La preocupación crece en el Gobierno y la oposición. Nadie sabe si las protestas del barrio de Salamanca se diluirán tan rápido como cuajaron o crecerán hasta convertirse en un nuevo 15-M que amenace la estabilidad del Gobierno. Pero la posibilidad de un estallido social en otoño, cuando se espera que golpee con más fuerza la crisis económica, es ya tema de debate en los corrillos políticos de Madrid.
Si una formación política está echando el resto para capitalizar las protestas y colocarse al frente de ellas, esa es Vox. El primero de los partidos de la oposición que ha insinuado en sus redes sociales las semejanzas entre la atmósfera social que precedió a las protestas del 15-M y la actual.
La comparación no es absurda. Los paralelismos entre el 15-M y las protestas de esta semana en el barrio madrileño de Salamanca no son difíciles de encontrar. Como en 2011, el partido que ocupa la Moncloa es el PSOE. Como en 2011, el país atraviesa una crisis de consecuencias económicas, sociales y políticas devastadoras.
Como en 2011, la mala gestión del Gobierno, el hartazgo de los ciudadanos y la incapacidad del presidente para ganarse la confianza de la oposición han generado las condiciones ideales para la tormenta perfecta. Como en 2011, el Gobierno ha ordenado un gran despliegue policial para mantener a raya a los rebeldes de Salamanca.
A diferencia de 2011, sin embargo, la crisis no es sólo política y económica, sino también sanitaria, lo que dota a Pedro Sánchez de un arma de la que no disponía José Luis Rodríguez Zapatero hace nueve años. Esa arma es la capacidad de disolver las protestas amparándose en la violación de las medidas de distanciamiento social.
Hay otras disparidades. A diferencia del Zapatero de 2011, Sánchez parece decidido a resistir en Moncloa. A diferencia de 2011, PSOE y Podemos han podido demonizar abiertamente a los manifestantes de la calle Núñez de Balboa porque estos no son parte de su familia política, como sí lo eran los manifestantes del 15-M.
Protestas espontáneas
A día de hoy, parece no haber duda alguna de que las protestas del barrio de Salamanca han crecido de forma espontánea y no a raíz de la convocatoria de un partido político. Pero la historia reciente confirma que este tipo de protestas tienden a diluirse con el tiempo si no son capitaneadas por algún tipo de entidad con experiencia en el activismo.
En 2011, las protestas del 15-M apenas tardaron 48 horas en verse capitalizadas por diversos grupúsculos de extrema izquierda que convirtieron lo que en principio pretendía ser un movimiento transversal, en una protesta con la que sólo podía sentirse identificada una pequeña parte de la población.
Y así, el 15-M, que nació como un movimiento reformista con demandas comunes a derecha e izquierda –la transparencia, la precariedad laboral, una mayor democratización de las instituciones–, acabó convertido en una protesta contra la democracia liberal surgida de la Constitución de 1978. Es decir, en un movimiento antisistema más.
El principal beneficiado por esa transformación del 15-M en un movimiento radical de extrema izquierda fue Podemos, que tres años después se proclamó de forma unilateral heredero del espíritu del 15-M y se apresuró a reclamar los réditos generados por la protesta.
Hoy, Podemos ocupa la Moncloa y su líder continúa siendo el mismo que era en 2014. Su pareja sentimental es la número 2 del partido.
¿Un nuevo 15-M?
El partido que con más contundencia ha apoyado las protestas ha sido Vox. Mientras el alcalde José Luis Martínez-Almeida ha defendido el derecho de los ciudadanos a convocar protestas o caceroladas, "pero sin vulnerar el estado de alarma", Santiago Abascal ha apoyado de forma clara las protestas y ha negado que estas estén violando los protocolos de salud.
Vox también ha animado a los ciudadanos desde su cuenta oficial de Twitter a manifestarse contra el Gobierno "siendo rigurosos en el cumplimiento de los protocolos sanitarios". El partido ha utilizado asimismo la etiqueta #SeguimosIndignados para remarcar los paralelismos de la situación actual con el 15-M.
Cayetanos y golf
Las protestas del barrio de Salamanca han polarizado a los ciudadanos y a la clase política. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha pedido a los políticos "no hacer llamamientos" a manifestarse en la calle. Algunos vecinos del barrio han criticado a los manifestantes con el argumento de que "por personas así no pasamos a fase 1".
La guerra de propaganda se ha saldado con algún bulo acerca de un palo de golf que en realidad era una escoba, con el apelativo despectivo de cayetanos que Podemos le ha dedicado a los manifestantes y con la obviedad de que estos se han concentrado haciendo caso omiso de la obligación de respetar la distancia social que las autoridades han impuesto a todos los ciudadanos.
A esta última acusación, los organizadores de la protesta han reaccionado pidiendo respetar las distancias. Es esa violación de la distancia social la que ha servido al Gobierno como argumento para defender el envío de docenas de agentes de la Policía Nacional al barrio, lo que ha sido interpretado por los manifestantes como un intento de reprimir las protestas.