Una semana antes de la moción de censura al Gobierno de Mariano Rajoy, Nadia Calviño ocupaba un puesto de gran responsabilidad en Bruselas, pero era una desconocida para el gran público en España. Apenas 16 meses después, demostró ser una baza electoral para Pedro Sánchez, cuando el candidato a La Moncloa anunció en el Debate del 4 de noviembre que sería su vicepresidenta económica si ganaba las elecciones.
Aquella es una de las pocas promesas electorales que cumplió Sánchez cuando selló su pacto de Gobierno de coalición con Pablo Iglesias para una legislatura que arrancaba con una desaceleración económica, pero en la que no se esperaba un desplome económico como el que está sufriendo España por el coronavirus.
En el Gobierno de dos almas que representa a la fragmentada -por no decir rota- sociedad española, Calviño e Iglesias son los dos extremos. Por separado serían antagónicos, pero juntos dan forma a la estrategia de Sánchez. Sin el líder de Unidas Podemos, la aritmética impediría al presidente sostener a su Gobierno. Pero sin Nadia Calviño en un momento como el que afronta a España, quedaría políticamente muerto.
Esa realidad se ha visto esta semana, en la que la vicepresidenta tercera zanjó la crisis abierta por el cambio de cromos con EH Bildu a cuenta de la derogación de la reforma laboral al afirmar que "sería absurdo y contraproducente" abrir ese debate.
Dicen las crónicas políticas que amagó con dimitir. En su entorno, creen que son los miembros de Unidas Podemos los que tratan de difundir la imagen de una Calviño chantajista que, ante la falta de argumentos, amenaza con marcharse.
Sin embargo, en las proximidades de La Moncloa, cuentan que es muy creíble el relato del "en estas condiciones, no contéis conmigo". Pero lo enmarcan dentro de un pronto, fruto de su fuerte temperamento, más que en el contexto de presentar una dimisión real.
Sea como fuere, lo cierto es que su criterio se impuso frente a la opinión del vicepresidente segundo, que horas antes había recordado que el pacto con los abertzales estaba por escrito. El papel de Calviño eclipsó también el de la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, encargada de las negociaciones parlamentarias.
El veto de Calviño
La vicepresidenta económica ha salido reforzada de este episodio. Ha demostrado que tiene derecho de veto en el Gobierno. Gracias a su intervención, empresarios, sindicatos y buena parte de la sociedad española -a la que preocupa ya casi tanto la crisis económica como la sanitaria, según las encuestas- han podido respirar algo más tranquilos.
Su figura es clave, pero su mirada a largo plazo está en otra parte: un cargo de responsabilidad fuera de España. Algo que explica muchas cosas del papel que juega la vicepresidenta en lo que para muchos es un "Gobierno Frankenstein".
De los 23 ministros que forman el Ejecutivo de coalición, Nadia Calviño es la única que no formó parte de una lista electoral en las últimas elecciones. Su compromiso con el Gobierno de España es firme. Pero con el partido es difuso. Probablemente, esa forma de trabajar sea fruto de un acuerdo tácito con Sánchez que se refleja en muchas dinámicas del día a día.
Calviño participa menos en la toma de decisiones políticas de lo que uno se esperaría por el cargo que tiene, nada menos que el de la vicepresidencia de Economía. La economista gallega no forma parte del núcleo duro con el que el presidente se reúne todos los lunes y del que forman parte otros ministros, como José Luis Ábalos, Carmen Calvo o María Jesús Montero.
Calviño participa menos en la toma de decisiones políticas de lo se esperaría por su cargo
Tampoco está involucrada en las decisiones del grupo parlamentario, ni en el pacto de Gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos.
Sin embargo, lejos de debilitar su figura, esa independencia la fortalece. De puertas afuera, hace que su voz sea mucho más creíble tanto en foros internacionales económicos, como en la interlocución con Bruselas, con la CEOE o con los inversores extranjeros. De puertas adentro, hace que su perfil no tenga una réplica en el Consejo de Ministros, lo que da más consistencia a todo aquello que expone.
"Es una enorme fortaleza en el momento en el que estamos y en el que viene. Estamos en una situación de crisis económica sobre la que podemos tratar de dar certidumbre. Pero lo cierto es que se está teniendo que improvisar por la velocidad de los hechos. Para un escenario como este, un perfil como el de Nadia es imprescindible en un Gobierno. Se podría prescindir de muchos otros ministros, pero el suyo no sería un recambio fácil", reconoce a este periódico una fuente próxima a La Moncloa.
Eso le da fuerza para poder dar un golpe en la mesa e imponer su criterio, como se ha visto esta semana.
Una 'rara avis'
Sin embargo, esa rara avis también ha hecho que en el reparto de poder, Calviño sea vicepresidenta económica pero no tenga el Ministerio de Hacienda, una anomalía en el funcionamiento de un Gobierno. Sánchez optó por dejar esa cartera vital para la economía en manos de alguien con más colmillo político, como María Jesús Montero.
Tras las conocidas fricciones entre las dos compañeras en el Consejo de Ministros la pasada legislatura, se cuenta que ahora son "uña y carne". Una concede al presidente, lo que la otra no le da. Y Calviño no tiene interés por ir más allá en el PSOE. De haberlo tenido, es posible que su vicepresidencia hubiera sumado también la cartera de Hacienda.
Su papel en el Gobierno funciona como un acuerdo tácito por el cuál ella aporta el rigor y la brújula que la coalición no tiene. Lo hace sin asumir un compromiso político que pudiera suponer un lastre para su futura carrera profesional en un organismo o institución internacional.
Esa aspiración comienza a ser una costumbre entre los ministros de Economía en España. Ocurrió con Luis de Guindos, ahora vicepresidente en el Banco Central Europeo (BCE), aunque no se puede olvidar que antes de llegar al Gobierno, Calviño era directora general de presupuestos de la Comisión Europea.
Su papel en el Gobierno funciona como un acuerdo tácito. Ella aporta rigor sin asumir un compromiso político
Es un cargo que mantuvo en excedencia y de gran responsabilidad, puesto que por manos de ese alto funcionario pasa la gestión de todo el presupuesto comunitario. El siguiente paso sería el de comisario europeo, algo que la vicepresidenta pudo tener en la cabeza cuando se trasladó a España con su familia (está casada con el economista Ignacio Manrique de Lara y tiene cuatro hijos) para ocupar el sillón de ministra de Economía en la pasada legislatura.
Su paso por la Comisión Europea hace que sea una interlocutora con Bruselas eficaz. No solo porque habla el mismo lenguaje que los comisarios europeos y ministros del Ecofin. También porque se maneja con un excelente inglés y alemán (llegó a trabajar como intérprete de joven) y también habla francés.
Su perfil de mujer culta, que toca el piano, es amante de la ópera, y suele llenar su tiempo libre con actividades culturales, como la visita de exposiciones, encaja también muy bien con el de las élites que manejan los hilos en la Unión Europea.
La 'ortodoxia' que cuestiona
Ese entendimiento con los tecnócratas hace que suela ser presentada ante la opinión pública como una vicepresidenta "ortodoxa", algo que le espanta porque considera que ella siempre ha cuestionado el 'statu quo'. A lo que sus colaboradores le dicen que entienda que al lado de la izquierda radical con la que se sienta en el Consejo de Ministros, ese cuestionamiento es más que limitado.
El Gobierno de coalición lleva menos de cinco meses funcionando y el desencuentro de esta semana ha puesto en evidencia su extrema fragilidad. Nadia Calviño ha salido reforzada y en su mano está tomar otra de las decisiones que marcará el paso para la política española en los próximos tiempos: si se debe recurrir o no a la ayuda del MEDE, el fondo de rescate europeo.
Será ella, en exclusiva, la que decida si España debe utilizar o no a los mecanismos de ayuda europea para financiar esta crisis.
Se avecinan meses muy convulsos para la economía. Lo saben en La Moncloa y lo padecen los empresarios y trabajadores. Los sindicatos han dejado claro que no quieren experimentos al margen del diálogo social. Los empresarios han dado un merecido portazo al Gobierno y solo la intervención de Calviño podrá volver a abrir esa puerta.
Es esa mujer "sensata y rigurosa", en boca de muchos, que genera la confianza que el presidente no es capaz ya de ofrecer al mundo de la economía y la empresa. Una pieza clave en el tablero de ajedrez que inspira los movimientos del estratega de Sánchez.