De sus ochenta y un años vividos Matías Cortés estuvo más de la mitad pegado al poder financiero y político de este país. Sin el abogado granadino y sus movimientos pendulares en torno a todos los grandes protagonistas de nuestra democracia no se pueden entender sus vidas, sobre todo el lado oscuro de las mismas.
Mi primera conversación con Matías la mantuve cuando José María Ruiz Mateos intentaba acabar con el prestigio bancario y familiar del por entonces presidente del Banco Popular, Luis Valls. Una llamada desde Nueva York y una cita en su despacho -donde ya aparecían en sus paredes cuadros de un casi desconocido Barceló- sirvió para que el intento de chantaje del empresario de la intervenida Rumasa terminara con el combativo miembro del Opus Dei en la cárcel.
La historia del catedrático de Derecho Financiero es la de un experto en derecho que ejerció más como influencer de verdad que de abogado. Era amigo y enemigo al mismo tiempo; defensor y atacante a partes iguales; temido y admirado por todos. Inteligente como sólo saben los que son capaces de las mayores maldades, y que sin inmutarse ofrecen a sus víctimas el mayor de los favores.
Hay que remontarse al año 1969 y a la sociedad Iberplan, de la que el por entonces miembro destacado del PCE, Ramón Tamames, era director general para encontrar la primera aparición documental de Matías Cortés. Allí estaba junto al que sería ministro de Hacienda Barrera de Irimo; junto al que sería presidente de Caja Madrid, José Terceiro, junto al aristócrata Luis de Ussia.
La lista de los que estuvieron como socios y de los que trabajaron en esa empresa de estudios es tan larga como impresionante: Jesús Polanco, fundador de Prisa; Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid; Enrique Sarasola, el amigo y cómplice personal de Felipe González; Braulio Medel, presidente de Unicaja; Santiago Roldán, uno de los grandes economistas del PSOE y padre del dimitido miembro de la dirección de Ciudadanos, Toni Roldán; Petra Mateos, una de las personas de mayor confianza tanto de Miguel Boyer como de Carlos Solchaga.
Desde allí nacieron El País y Cambio 16. Aquel grupo heterogéneo se preparaba para ocupar el poder a la muerte de Franco. Lo consiguieron y la presencia de Matías Cortés se convirtió en imprescindible para ayudar a los amigos y para combatir a los enemigos. Ni los unos, ni los otros eran para siempre.
Tal vez, tan sólo tal vez, mantuvo fidelidad por encima de cualquier vicisitud o conveniencia a dos personas: el financiero y numerario del Opus Luis Valls, y el empresario Jesús Polanco. El resto de sus afectos personales y profesionales funcionó como un diapasón que emitiera hondas al mismo ritmo que aumentaba la factura a sus clientes.
La mayor distracción de Cortés era participar en el poder. Su escalera particular le llevó a escalarlo peldaño a peldaño
Al abogado Cortés le gustaba su tierra, Granada, y le apasionaba Italia, sobre todo Venecia y Florencia. En la primera de ellas, alojado en el histórico y elegante hotel Danieli, le pilló una de las primeras crisis del socialismo en el poder, pero era en la ciudad de los Medici donde se reconocía como uno de los suyos, tan dispuesto a encarnarse en el gran duque Cosme, sin el que la Europa que conocemos no habría sido posible, como en el escribidor de recetas para los poderosos, Nicolás Maquiavelo.
Puede que hasta se sentara en la misma silla y frente a la mesa en la que el autor de El Príncipe aprovechara su exilio en Sant Andrea in Percussina para hacerse perdonar mientras utilizaba el pasadizo secreto que unía la casa familiar con el bar de copas de la época, l'Albergaccio, para distraerse por las noches.
La mayor distracción de Cortés era participar en el poder. Su escalera particular le llevó a escalarlo peldaño a peldaño. Sin parar. Desde que creó la sociedad Saturno junto a Gregorio Marañón y Óscar Alzaga, hasta el bufete que fundó con Francisco Fernández Ordóñez y Rafael Pérez Escolar, tan amigos al principio como enemigos, sobre todo del segundo, al final.
Estuvo al lado de Ignacio Coca hasta que el banquero, arruinado y embargados todos sus bienes por Banesto, se suicidó en el palacete familiar, justo frente a la casa en la que el miembro más atrevido y diletante de la familia Oriol y su mujer daban unas fiestas tan abiertas y locas como ofrecía una Transición política en la que casi todo estaba permitido, incluidas las confidencias que, con varias copas por medio, los poderosos empresarios que pagaban las concesiones administrativas a los políticos de turno no dudaban en contarlas acompañadas de nombres propios y risas cómplices de las jóvenes aspirantes a estrellas de cine.
Coca terminó siendo una víctima más del cambio político; de la misma forma que lo fue la familia Solís Ruiz por culpa del aceite de la empresa Uteco o la familia Ruíz Mateos con la caída y muerte del imperio Rumasa.
La presencia de Matías Cortés y su importante y poderoso grupo de amigos aparece en todos los sumarios. Al igual que aparecería en uno de los mayores escándalos internacionales, el de los diamantes que el dictador Juan-Bedel Bokassa, presidente de la República Centroafricana, habría regalado al presidente francés Valery Giscard-d'Éstaing en 1979 y que, descubierto diez años más tarde, acabaría con su carrera política.
Amigo de Miguel Boyer y abogado de Isabel Preysler su presencia en el grupo político-financiero conocido como beutiful people es una de las mejores expresiones de la unión de la llamada representación popular, a través de los partidos políticos, y la influencia del dinero en la toma de decisiones.
Sus contactos en la Judicatura, los medios y las finanzas permitieron que su imagen saliera sólo con unos rasguños
Tanto por la casa de la ex mujer de Julio Iglesias y del marqués de Griñón, en la madrileña calle Arga -la misma en la que vivieron Mario Conde y su mujer, Lourdes Arroyo- como por la mansión de Matías Cortés en la costa de Los Pinos, en Mallorca, se trataron, se analizaron y hasta se resolvieron casos como los de la batalla de Ibercorp, con Manuel de la Concha y Jaime Soto como protagonistas del conflicto contra IB-Mei y que se convirtió en una de las grandes batallas entre los bufetes de abogados de Cortés y Horacio Oliva, por un lado, y Ramón Hermosilla, por otro.
Sin Matías no se explica el fichaje de Miguel Boyer por Alberto Cortina y Alberto Alcocer para, desde la sociedad Cartera Central, intentar colocar al exministro en la presidencia del Banco Central y, más tarde, de la fusión de éste con el Banesto del dúo Garnica-López de Letona.
Esa fusión fracasaría y llevaría también al fracaso del intento del Banco Bilbao, la puerta por la que el abogado Cortés entraría en el círculo personal de Mario Conde y Juan Abelló, y su victoria final en el que fue primer banco de España. Eso, antes de que los dos socios y amigos (Conde y Abelló), que habían conseguido hacerse muy ricos con la venta de la empresas Antibióticos, terminaran rompiendo y con caminos cada vez más separados.
Con el abogado del Estado terminaría peleándose al entrar en conflicto con Jesús Polanco, mientras que con el empresario farmacéutico no tendría ningún problema en mantener la amistad y las cacerías de faisanes en Escocia, una costumbre de la vieja y nueva aristocracia del dinero y de los puestos directivos en las grandes multinacionales.
Una fecha clave en la vida de Matías Cortés es diciembre de 1986. Tras dieciséis años trabajando en el bufete, su principal pasante, el abogado Javier Sáinz Moreno, se marcha con las agendas personales de su jefe entre los años 1981, 1982 y 1983. Las anotaciones manuscritas terminan en los juzgados y la fama del inmutable y duro catedrático de Derecho se tambalea. Serán sus especiales e importantes contactos en la Judicatura, los medios de comunicación y las finanzas los que le apoyarán sin reservas y le harán salir con tan sólo unos rasguños en su imagen pública.
Si su gran amigo y compañero en las guerras judiciales es Horacio Oliva, su gran enemigo en las mismas será Rafel Pérez Escolar, relacionado de forma directa con la caída de Mario Conde en Banesto y la posterior compra de la entidad por el Banco Santander cuando todo apuntaba que la fusión se iba a realizar con el BBV de Sánchez Asiaín y del que pudo ser una referencia de las finanzas españoles, Pedro Toledo, si la muerte no le hubiera alcanzado mientras volaba hacia Estados Unidos en busca de una curación imposible.
Con Pérez Escolar, su ex socio y compañero en los primeros meses de la llegada de Conde a Banesto, Cortés estaría en guerra hasta la muerte de éste en septiembre de 2007. Fue también en el eterno enemigo de otra de las grandes referencias de Matias, el presidente del Santander, Emilio Botín.
Junto a Horacio Oliva ayudó a Juan Tomás de Salas, presidente de Cambio 16, en sus batallas en defensa de los medios
Dos de esas batallas que explican una parte importante de la España de hoy, la del grupo Prisa -sujeta a tantos vaivenes como la que enfrentó a Felipe González con José María Aznar-, y la de la ascensión al Olimpo de las finanzas mundiales del banquero cántabro, una ascensión que le permitió al banco español convertirse en referencia internacional tras haber fusionado bajo su marca a cuatro entidades que a comienzos de nuestra democracia estaban por encima en el ranking del Banco de España.
Su otro gran adversario sería durante diez años Javier Gómez de Liaño, el hoy abogado y en los años noventa del siglo pasado juez en la Audiencia Nacional, amigo y enemigo de forma sucesiva de Baltasar Garzón, instructor de los casos contra el GAL y las muertes de Lasa y Zabala, y vocal del Consejo General del Poder Judicial.
Hermano de uno de los abogados de Mario Conde tras la intervención del Banco de España que dirigía Luis Ángel Rojo -otro de los amigos del gran grupo de la disuelta pero no olvidada biuti- Gómez de Liaño asumió en 1997 la denuncia contra el grupo Prisa y sus dos principales dirigentes, Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián. Una de esas batallas en las que no se hacen prisioneros.
Una cena en Casa Lucio festejaría la resolución contra Gómez de Liaño, que sería apartado de la carrera judicial; una situación que acabaría en el año 2003, con el indulto que ese año le daría el ministro de Justicia, Ángel Acebes, tras la victoria por mayoría absoluta que había conseguido tres años antes el PP con José María Aznar de candidato.
Gómez de Liaño ha asegurado que nunca consideró a Matías Cortés como un adversario y ha negado que mantuviera batalla alguna con Polanco y Cebrián. En este punto, siempre recuerda que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró que no tuvo "un juicio justo" por no haberle juzgado un "tribunal imparcial".
Hay muchos más nombres en las agendas personales de Matías Cortés. Están Antonio Navalón y Diego Selva, quienes junto a Fernando Garro, amigo y luego desterrado del círculo personal de Mario Conde, aparecieron como beneficiarios de trabajos para el banco en sus relaciones tanto con Adolfo Suárez como con el socialista Txiqui Benegas. Está Manuel Guasch, que de amigo colateral de la biuti madrileña terminaría convertido en consuegro del expresidente de Banesto tras la boda de su hijo con Alejandra Conde.
Está el empresario y financiero judío Jacques Hachuel, hombre imprescindible en el Madrid de finales del siglo XX, que mantuvo unas relaciones muy especiales con la Casa Blanca por sus negocios petrolíferos en África, y que junto a su racionalidad empresarial no dudaba en volar a Nueva York para pedirle opinión a su astróloga personal antes de iniciar cualquier negocio.
Matías y Horacio Oliva ayudarán a Juan Tomás de Salas, presidente del grupo de Cambio 16 y Diario 16 en sus batallas en defensa de los medios de comunicación, por un lado, y en su distanciamiento progresivo pero imparable del poder socialista.
De Granada y defensor de la memoria de García Lorca, el abogado mantuvo hasta su muerte su gran sueño para que le recordaran dentro de cien años: convertir a su ciudad en referente mundial de la literatura y la música, sus dos grandes pasiones que le hacían olvidarse del mucho dinero ganado y sus poderosas amistades.