Puede que las calles barcelonesas estén envueltas en humo. Pero, paradójicamente, el escenario político catalán jamás ha sido más transparente que durante esta última semana. Caótico, pero transparente.
Porque la partida de ajedrez que durante el último año y medio se ha desarrollado entre ERC y JxCAT ha entrado en su fase final. Las posiciones se han fortificado, las estrategias han quedado expuestas a la luz del sol y las primeras piezas están a punto de caer. Y la primera de esas piezas para las que ya se ha firmado sentencia de muerte es Quim Torra. Es decir, Carles Puigdemont.
La sentencia del Tribunal Supremo y las protestas han actuado, como era previsible, de detonante del plan maestro. Hace apenas diez días, el PSC se negó a apoyar la moción de censura contra el presidente de la Generalidad presentada por Ciudadanos. Hoy, Miquel Iceta pide su dimisión, Pedro Sánchez se niega a cogerle el teléfono, los tertulianos habituales en las televisiones nacionales le responsabilizan de la violencia con una insólita unanimidad y ERC apoya sin fisuras al consejero del Interior catalán Miquel Buch, sabedores de que Torra y Puigdemont quieren su cabeza.
Dicho de otra manera. Torra está amortizado y su nombre ya ha sido tachado con una cruz de la Cataluña que ERC, el actual partido hegemónico del nacionalismo, está diseñando para los próximos cuatro años. Mientras de cara a su público ERC y JxCAT fingen unidad, los republicanos, por boca de Joan Tardà, exigen nuevas elecciones "cuanto antes" con el objetivo de formar un Gobierno que represente "mayorías más amplias".
Ese Gobierno de "mayorías más amplias" no es el que ha gobernado Cataluña durante los años del procés, sino un nuevo Tripartito formado por ERC, el PSC y la marca local de Podemos, los comunes de Ada Colau. Una fuente cercana a la cúpula del PP catalán confirma la tesis. "Ese es el plan, efectivamente".
Un cupo catalán
Cuando le pregunto a mi fuente si el objetivo a medio plazo es un nuevo Estatuto para Cataluña de espíritu federal y un nuevo sistema de financiación muy similar al vasco, vuelve a darme la razón. Cuando le pregunto si el objetivo a largo plazo es un referéndum de autodeterminación en un plazo de diez a quince años, tal y como adelantó Iceta hace apenas unos meses, me la da de nuevo. "Ese es su plan. Pero te olvidas de algo. Torra y Puigdemont buscarán un Maidan en Cataluña para que eso no ocurra".
El plan de ERC, en efecto, tiene lagunas. Porque ERC domina los sondeos, pero no la calle. Dicho de otra manera. En el independentismo de hoy no hay sólo una fractura entre ERC y JxCAT, sino entre la calle y los partidos políticos. La gran pregunta a día de hoy es ¿quién manda en el independentismo? O mejor dicho, ¿quién ocupa la vía más amplia?
Entre 2012 y 2017, esa vía amplia fueron ERC y JxCAT. Entre 2017 y 2019, la ANC y los CDR, convertidos en la voz de esa sociedad civil catalana frustrada con sus líderes políticos. Unos líderes que les prometieron una república sin atreverse a implementarla cuando más cerca estuvieron de ella. Ahora, quien marca el ritmo en la calle, aunque no en las instituciones, es Tsunami Democràtic, una más de las muchas herramientas con las que Carles Puigdemont pretende controlar la Cataluña posterior a la sentencia del procés.
Gritos de 'botifler'
La enorme pitada que se llevó Gabriel Rufián ayer por la noche, cuando hizo acto de presencia en la concentración independentista convocada en el centro de Barcelona, es la constatación de esa ruptura entre el separatismo radical, el que sigue todavía hoy saliendo a la calle, y ERC. Atronaron los gritos de 'botifler', el término catalán despectivo con el que se define a los traidores. A cambio, los sondeos electorales confirman que la apuesta de los republicanos por atemperar los ánimos y moverse hacia posiciones cercanas a las del PSC está dando resultado.
Es una obviedad que el separatismo se ha desinflado en las calles al mismo tiempo que sus sectores más radicales, frustrados por la falta de resultados del procés, se lanzaban a la violencia. Los separatistas son hoy los mismos que hace un año o dos, pero los sectores duros se han fanatizado y los menos duros han reducido marchas. Paradójicamente de nuevo, es la burguesa JxCAT la que representa a los primeros y la ERC que en 2017 presionó a Puigdemont para que declarara la independencia la que representa hoy a los segundos.
El caos ha llegado hasta los propios partidos y un solo ejemplo basta para demostrarlo. Las juventudes de ERC piden la dimisión del consejero de Interior Buch, mientras el partido le apoya. Buch pertenece a JxCAT, pero son precisamente los sectores más radicales de su partido, con Torra a la cabeza, los que piden su dimisión. Otro sector, que podríamos identificar grosso modo con 'la vieja' Convergencia, la de Artur Mas, le apoya frente a Torra y Puigdemont.
Pero la situación ahora mismo en Cataluña es muy volátil. Y no tanto por la violencia y los disturbios, que como es obvio amainarán algún día, como por los equilibrios a los que se ven obligados los líderes de ERC y de JxCAT para no alienar a sus bases. "Todos mis contrincantes tienen un plan hasta que les suelto el primer puñetazo" decía Mike Tyson. Puede que ese puñetazo para ERC y JxCAT sean las elecciones generales del 10 de noviembre. Porque si alguna vez los partidos nacionalistas catalanes han deseado una victoria contundente del PSOE, es ahora.