La metáfora más cristalina de lo que sucede entre Pedro Sánchez y los separatistas tiene que ver con la geografía del Congreso. Habla Laura Borràs, de Junts per Catalunya, que se sienta en el gallinero, a la espalda del presidente. Él la escucha mirando al techo, como Moisés a Dios en el desierto.
Borràs, igual que cuando fue a ver al Rey, lleva una mariposa amarilla prendida de la americana. Ya conocen la teoría del caos y aquel viejo proverbio chino: “Su aleteo se puede sentir al otro lado del mundo”. Universalmente hablando, quizá sea tan literario como exagerado, pero el efecto mariposa a la catalana funciona con rigor marcial: el leve aleteo de la mariposa de Borràs pone patas arriba Moncloa.
“Nos hemos manifestado pacíficamente”, clama la portavoz de Puigdemont en Madrid. Entonces, una enorme carcajada. Tan multitudinaria que, seguro, tiene su eco en la bancada del PSOE. “Queremos un referéndum”. Y ahí está Sánchez, que eriza las orejas ante esa voz que cae del cielo.
Minutos antes de comenzar la sesión de control, Irene Montero charlaba con Borràs en el foso del Congreso. Eso era otra cosa: mohines, cariños, que si ya hablaremos, que si la “mesa del diálogo” es estupenda… Sánchez, ahora, ante el catecismo de la diputada catalana, entrelaza las manos y permanece impasible. El pagador del frac sabe que no le queda otra. Menos mal que sus socios de coalición apuestan, de verdad, por hacer el camino del independentismo al andar. ¿Quién iba a sonreír si no en la foto de familia?
“Ustedes no han conseguido la mayoría social”, contesta Sánchez imbuido de constitucionalismo. “¿Y si la conseguimos, la aceptarán?”, rebate Borràs. Ay, la mariposa, que es capaz de provocar un huracán.
La conclusión de Sánchez, escrita previamente en el gabinete redondista, es ésta: “Tras diez años de reproches, empieza el diálogo. Vamos a ir con el mejor de los espíritus”. Y Sánchez tiene razón: hace ya mucho que esta discusión se tornó más esotérica que política.
Pablo Casado, que goza del primer turno en calidad de líder de la oposición, intenta pescar su minuto de telediario, pero aprovecha el "coronavirus" para hablar del “virus independentista”… y vuelve a dejar a la Ítaca del centro político sin su Ulises. Inés Arrimadas, debido a sus diez escaños, no puede preguntar al presidente esta mañana. Si a esto se suma que Vox retoma, a través de un diputado novato, su tono de novela de caballerías… Una oposición inmejorable para no inquietar demasiado a ese emperador al que no le importa caminar desnudo mientras sea emperador.
Sánchez se levanta y se abrocha la americana. Sánchez se sienta y se desabrocha la americana. Unas cuantas veces. Sale en su ayuda Aitor Esteban, el hombre al que todos querríamos abrazar en la sobremesa de una sidrería. Tono conciliador, amistoso incluso… y para cuando te has dado cuenta, el PNV ha ganado el mus y te ha encasquetado la cuenta.
En el día de la espinosa mesa de negociación, Esteban habla de la política agraria, del Brexit, del Ecofin y de “todos esos asuntos europeos que pasan de refilón”. Sánchez asiente de manera mecánica, da las gracias y, quizá sin darse cuenta, suelta una frase que pone de acuerdo a los 350 diputados: “El debate en esta Cámara suele ser endogámico”. La culpa no es sólo de la mariposa, sino también de quien la mira.