Cristian Campos (Barcelona, 1973) maneja el escalpelo con pulso de forense, pero sobre todo con el dominio de quien sabe dónde hendir el filo y hurgar: después de todo, él mismo ha estado en las tripas del monstruo que disecciona.
En La anomalía catalana (Deusto, 2019) el periodista de EL ESPAÑOL corta, examina y pesa con meticulosidad cada víscera del "enjundioso problema", por decirlo en terminología orteguiana. El resultado no es sanguinolento. Al contrario. La ironía y el fino humor inglés de Campos permiten digerir hasta la más espantosa de sus revelaciones. Eso sí, cada vez que uno cierra el libro se lleva la sensación de haber visto desnudo el nacionalismo, de frente, sin adornos, con la mayor crudeza.
El bisturí corta. "Como relato emocional, el nacionalismo es invencible, dota de trascendencia la vida de hasta el más anodino de sus acólitos". Y vuelve a seccionar. "Al proceso de desmantelamiento gradual de la soberanía española se le ha llamado negociación. ¿Qué ha cedido Cataluña en esa negociación?". Otra vez. "El éxito catalán, su cacareada superioridad es más atribuible al PIB que a la genética". Y otra. "Ningún mito se desmonta con datos, sino con otro mito; es decir, con una mentira mejor". Y otra más. "El catalanismo moderado no existe, es un producto de marketing". No se detiene. "A lo que se ve, Cataluña es el único territorio del planeta oprimido por sus clases bajas".
Diremos que Cristian Campos es un optimista bien informado. Por eso ve difícil solución al golpe separatista. "Si a ellos les ha llevado 40 años llegar a este punto, deshacerlo nos va a costar otros tantos. Será un trabajo muy lento, de financiar asociaciones civiles opuestas al nacionalismo. Y tienes que recuperar la educación, intentar gobiernos constitucionalistas... Yo no sé si los partidos políticos españoles están por ello. Lo que está claro es que la convivencia ha quedado rota para varias generaciones", manifiesta con su libro sobre la mesa, recién salido de imprenta.
Las grietas de la democracia
"Ese es un debate que tengo con Cayetana [Álvarez de Toledo]", continúa. "Ella es optimista. Tiene la idea de que la democracia siempre se abre camino, aunque sea con dificultades... Yo no estoy tan seguro de eso. El nacionalismo, como el populismo, está encontrándole las grietas a la democracia".
Está convencido de que son los catalanes constitucionalistas quienes van a pagar el procés: "Somos invisibles en Cataluña y, salvo para algunos políticos, también aquí [la entrevista se realiza en Madrid]. Y eso tendría que cambiar, no ya por esos catalanes que llevan 40 años perdiendo, sino por defender la democracia española y lo que encarna: una sociedad inclusiva, moderada, respetuosa con los derechos y libertades...".
"El esperpento se resume con una imagen", lamenta. "Pedro Sánchez sólo será presidente si se lo permite un presidiario condenado por un golpe contra el orden constitucional. Y si Sánchez es presidente, lógicamente será a cambio de algo, y ese a cambio de algo es la mitad de los catalanes que no estamos de acuerdo con el separatismo".
El periodista sostiene que el nacionalismo ha encontrado un aliado en la izquierda española porque ambos comparten "mitos fundacionales": "La izquierda y el nacionalismo comparten un rasgo muy claro, y es que no consideran la democracia como un fin, sino como un medio para llegar a la sociedad ideal que ellos quieren. Para los liberales y los conservadores, en cambio, la democracia es un fin en sí mismo".
La deriva totalitaria
Le digo a Campos que, extrañamente, en las páginas de La anomalía catalana no se habla de violencia. Al menos no de forma explícita. Y sin embargo, impregna y salpica al lector entre renglones. "Es el nacionalismo", explica. "El nacionalismo moderado no existe. Cuando uno pone pie en pared y dice 'has llegado al límite, de aquí no se puede pasar', entonces muestra su verdadera cara. El otro día, en TV3, una portavoz de Arran, las juventudes de la CUP, decía abiertamente que ellos no creen en los derechos individuales, que sólo creen en los derechos colectivos, y que para defenderlos no se sienten limitados por las leyes. Es un discurso que te lo podría haber firmado Hitler, Mussolini o Stalin. Y esta chica está en la televisión pública catalana haciendo un discurso totalitario. Es aberrante. Pero se acepta con normalidad".
Sí. Está el vértigo a la deriva totalitaria. "Primero nos llamaban charnegos, después colonos, y ahora ñordos, o sea, mierdas. Es el desprecio absoluto, la deshumanización del otro". La amenaza de la ingeniería social: "Fomentan un tipo de inmigración determinado porque consideran que los latinoamericanos vienen con el idioma español incrustado y se resistirán a desechar su lengua. Por eso prefieren magrebíes. Hay una inmigración buena y otra mala, y lo que las divide es la lengua". Y la impostura permanente: "Reclamaban que los niños, para poder ser educados correctamente, debían hacerlo en la lengua materna; el catalán en su caso. Ahora defienden todo lo contrario. El nacionalismo es una contradicción continua. Según les convenga, el catalán está amenazado y a punto de desaparecer o es una lengua que, vamos, detrás del inglés y el mandarín, ella".
Para Cristian Campos el nacionalismo y el populismo han destrozado la sociedad catalana, una región próspera, moderna, de las más ricas de Europa. "Vivimos, o vivíamos, mejor que la amplia mayoría del resto de españoles y mejor que el cien por cien de los catalanes que nos han precedido en la historia: con más autonomía, más bienestar, con derechos y libertades iguales o superiores a los de las democracias de nuestro entorno. Y ahora...".
Asoma la amargura. La voz se vuelve grave. "Yo, por ejemplo, no tengo pensado volver a Barcelona ni a corto ni a medio, ni siquiera a largo plazo. Se ha roto lo más básico. Porque no se trata de una discrepancia política: es gente que, directamente, no quiere vivir contigo. Se ha roto el sustrato más básico de la sociedad".
La anomalía catalana (Deusto, 2019) se presentará el próximo 12 de diciembre a las 19:30 en la Casa del Libro de Madrid (Gran Vía, 29).