17 de abril de 2019. Por la noche. Vox expulsa de sus canales de comunicación a los medios que considera "enemigos". Es el primer paso del actual veto, que funciona como una maquinaria perfectamente engrasada. La decisión de aquel día fue, en principio, espontánea. Airada. Un importante dirigente del partido se confundió y desveló en un grupo de WhatsApp con periodistas el siguiente detalle: haber sido apartados de un debate electoral en la tele... les venía "bien".
Un par de redactores aprovecharon la coyuntura y publicaron esa conversación privada. Fueron inmediatamente purgados. Pero el gabinete de crisis que improvisaron los de Santiago Abascal resolvió, esa misma tarde, convertir la medida en el primer paso de un plan de largo alcance. Vox arriesgó... y ganó. Amurallar su sede y sus mítines frente a la "prensa manipuladora" lleva ya un año traduciéndose en votos. ¿Por qué? ¿Cómo funciona esa estrategia?
El partido, de manera oficial, no da respuesta a la pregunta de este periódico. EL ESPAÑOL es uno de los medios que integran una lista negra a la que también pertenecen El País, Cadena Ser, eldiario.es, Público, Infolibre o algunos programas de LaSexta, Antena3 y Cuatro -el equipo de comunicación traza excepciones en función de su conveniencia-. "Con vosotros no queremos nada", resume un portavoz de la derecha radical.
Al ya populoso conjunto de periódicos vetados se ha unido recientemente ABC, debido a una información que el aparato no consideró periodísticamente correcta. A lo largo de la semana, los diputados de esta formación han tachado a TVE de "tele del régimen social-comunista" y han definido a algunos periodistas de Atresmedia como la "Gestapo".
"Claro que es una cuestión táctica. El veto está muy trabajado. Sabemos que, en nuestro nicho, funciona muy bien. Lo hemos visto con Trump, Farage y Putin", revela un miembro de Vox a este diario previa confirmación de que su nombre no será especificado. Los partidos nacional-populistas como espejo. Sin remilgos.
Esta y otras fuentes confirman que la maniobra estratégica es puramente "propagandística". El programa electoral de Vox tan sólo recoge una medida relacionada con los medios de comunicación: el cierre de las televisión autonómicas. La confrontación con la prensa, muchas veces exagerada sobre el escenario, se mantiene viva como una especie de gasolina que alimenta a su potencial electorado. La cerilla que desata el incendio.
"Nos obliga a trazar una relación distinta con el periodismo". En muchos casos, ambigua. Su entrada en el Congreso les obliga a acoger a sus "enemigos" en las ruedas de prensa que tienen lugar en la Cámara y su relación con la gran mayoría de los censurados, fuera de micro, es cordial. A grandes rasgos, los parlamentarios de Vox pueden clasificarse en dos grupos: los que afrontan el veto con beligerancia y creen religiosamente en la existencia de un "enemigo"; y aquellos que lo ponen en práctica como lo que es: una mera herramienta electoral.
"Yo no me arrodillo"
"Luchar contra los periodistas es una forma de decir... '¡Yo no me arrodillo!' Y eso enardece a nuestros votantes. La gente está harta de tragar. Al elector le gusta que alguien se ponga en pie frente a lo que considera una injusticia", confiesa otro miembro de Vox.
Aquella "casualidad" de abril de 2019 ya es hoy un "manual de comunicación" en manos de todos sus representantes públicos. "Recordatorio de los medios con los que no debemos hablar nunca", reza el documento, al que tuvo acceso eldiario.es. "Hablarán mal de nosotros porque somos su enemigo", quedó escrito en esos papeles.
Además, la dirección exigía -y exige- a todos sus diputados y senadores que se pongan en contacto con los responsables de prensa cada vez que un periodista les llame o les mande un mensaje. Así el aparato controla las conversaciones extraoficiales y está al corriente de las investigaciones periodísticas que pudiera haber en curso. Este periódico ha testado varios mensajes de mandatarios de Vox, que fueron enviados a redactores después de la publicación de algunos de sus artículos: "¿Con quién has hablado?". Les alarma la grieta, cualquier vía de escape.
La puesta en marcha de este plan contra los medios desató furibundas críticas en redes sociales y comunicados de las federaciones de periodistas. Aquello no inquietó a Vox. Todo lo contrario. Para entonces, ya habían comprobado que eso les haría crecer.
"Cuanta más cera nos dan, más votos. Que vayan todos nuestros adversarios políticos a tal tele o radio no nos empuja a ir. Al revés, es una motivación para no hacerlo", desgrana otro dirigente de la derecha radical.
Abascal ha afianzado esta estrategia. No le desasosiegan las críticas que recibe cada vez que los periodistas se quedan fuera de su sede o de sus mítines. Su equipo de comunicación y de seguridad frena a quien considera conveniente. El escándalo que se genera indigna a esos que jamás votarán a Vox... pero seduce a quienes ya lo hacen o se lo plantean. Esa es la tecla fundamental de esta concepción propagandística.
"Nos sale rentable porque los medios de comunicación están muy desprestigiados, tienen muy mala imagen en la sociedad. Toda esa repercusión mediática del veto nos favorece. Es un terreno bien abonado. Si la gente estuviera del lado de la prensa, no funcionaría", razona una de las fuentes internas consultadas.
Fernando Sánchez Dragó, escritor amigo de Abascal, asevera a EL ESPAÑOL: "Es muy inteligente por su parte. En su electorado existe una cólera tremenda contra el periodismo. La gente está harta de escuchar en las tertulias los valores dominantes. Basta con ver los comentarios a las noticias en las webs. Cada vez son más los mensajes que cargan contra sus autores".
Vivir en la herida
A Vox, por su propia naturaleza, le conviene vivir en la herida. Crece más por los ataques que recibe que por los mensajes que traslada en sus actos y entrevistas. De ahí que Abascal se prodigue menos que sus oponentes.
¿Por qué no se implementó esta estrategia antimedios desde el principio? Cuando Vox no era nada, despegó gracias a una llamativa campaña en las redes sociales: mujeres atractivas pertrechadas de banderas de España, cañas entre jóvenes y dirigentes, mensajes contundentes... Eran ellos los que llamaban a los medios y recibían el portazo.
Para cuando el veto se hizo transversal, Vox ya había irrumpido con fuerza en el Parlamento de Andalucía. Existía una suerte de obligación tácita entre los periodistas de dar cobertura a las propuestas de esta formación. Abascal había cruzado el Rubicón. Ya no tenía que mendigar altavoces.
El colofón a una estrategia que no alberga visos de cambiar sino de redoblarse llegó con el reciente cónclave de Vistalegre. El presidente de Vox, sobre el escenario, atacó a los medios de comunicación en todos y cada uno de los temas que trató. "¡¡¡Gracias!!! Habéis hecho posible este fenómeno político aguantando la campaña de demonización más abyecta de la democracia", fueron sus primeras palabras.
"Manipulación sistemática de nuestros mensajes (...) Están afanados en destruir nuestra alternativa (...) Máquinas de picar carne (...) Medios al servicio de millonarios comunistas (...) La libertad de expresión sólo la tienen ellos. Nosotros tenemos que aguantar sus golpes y mentiras (...) Habrá que empezar a pensar en sus accionistas, habrá que interpelarlos directamente (...) Los medios estigmatizan a cuatro millones de españoles". Una batería de acusaciones que encendió al público y le granjeó ostentosos aplausos. Fue la prueba del algodón: cuando el dirigente de Vox insulta al periodismo, récord de decibelios.
"Esta es nuestra relación con los periodistas. Una estrategia que funciona", concluyen los distintos miembros de Vox consultados -esquivando el veto- durante la elaboración de este reportaje. Una propaganda, por el momento, de éxito electoral incuestionable: 52 escaños.