Hasta aquí llegaron las aguas del pujolismo. Si los últimos sondeos del CIS y del CEO (el CIS catalán) están en lo cierto, el próximo 28 de abril sucederá algo inédito en cuarenta años de democracia: ERC se convertirá en el partido hegemónico en Cataluña tras su victoria sobre Convergència. O sobre lo que queda de Convergència, atomizada hoy entre JxCAT, el PDeCAT y ese de momento embrionario proyecto de Marta Pascal que pretende arrastrar a una burguesía catalana a la que se presupone cansada del rumbo suicida que Carles Puigdemont ha impuesto desde Waterloo a la nave del nacionalismo.
Según el CIS, ERC ganará las elecciones generales del 28 de abril en Cataluña con el 24% de los votos y 17-18 escaños, por el 5% y los 4-5 diputados de JxCAT. El CEO le concede a ERC el mismo porcentaje de voto que el CIS, el 24,1%, pero algunos escaños menos: entre 14 y 15. A JxCAT le otorga entre 5 y 7 escaños por los 8 que tiene ahora.
El sorpaso de ERC a Convergència no parece coyuntural. Según el CEO, ERC retiene al 83,2% de sus votantes de 2017, por apenas un 51,1% que dice serle fiel a JxCAT. Aún más: el 31,2% de los votantes de Carles Puigdemont tienen pensado mudarse sin pensárselo demasiado al partido liderado por Oriol Junqueras, que capta además al 6,8% de los votantes de los comunes de Podemos y al 15,3% de los que votaron a la CUP.
Más que suficiente, en fin, para obtener una aplastante victoria sobre el partido que, incluso cuando no ha ostentado el poder en la Generalidad, ha seguido siendo el partido por defecto en Cataluña. Como el PNV lo es en el País Vasco o el PSOE lo es en Andalucía.
La debacle de JxCAT
Ningún partido catalán parece capaz de hacerle sombra a ERC en estos momentos. Cs ganó las elecciones autonómicas de 2017, convirtiéndose en el primer partido catalán no nacionalista en lograrlo en cuarenta años de democracia. Pero ahora, en unas elecciones muy diferentes y en una coyuntura radicalmente distinta, quedaría a mucha distancia de los republicanos en las generales. El segundo partido en liza, el PSC, quedaría según el CIS a siete puntos y entre tres y seis escaños por debajo de ERC.
La debacle de JxCAT es absoluta. Según el CIS, hasta Vox, con tres escaños, quedará por encima del partido de Quim Torra y Carles Puigdemont en Barcelona. Y de ahí las continuas ofertas a la desesperada de Puigdemont para que ERC y JxCAT concurran juntos a las elecciones europeas del próximo 26 de mayo, donde se enfrentarán cara a cara, como cabezas de lista, el líder republicano y el prófugo de Waterloo.
"La unidad es lo que toca hoy. Si fuéramos juntos, probablemente la voz de Cataluña se oiría más fuerte. Dicho esto, los electores tienen la clave" dijo ayer Puigdemont desde Bélgica intentando presionar a ERC para que se sume a JxCAT antes del 22 de abril, la fecha límite para presentar candidaturas a las europeas.
Pero eso no ocurrirá. Oriol Junqueras es en este momento el político más valorado de Cataluña y la estrategia de ERC para las próximas elecciones, las de abril y las de mayo, pasa por ignorar a JxCAT y centrar sus energías en el electorado del PSC y de los comunes. Y más ahora que la deriva de Miquel Iceta hacia posiciones favorables la celebración de un referéndum de independencia borran las fronteras entre ambos partidos y hacen menos traumático el salto de los votantes socialistas al partido republicano.
Ni siquiera unas hipotéticas elecciones autonómicas catalanas anticipadas, que algunos partidos vaticinan para octubre o noviembre de este año, frenarían el empuje de ERC. Según el CEO, ERC obtendría en esas elecciones entre 40 y 43 diputados (ahora tiene 32) por 28-29 de Cs (ahora tiene 36) y 22-24 de JxCAT (ahora tiene 34). Ni siquiera la tercera plaza estaría asegurada para JxCAT, ya que los de Torra y Puigdemont podrían ser superados por un PSC al que el sondeo otorga entre 21 y 23 diputados.
Convergència, en descomposición
Las razones para el sorpaso de ERC a Convergència, o a lo que queda de ella, son varias. En primer lugar, la caducidad del mito del "presidente en el exilio" del que Carles Puigdemont se ha alimentado hasta ahora. En segundo lugar, la descomposición interna y las luchas de poder dentro de la propia Convergència, cuyos continuos cambios de siglas no han logrado disimular la obviedad de que se trata del mismo partido que Jordi Pujol llevó al poder en Cataluña y que decayó poco a poco, hasta su aparente muerte en 2016, acosado por incontables casos de corrupción.
En tercer lugar, el rechazo (puramente coyuntural) de la unilateralidad por parte de una ERC que nada desea más ahora mismo que un pacto con Pedro Sánchez que le permita aliviar una posible condena de sus líderes por parte del Tribunal Supremo. En cuarto lugar, el cansancio de la propia sociedad catalana, ahora que el procés ha degenerado en kale borroka, por el lado de la CUP y los CDR, y en una serie de actos y escenificaciones públicas cada vez más esperpénticas en apoyo de los líderes presos.
En quinto lugar, la evidencia de que Pedro Sánchez ha cedido más en la oscuridad de las reuniones cara a cara con Torra y con las periódicas visitas a la celda de Junqueras por parte de políticos socialistas que lo que se ha conseguido quemando las calles y manifestándose por cientos de miles.
La evolución ha acabado con el gen convergente
El famoso gen convergente, esa metáfora inventada por el periodismo catalán para describir una supuesta habilidad de la burguesía catalana para salir airosa de las coyunturas electorales más complejas, y el último ejemplo de la cual fueron esas elecciones autonómicas de 2017 en las que JxCAT quedó por delante de una ERC que ya se veía ganadora, corre el peligro de quedar obsoleta. Porque no parece que ese gen convergente vaya a ser suficiente esta vez para evitar su derrota a manos del eterno aspirante a califa en lugar del califa: ERC.
Si nada lo impide, las elecciones generales, municipales y europeas de los próximos dos meses certificarán la defunción del pujolismo, es decir del régimen que ha mantenido en el poder durante cuarenta años a la burguesía nacionalista catalana de derechas, y su sustitución por un partido republicano, de extrema izquierda y abiertamente separatista. Las circunstancias en las que eso se produce, y que incluyen el escenario político en Madrid y la actitud del PSOE/PSC con respecto a las demandas del nacionalismo xenófobo catalán, son muy similares a las de 1931. La historia no se repite, pero rima.