 2020 sin movimientos en la cúpula, porque la interferencia real, se quiera o no, es que el secretario general y la elegida para sucederle son pareja. Y sus avatares lo condicionan, claro.