Ya no son molinos, es Errejón. Ya no es un colega cabreado, son escaños morados que comienzan a teñirse de verde. El tiempo ha corrido mucho desde las greñas y las pintadas en la Complutense. Con la dirección de Podemos, ocurre como con Los Serrano: el espectador tiene ganas de ver qué les ha sucedido a esos adolescentes que ahora transitan la vida adulta. El primer episodio de esta trama se estrenó el domingo por la tarde a orillas de Chamberí. Íñigo y sus amigos quieren trabajar la tierra... Con la esperanza de que Pablo y los suyos sigan con ese afán tan religioso: desear el cielo y renunciar al Gobierno.
Podría decirse que Más Madrid es un Podemos modernizado si no fuera porque también disfruta la tradición asamblearia. Sucedió en un centro cultural, donde trescientas personas sin censar decidían el rumbo del proyecto con dos tarjetas de cartulina: una roja y otra verde. Recortadas súbitamente, como cuando tocaba hacer de árbitro en el colegio. Dos chicos voluntariosos, como teletransportados desde Mayo del 68, repartían las credenciales con profusión. Tanta que les fue brindado el sufragio a fotógrafos y periodistas.
"¿Queremos seguir adelante y presentarnos a las elecciones del 10-N?". Y los trescientos fieles -a excepción de tres o cuatro pablistas inflitrados- alzaron la papeleta verde. "¡Cómo se nota que no hemos repartido las rojas, eh!", bromeaba un tipo al celebrar la victoria. Lo que vendrá será puro trámite. Íñigo, que estaría viendo por cuarta vez la última temporada de Juego de Tronos en versión original, ya ha recibido el mensaje que buscaba escuchar y dará un paso adelante. Luego se detallarán las circunscripciones... ¡y a jugar!
Aunque esto sea asambleario, es algo muy serio: Más Madrid busca dibujar un partido "pragmático" a la izquierda del PSOE, "cansado del comunismo clásico y del asalto a los cielos". Errejón -explicaba en privado uno de sus colaboradores- pretende arropar a todos aquellos que huyen del avejentado socialismo, pero que temen la deriva de Iglesias. Lo confirmaba a gritos una señora: "¡En las generales siento miedo! Ya no hay nadie que me represente". Y esa masa crítica ya ronda, según la encuesta de este periódico, los diez escaños.
El itinerario fue el siguiente: la "mesa de dinamización" -el término no aparece en los diccionarios de Juan Carlos Monedero- está en el centro de un patio interior, donde la militancia intervenía armada de un megáfono: "¡Le toca a Carmen, de Fuencarral! ¡Ahora a Nieves, de Vallecas!". Para colmo, el altavoz no funcionaba. Una anciana de muletas, apoyada al fondo en una esquina, agarró a Nacho Murgui, concejal del Ayuntamiento de Madrid, y le dijo: "No se oye nada. Porque os quiero mucho, que si no... ¡os daba un capón!". Los árboles -todos ellos- eran de hoja morada. ¿No había otro centro de características similares en todo Madrid, Íñigo?
La "mesa de dinamización", que cualquiera imaginaría como una nave espacial a la altura de la Estrella de la Muerte, era un mueble de biblioteca pública con unos cuantos ordenadores encima. Brillaba un Mac desacomplejado, a salvo, mimado por una izquierda posibilista, renacida, más arraigada a la España de 2019 que a la Rusia de 1917. Dicho de otra manera: a Errejón no podría ocurrirle con las tortitas del VIPS lo que a Espinar con la Coca-Cola.
El errejonismo también se distancia del pablismo en lo estético: el Galileo se inundó de Levi's, camisas abotonadas hasta el cuello, zapatos... ¡hasta un sombrero hongo! Se trata de una especie de hispterismo ilustrado, muy lejos de las chaquetas de chándal, los pendientes de aro y la corbata negra con el nudo mal hecho. Errejón, al contrario que su otrora amigo, entendió hace tiempo que, una noche de placer, permite también el bestseller en lugar de Gramsci.
"Tampoco nos avergonzamos de la bandera de España, podemos abrazarla sin complejos", recalcaba una de las mentes pensantes de Más Madrid. Muy en línea con Errejón -que siente envidia de la Marsellesa y el jalear de banderas de los vecinos-, este hombre desgranaba que la intención del proyecto también pasa por combatir la "apropiación de los símbolos nacionales" a la que acostumbra la derecha. Ay, Pablo, ¡eso sí que sería un adelantamiento! ¿Y qué pasa con Franco? Íñigo enfrentará este reto: hablar todo el día del dictador o hacer de su política, como Celaya con su poesía, "un arma cargada de futuro".
Completaban el paisaje aquellas banderas de tela blanca donde lucen los rostros de Carmena y Errejón. La primera, por cierto, le dijo que "no" al líder cuando le propuso encabezar la lista de las generales, y nadie la ha apuñalado.
¡Rita... Barberá!
Ahí está la -por ahora- virtud que podría garantizar vida a Más Madrid si un día logra las mismas cuotas de poder que Iglesias. "Aquí también existen las familias", explicaba con severo afán pedagógico un miembro de la candidatura, pero "de momento" -ay, qué importante el matiz- "no se matan entre ellas", "se complementan".
Este es el esquema: por un lado están los errejonistas, aquellos que se batieron contra los pablistas, y que guardan en su mochila un pasado morado. Véase, por ejemplo, a Rita Maestre, que casi se cae de la silla cuando una mujer la propuso como candidata al grito de "¡Rita Barberá!". En medio figuran "los tanios" -son los propios integrantes de Más Madrid quienes utilizan el masculino-, que aúnan poder suficiente como para relegar a Clara Serra en la Asamblea. Su lideresa había dado a luz hacía muy poquito y ahí estaba, acurrucada la criatura junto al pecho. Y, por último, los "carmenitas", fieles a su alcaldesa. No debió de haber muchos de éstos en el centro cultural Galileo: los trescientos pundonorosos fieles aguantaron el chaparrón sin ninguna magdalena a cambio.
No son molinos, es Errejón. "Para hacerlo a medias, no lo hacemos. Nos presentaremos en todos los sitios que podamos". Tormenta en Galapagar.