El pasado lunes, casi al mismo tiempo que el Rey Felipe VI iniciaba la ronda de conversaciones con los líderes políticos de cara a una nueva sesión de investidura, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, se descolgaba con una propuesta sorpresa: la abstención a cambio de tres compromisos por parte de Sánchez (romper el acuerdo con Bildu en Navarra, aplicar el 155 y no subir impuestos).
Después de meses negándole el pan y la sal a Pedro Sánchez, evitando incluso reunirse con el presidente en funciones, las encuestas del fin de semana en las que Ciudadanos aparecía como el gran perjudicado de una nueva convocatoria electoral –podría perder casi la mitad del apoyo del pasado mes de abril– le hacían cambiar de estrategia, lo que además fue recibido con parabienes por parte del sector crítico de su partido.
La oferta, sin embargo, no hizo mella en Pedro Sánchez, dispuesto a llevar al país a una nueva convocatoria electoral costase lo que costase. Sólo había algo que podría poner en apuros al presidente en funciones: ¿Cómo decirle que no al Rey, si tanto Ciudadanos como el PP se comprometían a abstenerse?
Las condiciones exigidas por Rivera eran perfectamente negociables, y eso lo sabían en la sede del PSOE, donde saltaron todas las alarmas. Si Pablo Casado unía sus votos a la abstención de Ciudadanos, no les quedaba más remedio que aceptar la designación real. Y eso suponía dar al traste con la estrategia llevada a cabo desde el primer momento, que no era otra que provocar unas nuevas elecciones en las que la caída en votos y escaños de Ciudadanos se entendiera como una moción de censura a la postura de Albert Rivera.
En el tejado del PP
Así que la pelota estaba en el tejado del líder del PP. Y éste se encargó de mantener el suspense casi hasta el último momento y sólo a última hora de la noche la dirección del partido emitía un comunicado en el que venía a decir que había sintonía con Ciudadanos pero que quien tenía que moverse era Pedro Sánchez. Eso, en principio, era como decir que el PP se mantenía en el no, pero dejando una puerta abierta.
El presidente en funciones decidió al día siguiente efectuar una ronda de llamadas, aunque la que de verdad le interesaba era la conversación con Pablo Casado: “¿Vas a apoyar a Rivera en lo de la abstención?”, le preguntó Sánchez a Casado. “No”, contestó el líder del PP. “¿En ningún caso?”, insistiría Sánchez. La respuesta de Casado fue contundente: “No vas a ser presidente ni con los votos ni con la abstención del PP”. Sánchez respiró tranquilo. “Pues entonces vamos a elecciones”, concluyó.
La abstención de Ciudadanos no era suficiente, Rivera necesitaba el concurso del PP para que su estrategia saliera adelante y Sánchez pudiera gobernar en minoría. Y Casado le dio la espalda, un desaire que provocaría horas después la reacción del líder de Ciudadanos negando –al menos por el momento- cualquier posibilidad de acuerdo con el PP para ir juntos en las elecciones, ni siquiera al Senado.
Casado, por su parte, nunca ha dudado de su posición contraria a facilitar un Gobierno de Pedro Sánchez, y ha hecho oídos sordos a las presiones de algunos barones del partido –Feijóo, Alfonso Alonso…- que le planteaban esa posibilidad a cambio de un acuerdo como el esgrimido el lunes por Rivera. Es más, salvo sorpresa electoral, la voluntad de Casado es mantener esa misma negativa a Sánchez después del 10 de noviembre, y dejar la pelota de una posible colaboración con el PSOE en el tejado de Ciudadanos. Que, en el fondo, es lo que quiere el líder del PSOE.