La ciudad de Barcelona siempre ha tenido dos almas. Una narcisista y coqueta que le ha llevado a venderse a sí misma como una joya arquitectónica y cultural del Mediterráneo. También como una ciudad abierta, dinámica, cosmopolita y vanguardista, a la altura de metrópolis más aristocráticas y con bastante más peso histórico, como París, Madrid, Londres o Roma, y en abierto desprecio a su rango natural, que es el de ciudades como Marsella, Valencia o Nápoles.
Su segunda alma es la suicida. La que ha convertido la ciudad en diversos momentos de su historia, con el beneplácito e incluso el entusiasmo de sus ciudadanos, en una urbe caótica, montaraz y autoestructiva.
De la combinación de ambas almas han surgido sobrenombres tan cursis como inquietantes. Como el de 'Rosa de Fuego', invención del filósofo comunista alemán Friedrich Engels. O como el de 'Ciudad de las Bombas', el apelativo con el que era conocida Barcelona a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando de sus calles se enseñorearon los terroristas anarquistas de la época.
Nada comparable, en cualquier caso, a la orgía de violencia que se desató en la ciudad entre 1936 y 1939, bajo el mandato de Lluís Companys, el presidente mártir –y golpista– de ERC, de cuyas espaldas cuelgan 8.000 asesinatos. A día de hoy, los republicanos, con Oriol Junqueras a la cabeza, siguen reivindicando su legado sin empacho como modelo para Cataluña, pero también para Barcelona.
Si el alma que predominó en la Barcelona de los Juegos Olímpicos de 1992 fue la primera, la que ha poseído a la Barcelona de 2019, la de Ada Colau y el PSC, es la segunda. La primera alma convirtió a Barcelona en una ciudad de nivel europeo. La segunda la está devolviendo a su posición de los años ochenta del siglo pasado: la de una ciudad portuaria decadente que vive de la inercia de glorias económicas y culturales pasadas.
No ha habido día de este verano en que los barceloneses no se hayan desayunado con las noticias de los delitos de la jornada. Si la crisis de criminalidad de Barcelona fue un asunto de interés estrictamente local hasta principios de este año, aún cuando las cifras de la ciudad estaban más cerca de las de algunas ciudades sudamericanas que de las habituales en las urbes europeas de su mismo tamaño, a día de hoy el desgobierno municipal ya es comidilla nacional e internacional.
En el primer plano, el nacional, el Partido Popular pidió ayer mediante una proposición no de ley (PNL) que la Guardia Civil y la Policía Nacional intervengan de inmediato en Barcelona para frenar una crisis que ni la Guardia Urbana, el cuerpo de policía municipal, ni los Mossos d'Esquadra, el cuerpo de policía autonómica, parecen capaces de frenar. Y no tanto por falta de capacidad para ello como por falta de voluntad de sus responsables políticos. A la petición se sumó Cs por boca de su portavoz en el Parlamento autonómico Carlos Carrizosa.
En el plano internacional, a medios como la BBC, la revista Der Spiegel o el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung se sumó ayer martes la CNN con un vídeo en el que se habla de los nueve homicidios cometidos durante el verano en Barcelona –doce en lo que llevamos de año, dos más que en todo 2018– y del aumento de un 35% en los robos con violencia. También, del robo sufrido por el embajador de Afganistán el domingo por la noche en pleno centro de la ciudad y a sólo unos metros del Ayuntamiento de Barcelona.
No era la única mala noticia del día. A mediodía se hacía pública la cifra de tres agresiones sexuales cometidas en Barcelona en sólo una semana. Dos de ellas en el contexto de las fiestas del barrio de Gràcia. Esas en las que Ada Colau fue grabada hace unos días mientras los parroquianos del bar Pietro le cantaban "Ada, Ada, borracha, borracha". Y también las mismas en las que un grupo de radicales de extrema izquierda destrozaron el jueves de la semana pasada el decorado construido por los vecinos de la plaza del Nord por considerarlo "racista".
La embajada de los Estados Unidos avisa ya a aquellos de sus ciudadanos que se plantean viajar a Barcelona de la degeneración de la seguridad en sus calles. Pero los responsables políticos y policiales barceloneses continúan negando la envergadura de la crisis, con Ada Colau y el director general de los Mossos Andreu Joan Martínez a la cabeza.
En concreto, el desinterés de Ada Colau por el asunto es flagrante. A la hora de escribir este artículo, tres de los cuatro últimos tuits de su perfil de Twitter hacen referencia al Open Arms, un tema en el que el Ayuntamiento de Barcelona no tiene competencias. En uno de esos tuits, la alcaldesa de Barcelona le exige a Pedro Sánchez y al resto de países de la Unión Europea que "abran una crisis diplomática" contra Italia y su ministro de Interior, Matteo Salvini.
A día de hoy, hasta aquellos que loaron la decisión de Manuel Valls de facilitar la investidura de Ada Colau con el objetivo de evitar la de Ernest Maragall (ERC) empiezan a dudar de lo acertado de la decisión. Que muchos barceloneses constitucionalistas hayan empezado a pensar en voz alta que quizá el mal menor no era en realidad Colau, sino el separatismo, da la verdadera medida del estado de postración frente al crimen en el que se encuentra la ciudad.
Para Barcelona, la elección no es ya entre su alma narcisista y la suicida, sino entre el suicidio o una enfermedad mortal. "Es lo que han votado los barceloneses" dicen muchos españoles en las redes sociales. Y tienen razón. Ninguna ciudad ha sido más libre que Barcelona a la hora de escoger la forma de su caída en la irrelevancia.