Era su día y lo sabía, pero cuando Isabel Díaz Ayuso, candidata del PP a la presidencia de la Comunidad de Madrid, escuchó el resultado de la votación final, respiró profundamente con una tímida sonrisa. Era la consagración, el resultado por el que tantas jornadas había pelado, pero que, por momentos, pareció imposible. Que se le escaparía.
Ayuso siempre fue una sorpresa. A ella misma su presencia en el ticket electoral madrileño le pilló a contrapié: cuando sonaban grandes nombres, cuando el partido barajaba otras caras con peso entre los populares, Pablo Casado apostó por ella. Fue una decisión arriesgada: apenas la conocían los madrileños y su rostro sólo había pasado por un par de platós de televisión.
Pero el presidente del partido rompió con lo esperado: la quería a ella, que le respaldó desde el primer momento en el que Casado pugnó por la presidencia del PP. Esta periodista de 40 años (Madrid, 1978), que ha labrado la mayor parte de su carrera profesional en las entrañas de las instituciones o de su partido, es ahora -y a falta de su puesta de largo en la investidura del lunes- la mayor baronesa del partido, que gobernará una Ejecutivo autonómico que administra a 6'5 millones de habitantes con más de 20.000 millones de euros de presupuesto anual y 200.000 empleados públicos.
Clara, directa, mordaz
A Isabel Díaz Ayuso y al presidente de su partido les une, además de una dilatada amistad, una confianza ciega. Se conocen desde jóvenes, en sus tiempo en las nuevas generaciones populares, y se las han visto crudas juntos en el PP madrileño.
Hijos de los mismos padres políticos -Aznar, Aguirre-, comparten un discurso liberal y de centro derecha. Con una diferencia: Ayuso siempre fue clara, directa, mordaz. Casado, como líder de un partido que aúna múltiples almas y diferentes sensibilidades, no siempre ha podido mostrarse tan contudente. Y ahí entraba en juego la ahora presidenta de la Comunidad: necesitaban de una voz desacomplejada que plantara cara al auge de Vox mientras los populares de desangraban.
Ella contaba con experiencia regional: había formado parte de diferentes gabinetes de miembros del gobierno autonómico e incluso ella misma había sido diputada en la Asamblea. También gozaba de experiencia en FAES. Su trayectoria era tan ascendente que se incorporó al equipo digital de Esperanza Aguirre y continuó siendo miembro destacado del gabinete de su sucesora, Cristina Cifuentes. Llegó a ostentar la coportavocía del PP en la cámara madrileña.
Exponente del 'casadismo'
Así que, cuando Ayuso se quedó fuera de los despachos del gobierno autonómico tras la dimisión de Cristina Cifuentes primero optó por ella como secretaria de Comunicación en el partido; después, la aupó a lo más alto. No ganó las elecciones, pero retuvo un grupo parlamentario lo suficientemente amplio como para liderar las negociaciones entre los partidos de centro derecha a la hora de conseguir la investidura.
En los ocho meses que los focos llevan fijos en la ahora presidenta de la Comunidad de Madrid ha habido luces y sombras. Era el látigo del casadismo que aún se estaba cocinando, que germinó en la convención ideológica del partido apenas unas semanas más tarde y que cristalizó con el diseño, a la medida del presidente, de una nueva cúpula del partido. Y ella ha vivido esa misma evolución.
Ha pasado de ciertas polémicas —desde la improvisación en un desayuno informativo en una respuesta sobre alguna de sus propuestas, a base de un “No lo he pensado, no lo tengo claro, creo que no”—, a la construcción de una política que ya es la baronesa con mayor poder de todo el partido. De un perfil ciertamente inexperto para un tono presidencial, a una candidata compacta, que ha tenido que mediar entre su socio de gobierno y su socio de investidura para conseguir llegar a un acuerdo final que ya es un hecho.
Ahora también tendrá que lidiar con sombras -ahí están las informaciones que apuntan a una posible irregularidad en la donación de un inmueble familiar o la petición de la Fiscalía de investigar a sus predecesoras en el caso Púnica-, pero ya desde su despacho en la Casa de Correos de la Puerta del Sol.
Hay quien puede pensar que se trata de un escenario maldito para las presidentas madrileñas, pero Ayuso quiere dar un portazo y empezar, otra vez. Que bien que lo ha trabajado.