Soy un estudiante del CEU San Pablo de Madrid. Tengo 21 años. Soy catalán, toda mi familia vive en Cataluña y quisiera compartir unas reflexiones sobre la estrategia que estamos siguiendo los constitucionalistas. ¿Y si nos hemos equivocado? ¿Y si los constitucionalistas hemos enfocado mal el problema? Parémonos a pensar.
En diciembre de 2006, el barómetro del Centre d'Estidis d'Opinió (CEO) decía que el 13,9% de los catalanes quería independizarse. En diciembre de 2013, tras el anuncio de Artur Mas de celebrar al año siguiente la consulta del 9-N, el sondeo marcó un histórico 48,5%. En siete años, el apoyo a la independencia aumentó un 348,9%.
Los que estemos en contra de la independencia podremos quejarnos y buscar excusas para engañarnos, como que la culpa es del adoctrinamiento en los colegios, de TV3 y los medios subvencionados o del odio que viene inoculándose hacia lo español. No es que esos motivos sean falsos, de hecho han sido cruciales, pero nos equivocaremos si decimos que son la causa principal. ¿Quieren saber cómo ocurrió?
Los constitucionalistas debemos de analizar cómo ha crecido el independentismo y cómo, en tan pocos años, ha conseguido que personas contrarias a la independencia cambien de opinión y se adhieran a él. Si ellos lo han logrado, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros y revertir la situación? El secreto está en cambiar el discurso.
Estamos ante una gran e inteligente obra de ingeniería social cargada de sentimentalismo. A la gente, no hablo solo de jóvenes, le han ofrecido un nuevo y más próspero país por el que luchar, un sentimiento que defender y una injusticia que combatir. Han utilizado la ilusión del pueblo como motor del movimiento, desechando sentimientos ya caducados.
Muchos de los que hoy cuelgan 'esteladas' de sus balcones hace unos años creían en España. ¿Qué les ha pasado?
Muchos de los que hoy cuelgan esteladas de sus balcones hace unos años creían en España. ¿Qué les ha pasado? Han perdido la fe y se han dejado seducir por un proyecto que sonaba mejor, por un discurso de esperanza que prometía mejorar las cosas. Por lo tanto, eso es exactamente lo que hay que hacer: crear una nueva ilusión. La construcción de una nueva España.
El victimismo de "votar no es un delito" ha cegado a mucha gente en Cataluña, una de las regiones con mayor autogobierno de Europa, hasta el punto de creer que viven en una dictadura donde todo se decide en Madrid. El silogismo es tan simple como falso: puesto que en las democracias se vota, entonces, cualquier cosa, solo por el hecho de ser votada, tiene que ser democrática. Pues no. Durante el franquismo se celebraron dos referéndums nacionales y dos elecciones generales en el 67 y el 71. La democracia es mucho más que urnas. La democracia es respetar también las normas que todos nos ponemos, porque si no, ¿de qué nos serviría votar?
Aceptar que Cataluña tiene derecho a la autodeterminación es redefinir el significado de democracia. Ni Escocia ni Quebec se han acogido nunca a ese derecho. Los dos han celebrado referéndums respetando sus constituciones y acuerdos que han sido elegidos por el conjunto del pueblo, no solo por esas regiones. Un verdadero demócrata, como se autoproclama Puigdemont, no viola el principio de integración territorial de un país reconocido como democracia.
En un mundo globalizado, levantar nuevas fronteras, además de ser inútil, no es un derecho. No se es más catalán porque lo diga un DNI o un pasaporte.
Respondamos al nacionalismo con discursos de comprensión e inclusión. Ofrezcamos una alternativa al independentismo. Un nuevo proyecto que ilusione y que no renuncie a los sentimientos, todo lo contrario. Cambiemos el discurso.