Escuchan la radio. Ven la tele. Escriben. Recuerdan. Navegan entre el pragmatismo y la nostalgia. Engullen las noticias. Porque la política es un veneno que jamás se diluye. Piensan. Agitan el presente para arrebatarle conclusiones. Experimentados caminantes, su viaje por la actualidad culmina en la estupefacción. “Pero, ¿cómo es posible que no sean capaces siquiera de sentarse?”.
Han vuelto por un instante. Para lanzar un llamamiento urgente a los líderes políticos del momento. Son los ministros con vida de aquel gobierno que nombró Adolfo Suárez en 1977. El esplendor de la UCD. Los artífices que, desde el centro, unieron a izquierda y derecha para sellar los Pactos de la Moncloa. Localizados por este periódico y reunidos en torno al mismo tema, coinciden en clamar “consenso” para salvar la crisis del coronavirus.
El mejor ejemplo de su capacidad de pacto sale de la boca de Enrique Sánchez de León, entonces responsable de Sanidad. Aborrece el tipo de fotografía que se les ha pedido -mirando a cámara y sujetando un folio con el título “Pactos de la Moncloa”-, pero acaba cediendo: “Si mis compañeros han aceptado, es mi deber sumarme”.
A lo largo de la semana, estos seis ministros -José Lladó y Alberto Oliart son los únicos que faltan y no han podido intervenir debido a recientes problemas de salud- se han arremangado y han convertido sus confinados hogares en furgonetas de campaña. El más mayor, Manuel Clavero, cumple esta semana 94 años. El más joven, Otero Novas, tiene ochenta. “¿Todavía quedamos ocho? ¡Qué alegría! A ver si se recuperan Pepe y Alberto”, saludan al otro lado del teléfono.
Murieron el propio Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado, Enrique Fuentes Quintana, Landelino Lavilla, Juan Antonio García Díez, Francisco Fernández Ordóñez, Joaquín Garrigues Walker, Íñigo Cavero, Pío Cabanillas, Manuel Jiménez de Parga y Leopoldo Calvo-Sotelo.
Esposas, hijos, vecinos y nietos han engrosado el equipo que ha llevado la nave a buen puerto. Hasta el cadi de un club de golf. Correos electrónicos, WhatsApp, la cámara del móvil, la impresora… ¿Cómo no van a ser capaces de pulsar el verde de su teléfono Sánchez, Casado, Arrimadas, Iglesias y Abascal?
Hoy colectivo de riesgo, entonces motores de la Transición, rezan una obviedad teórica que se convierte en noticia debido al entierro de esa “obviedad” por parte de los mandatarios actuales: “Su primera obligación, y más en una pandemia como esta, es servir a los ciudadanos y olvidar sus intereses particulares. Si no lo hacen, pasarán a la Historia como unos malvados”.
Clavero Arévalo: “Es la gran tarea de su tiempo”
Manuel Clavero Arévalo (Sevilla, 1926) es el decano del grupo. Le tocó una de las patatas más calientes de aquel gobierno. La cartera referida a las regiones. Don Manuel es el padre del “café para todos”. Saluda desde su casa, a orillas del río Guadalquivir. Tiene algo de Baroja en su tertulia. Una manta le cubre las piernas y lleva esos guantes que dejan al aire las yemas de los dedos.
En la segunda legislatura, se mantuvo en el Consejo de Ministros, aunque como encargado de Cultura. Tras promulgarse la Constitución, fue el primer ministro en dimitir. Desavenencias con Suárez. ¿Por qué? Bingo. ¡Las autonomías! No quiso que Andalucía fuera menos que Cataluña o País Vasco. Cuando la cosa se tensaba demasiado, Suárez le decía: “¡Te va a llamar el rey!”.
“Hola, me encuentro bien, muchas gracias. Aunque, bueno, estoy muy apenado por la muerte de dos compañeros: Enrique Múgica y Landelino Lavilla. Adelante, pregunte”, responde el conocido como padre de la Andalucía moderna.
“¿Reeditar el consenso? ¡Claro¡ ¡Tienen la obligación de hacerlo! La gente está sufriendo mucho. Esta va a ser la gran tarea de su tiempo”, discurre. Se inclina por diseñar, como en 1977, “comités técnicos que trabajen a contrarreloj en los acuerdos”.
Clavero Arévalo destaca las gruesas dificultades a las que ellos se enfrentaron, como diciendo -aunque sin explicitarlo-, “los de ahora no tienen excusa”: “Nos jugamos la democracia. ¿Usted sabe la cantidad de gente que había en el exilio? Hicimos un gran esfuerzo. Y, por supuesto, en las reuniones había representación de todos los partidos”.
Sánchez de León: “Cumplan con su responsabilidad”
Enrique Sánchez de León (Badajoz, 1934) fue el primer ministro de Sanidad y Seguridad Social de la democracia. Tras un intenso periplo por la Administración del Estado, presidió Campsa y fundó su propio bufete de abogados, que hoy funciona a pleno rendimiento.
Hace poco, en una entrevista con este periódico, dijo: “A mis 85 años, me cisco en todos esos que nos quieren dejar morir por razones de edad. ¿Qué triaje es ese?”. Una frase que ha corrido como la pólvora entre sus hijos y sus nietos, que se la han puesto “en el estado del WhatsApp”.
“Tengo muy claro que los pactos son necesarios, pero dudo que sean posibles. Estos días me acuerdo de una cita de Paco Umbral: ‘El español, en situaciones difíciles, lo mismo se saca de la chistera un conejo que un cuchillo’. Percibo una profunda desconfianza entre los distintos actores”, diagnostica.
Cree que Sánchez “se ha ganado a pulso” esa “desconfianza”, pero también achaca a Casado un “ensimismamiento injustificado”. Les manda “ánimo” para “vencer las distancias”, igual que hicieron ellos. “Deben cumplir, tienen una responsabilidad histórica tremenda. ¡Que se sienten y que peleen honestamente!”, clama.
Llama al líder socialista a romper con esos socios “sectarios e imbuidos de ideología”. Y al presidente del PP le aconseja “mostrar altura de miras y no caer en las mismas armas del enemigo… si tan espurias las cree”.
Sánchez de León reconoce no albergar demasiado optimismo: “En 1977, contamos con una gran ventaja. La fuerza dominante estaba en el centro y disfrutaba de una enorme credibilidad. Nadie pensaba que nos guiaran los intereses particulares”.
Marcelino Oreja: “Es el mejor camino”
Marcelino Oreja Aguirre (Madrid, 1935) ha conocido todos los recovecos del poder. Estuvo veinticinco años en el gabinete del ministerio de Asuntos Exteriores del régimen. Más tarde, fue elegido miembro del Consejo Nacional del Movimiento. Su padre, diputado tradicionalista, fue secuestrado y asesinado por un grupo de sindicalistas en la revolución de octubre de 1934.
Todavía en dictadura, Oreja viró hacia posturas democristianas. Con la llegada de la democracia, fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores, cargo que mantuvo hasta 1980. Fue secretario general del Consejo de Europa, comisario europeo y hacedor del Tratado de Maastricht. Puso fin a su carrera política como diputado del PP, organización en la que coincidió con su sobrino Jaime Mayor Oreja.
“No me cabe duda de que el mejor camino para salir de esta crisis es replicar el consenso de 1977. Lo veo muy complicado, no sé si la voluntad del Gobierno es honesta. Creo que la mejor solución es un gran acuerdo de contenidos entre PSOE y PP; y que a partir de ahí se sume quien lo considere”, contesta en charla telefónica.
Oreja asegura que el actual PSOE está dividido por más familias políticas que la UCD. ¡Y eso es mucho decir! “Nosotros, a pesar de las rencillas, compartíamos en ese momento una unidad de destino”, afirma.
Al poco de celebrarse las elecciones de 1977, Oreja despachó con Suárez: “Le transmití la necesidad de avisar a las instituciones europeas. Él habló con Felipe González y Santiago Carrillo, aunque esto no se supo hasta mucho después. Le dieron la aquiescencia y todo se puso en marcha”.
Oreja concluye colocando sobre el tapete una diferencia fundamental entre la Transición y el presente: “Los partidos de entonces asumíamos la voluntad de la opinión pública. La sociedad quería pacto… y pactamos”. Por cierto, la foto es obra de su hijo Manuel.
Otero Novas: “¡Pactos y templanza!”
José Manuel Otero Novas (Vigo, 1940) ya había colaborado con Adolfo Suárez en la confección de la “Ley para la Reforma Política”. Era, por tanto, un hombre de la máxima confianza del líder de UCD. Tras las primeras elecciones, fue nombrado ministro de la Presidencia, cargo que desempeñó hasta 1979. En la segunda legislatura, le fue encomendada la cartera de Educación. Acabó su carrera política en el Partido Popular. Es abogado del Estado.
“Ojalá se consigan unos pactos que den salida a esta crisis y que templen la situación política actual”, saluda al otro lado del teléfono. Una vez aclarada su apuesta por el “consenso”, lanza su pronóstico: “Me parece muy difícil”. “La UCD, la formación impulsora, estaba en el centro y llamó a izquierdas y derechas. Ahora, el Gobierno es socialista y se apoya en el comunismo y el separatismo”, razona.
Por si no hubiera quedado claro su razonamiento, Otero Novas lo explica de otra manera: “Si finalmente los pactos salen adelante, el producto será justo lo contrario a lo que significa el Ejecutivo actual”.
La clave de lo sucedido en 1977 -narra este político y escritor- pasa por “hacer algo en lo que quepan todos para que, después, todas las fuerzas sientan como suyo el resultado”. “Izquierda y derecha deben aportar y sacrificar”, concluye.
Martín Villa: “Necesario, bueno y posible”
Rodolfo Martín Villa (León, 1934), junto a Marcelino Oreja, era ya un político veterano cuando llegó la democracia. Había sido Jefe Nacional del Sindicato Español Universitario (SEU) y gobernador civil de Barcelona. Ostentó la cartera de Relaciones Sindicales con Carlos Arias Navarro. Adolfo Suárez le nombró responsable de Interior. La gestión de las manifestaciones y la renovación de los cuerpos policiales le convirtieron en uno de los ministros más polémicos de la Transición.
Suárez encontró en él un eficaz colaborador debido precisamente a su conocimiento de la maquinaria del viejo régimen, lo que les permitió neutralizarla y desmontarla. Tras la ruptura entre ambos, Calvo-Sotelo lo recuperó para su gobierno y lo nombró vicepresidente. Después, se integraría en el PP y llegaría a presidir Endesa en tiempo de José María Aznar.
“Si hay consenso, quizá salgamos bien de esta crisis. Si no hay consenso, esto no se resolverá”, saluda desde el pueblo castellano donde se encuentra confinado. Martín Villa pide a Casado que no se deje “condicionar por el fanatismo” y a Sánchez que no se deje “influir por el sectarismo”.
Atisba un horizonte nublado, ya que en 1977 “la izquierda estaba liderada por la socialdemocracia y la derecha por el centrismo”: “Y eso no ocurre ahora”. El remedio ideal, a juicio de Martín Villa, sería “un gobierno de gran coalición entre las fuerzas constitucionales”. “Sé que eso es imposible, así que les pido que se pongan las pilas para llegar a un gran pacto. No sólo es tremendamente necesario, sino bueno y posible”.
Martínez Genique: “¡Que se reúnan ya!”
José Enrique Martínez Genique (Ávila, 1935) ha sido el ministro más difícil de encontrar. Su cadi en un club de golf malagueño ha actuado como mediador. Era el más desconocido de entonces y lo sigue siendo cuarenta años después. Sus compañeros lo definen como un “gran profesional”, “un hombre de perfil muy técnico en el que se podía confiar”.
Él reconoce que, tras dejar la política a principios de los ochenta, se apartó de la vida pública. Cuando Suárez le nombró ministro de Agricultura y lo sentó a la mesa del Consejo… “¡Nadie me conocía!”, se ríe. “Bueno, salvo Martín Villa, compañero de universidad, y Fernando Abril, que había sido mi jefe”, concreta. Su último cargo de relieve fue la secretaría de Estado de Consumo con Calvo-Sotelo.
“Creo que deben llegar a un acuerdo. Quizá no tan amplio como el de 1977, pero sí uno que nos saque de este marasmo económico. ¡La que se viene encima! Para empezar, deberían reunirse”, piensa Martínez Genique.
“En aquella época, los partidos eran pequeños, con poca estructura y menos militancia. Los intereses particulares no influían tanto. Compartíamos esa obsesión por dejar atrás la dictadura”, discurre.
Hoy, en cambio, asevera Martínez Genique, “los partidos son gigantescas estructuras burocráticas donde el interés común va a la baja”: “Ahora quieren el poder y llegar a fin de mes. Daba gusto lo de 1977… ¡todos tirando del mismo carro!”.
-Si pudiera hablar con Sánchez, Iglesias, Casado, Arrimadas y Abascal, ¿qué les diría?
-Vuestra primera obligación es servir a los ciudadanos. Y más en una situación como esta. Olvidad vuestros intereses particulares. Si no lo hacéis, pasaréis a la Historia como unos malvados.