Dado que el resultado de la votación se conocía hace ya días, el morbo del debate de la moción de censura a Quim Torra anduvo ayer en otros detalles. Como, por ejemplo, en cómo argumentaría el PSC su enésimo regate al constitucionalismo. O en cuál sería el nivel de entusiasmo con el que ERC y la CUP apoyarían a un presidente al que desprecian y al que sólo une su rechazo, aún mayor, por la Constitución. Pero, sobre todo, en qué tal se desenvolvería Lorena Roldán en su bautismo como líder de Ciudadanos en Cataluña.
Para Roldán el escaparate era inmejorable, pero también endemoniado. A las puertas de unas elecciones generales, sin apenas rodaje en el Parlamento catalán, con el partido anunciando una importante caída en todos los sondeos y con una más que evidente debilidad: como han señalado otros comentaristas, el PSC habría tenido mucho más difícil desmarcarse de la moción de censura si la líder de Ciudadanos en Cataluña fuera todavía Inés Arrimadas, la ganadora en votos y en escaños de las elecciones autonómicas de 2017.
Como era previsible, la moción de censura se la hicieron ayer a Lorena Roldán los partidos nacionalistas del Parlamento regional catalán, que son todos menos Ciudadanos y el PP. La inversión de la lógica habitual en democracia, aunque excepcional en la Cataluña nacionalista, permitió sin embargo ver a una Lorena Roldán al ataque y también a una Lorena Roldán a la defensiva. Como cuando ventiló a Meritxell Budó, portavoz del Gobierno de Torra, recordándole su viaje a Waterloo pagado con fondos públicos. Budó la había acusado segundos antes de "hacer un uso interesado y fraudulento del Parlamento".
El trabucazo de Iceta
En realidad, dieron igual el tono y las maneras, y no digamos ya el fondo del discurso de Roldán. Para el nacionalismo catalán, cualquier discrepante con la ideología oficial, enarbole una maza o una pluma, es calificado de "crispador" y de "oportunista". Que Roldán iba a heredar el calificativo de "montapollos" con el que durante tanto tiempo se insultó a Inés Arrimadas en Cataluña ni cotizaba en las casas de apuestas. Dicho y hecho.
El trabucazo del día corrió sin embargo a cuenta de Miquel Iceta, que dijo que obligar al PSC a escoger entre Torra y la libertad era "totalitario". En la lógica catalana, calificar de totalitario al primer partido de la autonomía no es montar el pollo o crispar, sino puro feng shui.
"Torra machaca a Roldán", dijeron los comentaristas habituales de la prensa catalana a cuenta del petardazo y en estricto cumplimiento de ese contrato que dice que los diputados nacionalistas se encargan de jalear a presuntos terroristas en el Parlamento catalán y la prensa nacionalista, a cualquiera que acuse a Ciudadanos y PP de franquistas, de extremistas o de totalitarios.
A Roldán la observaban desde el gallinero del Parlamento la propia Inés Arrimadas y Albert Rivera. También Cayetana Álvarez de Toledo, que plantó cara con contundencia a Miquel Iceta en los pasillos del hemiciclo. "Votad con los constitucionalistas", le exigió Álvarez de Toledo al líder del PSC. "Aunque podemos ir con vosotros, no iremos a cualquier sitio", respondió un Iceta que no se tomó muy bien la insinuación de que carece de principios. "¿Pero cómo que a cualquier sitio? No es cualquier sitio, es a la democracia y a la Constitución", remató la portavoz del PP.
El enemigo en casa
El principal handicap de Roldán fue, sin embargo, el cinturón de castidad que su propio partido impone a sus altos cargos y que limita su rango de argumentos a los predeterminados por los responsables de marketing del partido. En consecuencia, y como es habitual en los políticos de la formación naranja, Roldán destacó cuando pareció usar sus propias palabras y sonó repetitiva y teatral cuando se limitó a replicar los latiguillos habituales del partido.
En el haber de Roldán, por ejemplo, su recurso al Quijote para exponer a la luz la demencia del procés: "No es una república, es un golpe de Estado. No es el muy honorable presidente Puigdemont, es un fugado de la Justicia. No son presos políticos, son presuntos delincuentes. No es la revolución de las sonrisas, son explosivos. No son mártires, son presuntos terroristas. No son gigantes, son molinos". En un Parlamento instalado en la fantasía de una república en lucha con el franquismo de un imperio de legionarios castellanos, las palabras de Roldán sonaron tan liberadoras como las del niño que se atrevió a decir que el rey iba desnudo.
En el debe, los ya mencionados latiguillos. Y a la cabeza de ellos ese habitual "basta ya" que se ha acabado convirtiendo en marca de fábrica de Ciudadanos. Y no para bien. Porque ese "basta ya", repetido hasta la extenuación, siempre teatral y siempre carente de fuerza por su uso y abuso, complacerá seguramente a los asesores de comunicación del partido, pero corre el peligro de alienar a aquellos que buscan en Ciudadanos la frescura que se le supone a un partido nacido para romper con los tics de la vieja política. Haría bien Roldán, en fin, en desmarcarse de los clichés de su partido y encontrar su propio estilo.
El recuerdo de Arrimadas
Es obvio que el objetivo de Roldán con esta moción de censura no era derribar a Torra, sino hurgar en las contradicciones del PSC. Lo explicaba bien David Gistau en su artículo de este domingo en el diario El Mundo: no existe mayor ventaja táctica que obligar al adversario a hacer aquello que no puede evitar hacer aun a sabiendas de que le perjudica. Gistau lo decía por esa derecha que no puede evitar caer en la trampa de la exhumación de Franco por miedo a ser calificada de blanda por los suyos. Pero también la izquierda tiene sus debilidades. Y la del PSC es el nacionalismo.
Si ese era el objetivo, Roldán superó la velada con nota. Si hay algo que saca de sus casillas a Miquel Iceta eso es Ciudadanos, que es al líder del PSC lo que Rosa Díez era para Mariano Rajoy: un disparador de repulsión instintiva. Pero si el objetivo era hacer olvidar a Inés Arrimadas, de nada sirve ocultar que a Roldán todavía le quedan grandes los zapatos de líder del partido en Cataluña y que la fruta aún verdea.
Tiempo tendrá Roldán, en cualquier caso, para rodarse. Quizá la misma acumulación de acontecimientos –sentencia del procés, reacción en las calles de Cataluña, elecciones generales, foco centrado en Albert Rivera– acabe jugando a su favor. De momento, Roldán ha conseguido que hoy, en Cataluña, sólo se hable de ella y de Miquel Iceta. Es un primer paso en la buena dirección.