El 17 de enero de 1996, José Antonio Ortega Lara volvía a casa tras terminar su jornada laboral. Una rutina que repetía cada día. Ortega Lara trabajaba como funcionario de Instituciones Penitenciarias y, aunque vivía en Burgos con su esposa y su hijo pequeño, estaba destinado en el centro carcelario de Logroño.
Aquel miércoles, Ortega Lara, como era habitual, se montó en su coche para conducir desde la capital riojana hasta su casa, un recorrido de una hora y media aproximadamente. Ignoraba que estaba siendo objeto de seguimientos por parte de ETA. La banda terrorista buscaba, desde hacía tiempo, privar de libertad a algún funcionario de Instituciones Penitenciarias para poder exigir a Gobierno español el acercamiento de los presos.
Para este fin se facilitaron 30 millones de pesetas, con el visto bueno de la cúpula etarra. Primero se “llevaron a cabo labores de recopilación de información y selección de la víctima”, según detalla la sentencia del Tribunal Supremo. Después se ordenó “el acondicionamiento y mantenimiento de un cuchitril donde debían retenerlo”.
La víctima elegida fue Ortega Lara. Para su rapto se construyó un habitáculo de 3,5 metros cuadrados en la cooperativa Jalgi, en Mondragón (Guipúzcoa). Su secuestro es el más largo de la historia de la organización terrorista.
Sus raptores, que formaban parte del comando Gohierri, fueron José Luis Erostegui Bidaguren, Xabier Ugarte Villar, Jesús María Uribeetxeberría Bolinaga y José Manuel Gaztelu Otxandorena.
Por qué Ortega Lara
Estos cuatro miembros de la banda terrorista habían estudiado previamente los movimientos de Ortega Lara. Y aquel 17 de enero de 1996 el plan para secuestrar al funcionario de prisiones se puso en marcha. El objetivo era “privarle de libertad” y “proclamar que la liberación del apresado iba a depender de que el Gobierno español acercare a Euskadi los presos” de ETA o “adoptare alguna otra medida similar”.
La Audiencia Nacional condenó el 29 de junio de 1998 a 32 años a cada uno de ellos por cometer un delito de secuestro terrorista y otro de asesinato alevoso en grado de conspiración, con el agravante de ensañamiento en ambos casos. Este fin de semana uno de ellos, Xabier Ugarte, se convertía en noticia porque, tras cumplir 22 años de condena, salía de la cárcel de Topas, en Salamanca. Fue detenido el 1 de julio de 1997 en Oñate, su localidad natal, el día en el que la Guardia Civil liberó a Ortega Lara tras 532 días secuestrado.
Recibido entre honores
Oñate le ha recibido como un héroe. Este consistorio guipuzcoano, gobernado por EH Bildu, se hizo eco en su página web de la puesta en libertad de Ugarte y la difundió en redes sociales como si se tratara de un evento festivo, informando de la hora exacta en la que llegaría el expreso.
Y así ha sido. Este domingo, cientos de simpatizantes de la izquierda abertzale homenajeaban al etarra, que se paseaba por las calles de Oñate atravesando un pasillo formado por numerosos vecinos, incluidos niños, que portaban ikurriñas y banderas a favor de los reclusos de ETA.
“Hay un sector de la sociedad vasca que está moralmente enferma”, manifestaba Ortega Lara en una entrevista en 2014 en El Mundo, en referencia a los ongi etorris [bienvenidas, en euskera] que cinco años después siguen celebrándose con total impunidad. Este fin de semana, además de los honores para recibir al gudari Ugarte en Oñate, se producía un acto similar en Hernani (también en Guipúzcoa) con la excarcelación de José Javier Zabaleta Elosegi, Baldo, después de 29 años de condena por su participación en numerosos atentados, algunos con víctimas mortales.
El papel de Ugarte en el secuestro
El papel de Xabier Ugarte en el cautiverio fue clave. Se dedicó a investigar a Ortega Lara y, cuando comunicó a sus jefes que él era el elegido, la dirección de ETA "dio el visto bueno e incluso le apremió para que llevara a cabo el hecho [el secuestro] a la mayor brevedad posible", de acuerdo con la sentencia.
El día del rapto Ugarte se quedó en la carretera esperando el paso del vehículo de Ortega Lara. Si función era avisar en el momento en que Ortega Lara pasara por la zona. Sus otros tres compañeros de comando esperaban su llamada en una gasolinera en la entrada de Burgos. Cuando Ugarte efectuó la comunicación, se acercaron al domicilio de Ortega Lara. Y allí aguardaron hasta que llegó el funcionario de prisiones.
Cuando Ortega Lara aparcó su coche en el interior del garaje, los terroristas se dirigieron a él y le amenazaron con una pistola, diciéndole que querían su coche, sin decirle que eran miembros de ETA. Le esposaron e intentaron administrarle un narcótico que tenían preparado, pero debido al estado de nerviosismo de Ortega Lara desistieron. Lo metieron en el maletero de su propio vehículo.
Precisamente fue Ugarte, días antes, quien había realizado pruebas en su propia persona inyectándose un somnífero para controlar cuánto tiempo permanecía dormido.
Desde su domicilio condujeron hasta las afueras de Burgos y allí lo traspasaron a un camión, desde donde le llevaron hasta un taller de Mondragón. Allí le preguntaron por sus datos y le explicaron que había sido arrestado por carcelero, no por dinero. Y que iba para largo. En ese zulo permaneció 532 días.
"Tres comidas diarias"
Los procesados, y ahora aplaudidos como ídolos en ese relato que pretende construir el sector abertzale, facilitaron a su víctima “tres comidas diarias y algunas medicinas, para problemas digestivos que el cautivo sufría con frecuencia, y contra hongos y otras enfermedades”. Los platos los preparaban los terroristas en el interior de la nave industrial. Ortega Lara perdió 23 kilos.
También le proporcionaban periódicos -El País o Egin-, pero cuando discutía con sus secuestradores y les llamaba terroristas, se enfadaban y le dejaban sin prensa o le reducían las horas de luz. "De terroristas, nada, nosotros somos luchadores de la patria vasca", le contestaban. Así lo contó años después Ortega Lara en Historia del terrorismo en Navarra. Relatos de plomo, donde revela que jamás vio la cara de los etarras. "Llevaban capucha y guantes. La única manera de identificarles era por la voz".
En esa conversación también recuerda que el zulo "medía 2,4 metros de largo y 1,7 de ancho". En otra entrevista cuenta que su desesperación llegó a tal punto que planeó y ensayó su suicidio en varias ocasiones, ahorcándose y cortándose las venas. La fecha de su muerte la fijó para el 5 de julio, pero en la madrugada del 1 de julio de 1997, en una operación realizada por 500 guardias civiles, fue liberado.
"Si la Guardia Civil no hubiera llegado a tiempo, me habría suicidado pronto porque estaba realmente desquiciado. Fui el ser más desgraciado que había sobre la faz de la tierra".
Otros crímenes de Ugarte
Además de este crimen, Ugarte acumulaba más de 200 años de condenas por otro secuestro y por su participación en otros atentados. La pena más larga que se le impuso fue de 145 años de prisión por el atentado contra una patrulla de la Guardia Civil en la carretera Oñate-Legazpia en agosto de 1987, que causó la muerte a dos agentes y heridas a doce.
También cumplía 26 años más de cárcel por su participación en un atentado con una bomba-lapa contra un guardia civil, que resultó gravemente herido, cometido el 13 de mayo de 1985 en Mondragón.
En noviembre de 1998 Ugarte fue condenado a 14 años de prisión por el secuestro del industrial Julio Iglesias Zamora, que se prolongó entre el 5 de julio y el 29 de octubre de 1993 y para el que los terroristas utilizaron el mismo escondrijo de Mondragón en el que años después ocultaron a Ortega Lara.
Por construir este zulo, la Audiencia Nacional lo volvió a condenar, esta vez a 36 años de cárcel, en noviembre de 2000.