"El día en que la iban a matar, la legislatura se levantó...". Un par de diputados, a orillas de las nueve, entraban al Congreso con el manido símil de Crónica de una muerte anunciada prendido del labio. Ninguno de los 350 parlamentarios albergaba sorpresa y eso era lo más doloroso para el votante: tendrá que regresar a las urnas a sabiendas de que quienes podían remediarlo nunca mancharon sus manos de verdadera negociación.
Ante esta circunstancia cabe la indignación... o la siesta. Una señora de larga melena rubia, recostada en la tribuna de invitados, dormía al poco de empezar envuelta en un mantón color beige. Aplicada -a costa del contribuyente- la campaña permanente revisable, sus señorías se descalificaban con desenfreno. Incluso a gritos. Pero la maja dormida conciliaba el sueño con admirable tenacidad.
El pueblo, encarnado en aquella señora, mostraba a los diputados su desidia: "No queremos votar". Y los diputados, como vienen acostumbrando, discutían entre ellos... de espaldas a la hacedora del reposo incorruptible.
Más allá de la metáfora, ¿quién narices es ella? ¿Quién se planta un miércoles por la mañana en el Congreso para echar la siesta? ¿El soniquete de la Cámara es ya tan eficaz como el hilo del Tour de Francia?
Abajo, en la arena, funcionaba ese "mundo al revés" que tanto ha mentado Albert Rivera en relación a Cataluña. Fíjense si la cosa amanecía pasada de rosca: un diputado de Vox, Ignacio Garriga, se convertía en el más firme defensor del lenguaje inclusivo. Improvisado feminista, insistía en laudar las "cuerpas" de seguridad del Estado. Una y otra vez.
Cayetana Álvarez de Toledo, en su decimonónica refriega habitual con Carmen Calvo, también se subía al carro: "Esto lo pagan todas las españolas". Y la vicepresidenta, que podía haber tirado de ironía, estaba tan cegada por asestarle el golpe que no supo aprovechar la ocasión.
Calvo, como Rafael Nadal con el calzoncillo, ya ha encontrado los ademanes que la ayudan a concentrarse. Si atiza -véase la pugna con Cayetana- se pone las gafas. Si acaricia -revisen la respuesta al PNV-, se las quita.
Santiago Abascal, desdibujado Vox de un debate en el que no puede sumar con nadie, definió la semana pasada este teatrillo como "Lamentos de amor y traiciones". La portavoz del PP, adherida por un instante a ese tono de cantar de cantares, rimaba para atacar al Gobierno: "Este socialista teatro, este sanchista simulacro".
La puerilidad en los "noes" de PSOE y Podemos hace tiempo que convirtió a Gabriel Rufián -probablemente contra su voluntad- en un estadista. Con sorna, como cada semana desde las elecciones, interpretaba el papel del padre que suplica un acuerdo a sus hijos. Y Pedro Sánchez le contestaba con medida delicadeza, no se le vaya a torcer una de las patas del actual banco socialista. Rufián arqueaba las cejas cuando escuchaba al presidente y, ante su manifiesta inconsistencia, encontraba la complicidad en algunos diputados de Ciudadanos.
Las cejas de Rufián, como lo fueron las de Zapatero, son el gesto que define una época, aunque sea ésta tan fugaz. Como el de Esquerra Republicana, replicaban la estupefacción a uno y otro lado de la bancada.
Si Ciudadanos sonríe a Rufián y Vox y Cayetana emplean el lenguaje inclusivo, ¿qué nos queda? Volver a votar. "Escucharle a usted hablar es como cuando llueve; hay que abrir el paraguas", le decía Calvo a la portavoz del PP. Quizá piensen lo mismo los españoles de otros 349 diputados cuando vean el telediario de hoy.