El cardenal Juan José Omella, elegido presidente de la Conferencia Episcopal, llegó a Barcelona en 2015, en pleno auge del proceso separatista promovido por la Generalitat. En poco tiempo supo ganarse la confianza de las elites locales y gubernamentales, pese a no ser catalán y en un mundo -el de la Iglesia catalana- que ha sido uno de los pilares del nacionalismo.
“Al principio lo consideraban un submarino, por no ser catalán y lo recibieron con la boca medio cerrada y medio abierta”, explica el especialista en la Iglesia catalana y autor del blog sobre cristianismo Germinans Germinabit, Oriol Trillas.
Antes de aterrizar en Barcelona, fue cardenal en Zaragoza, donde se desplazó procedente de Cretas, su pueblo natal. Se trata de un municipio turolense en el que se habla también catalán, lengua materna de Omella. Esta conexión lingüística contribuyó a su integración en las altas esferas de la sociedad catalana.
Pronto se convirtió en uno de las personas de confianza de Oriol Junqueras, presidente de ERC y cristiano devoto. Hasta el punto que el 20 de septiembre de 2017, día de las protestas ante el Departamento de Economía y considerado el episodio central para condenar a los dirigentes independentistas por sedición en el juicio del Tribunal Supremo, Junqueras llegó a la Consejería después de reunirse con Omella.
El entonces arzobispo de Barcelona ya se avino en ese momento a ejercer como posible mediador si el procés derivaba hacia estos derroteros. La Conferencia Episcopal Tarraconense (CET), que aglutina a los obispos de la región) emitió un comunicado en el que instaba a las diferentes administraciones públicas la gestión del bien común y la convivencia: "La Iglesia quiere ser fermento de justicia, fraternidad y comunión, y se ofrece para ayudar en este servicio en bien de nuestro pueblo".
“Hice lo que pude”
“A Omella le buscaron de los dos lados”, añade Trillas. Y es que pocos días después del 1-O, el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, lo citó en Moncloa junto al arzobispo de Madrid, Jesús Osoro. “Hice lo que pude para mediar entre Puigdemont y Rajoy. Me escucharon”, admitió en una entrevista en Catalunya Ràdio.
Su afinidad con Junqueras floreció por las convicciones religiosas de ambos, pero las reflexiones políticas no tardaron en llegar en un contexto de gran convulsión política. Su relación se consolidó en los años que el líder de ERC colideraba el plan rupturista desde la vicepresidencia del Gobierno de la Generalitat.
Aunque Omella no comulga con el nacionalismo, no se desvió de la línea de la cúpula de la Iglesia catalana que, contrariamente a sus bases, mantiene una posición totalmente alineada con la causa separatista. En algunas de las iglesias que estaban bajo su jurisdicción como arzobispo de Barcelona se pueden ver banderas independentistas y signos partidistas en sus fachadas.
La iglesia Sant Antoni de Vilamajor, en el Vallès Oriental, es una de las que ha retratado Eduardo González, autor del blog Adoctrinamiento nacionalista en las iglesias.
Pese a su equidistancia con los postulados nacionalistas, no visitó a Junqueras a la cárcel en su condición de cardenal, como sí hicieron políticos o el expresidente de la CEOE, Juan Rosell.
El propio Joaquim Forn, exconsejero de Interior, lamenta en su libro escrito en prisión que Omella no respondiera a su petición de visitarle en la cárcel de Lledoners. Su mujer, Laura Masvidal, fue más contundente cuando después de visitarle dos veces junto a otros obispos para que hicieran "un gesto" con los condenados aseguró que no recibió ningún "mensaje de apoyo" por parte de Omella, tampoco cuando su marido "empezó la huelga de hambre".
Hombre del Papa
El nuevo presidente de la Conferencia Episcopal es, además, uno de los hombres del Papa Francisco en España. Dos veces al año viaja hasta el Vaticano, en Roma, y mantiene fluidas relaciones con el pontífice. De hecho, fue el Papa Francisco, apuntan las fuentes consultadas, quién le sugirió frenar su mediación, a la vista de que tampoco iba a prosperar la idea.
Los que han tratado con él coinciden en que “tiene un buen carácter” y que está “dirigido desde Roma”. Este talante de no buscar la confrontación con las autoridades políticas se trasladará en su nueva etapa en Madrid.
“El Gobierno socialista lo ve con buenos ojos. Ahora que hay el debate de la eutanasia o el Valle de los Caídos, se aseguran que los obispos no hagan mucho ruido”, concluye Trillas.