Reman a contracorriente. Cada vez son menos. Chirrían en esa dialéctica de campo de fútbol que ha inundado el Congreso. Profetas en el desierto. Claman por unos pactos de Estado que ya no llegarán. Exigen tolerancia y que los calificativos regresen al lugar del que nunca debieron salir.
Les llaman equidistantes; a veces en tono despectivo. No les importa demasiado. Reiteran su discurso, en ocasiones hasta en contra de las directrices de sus propios partidos. Expuestos a la provocación, la dejan pasar. Derechas, centro e izquierdas, sueñan -algunos dirán que ingenuamente- con una mayoría de escaños que aleje el conflicto para luchar contra la pandemia.
1. Las 'lágrimas' de Oramas
"Me avergüenzo y me dan ganas de llorar", dijo Ana Oramas en su última intervención en el Congreso. La diputada de Coalición Canaria, en conversación con este diario, reconoce que aquella frase, totalmente improvisada, le salió del alma: "¡Por favor, estemos a la altura de la dignidad ciudadana!".
En la era de la pandemia, concibe el consenso como "lógico", aunque ya ha asumido que no llegará: "Seamos, aunque sea, tolerantes. ¡Respetémonos! Se están traspasando unas líneas rojas terribles".
"Se desean la cárcel, se mencionan a sus familias, se tachan de corruptos, se insultan... El Congreso se ha convertido en una taberna del oeste. Y, mientras, la gente angustiada en su casa", relata.
Oramas, en la Cámara desde 2009, "nunca" había visto nada igual: "Fíjese, yo estaba en el grupo mixto con ERC, Rosa Díez, Uxue Barkos... Discrepábamos todo el tiempo, pero éramos como amigos. Jamás nos amenazamos". "Lo peor de todo esto -concluye esta diputada- es la tensión que se está trasladando a la calle".
2. Valls, contra los extremos
Manuel Valls es tajante. La escalada dialéctica en el Parlamento está fundando una peligrosa singularidad española. "En otros países, como Francia o Estados Unidos, la crispación de la calle se traslada a las Cámaras, pero aquí es justo al revés. Los ciudadanos apuestan mucho más por el consenso", razona al otro lado del teléfono.
El ex primer ministro francés lo define como "un desastre para la convivencia" y lamenta que no exista ninguna oferta política potente que reivindique los pactos de Estado: "No veo una solución clara... El PSOE juega a asimilar el PP a Vox; y el PP hace lo propio con el PSOE y Podemos".
Para más inri, detalla Valls, España se está quedando arrinconada en relación al camino emprendido por muchos países europeos: "Lo ideal sería que aquí también pudieran unirse los conservadores, los socialdemócratas y los liberales". Pero, en lugar de remar hacia allí, los principales dirigentes nos empujan "a las dos Españas", a la "dinámica de bloques".
En Francia, por ejemplo, también tienen representación parlamentaria los equivalentes de Vox y Podemos: "Son duros, pero no utilizan ese lenguaje tan exacerbado. Golpistas, fascistas, hijo de terrorista... Eso nunca lo vi allí".
3. Almeida, pionero del consenso
Cuando Esperanza Aguirre dijo adiós y el PP lo eligió candidato a la alcaldía, se enfrentó a la misión más difícil: casi ningún ciudadano le ponía cara. Sacrificado hincha del Atleti, salvó los muebles sobre la bocina y sumó con Ciudadanos y Vox para alzarse con la alcaldía.
La pandemia le ha destapado como líder. Admirado en el cenagal de las redes sociales incluso por sus adversarios más acérrimos. Bajó el volumen del debate cuando llegaron los muertos y reunió a la mesa a los distintos. Su abrazo parlamentario con Rita Maestre es uno de los hitos de la conciliación.
En el PP, no se le considera un crítico. No ha alzado la voz para desdeñar la dura oposición de Casado a Sánchez, pero él, en el Consistorio, juega a otra cosa. Busca consenso. ¡Y miren que fue duro con Carmena!
4. Villacís, hacedora del pacto
El Ayuntamiento de Madrid fue una de las primeras instituciones españolas en poner en marcha un acuerdo absolutamente transversal, que uniera en un mismo papel a los herederos de Carmena y a Vox.
Begoña Villacís, vicealcaldesa de la capital, fue quien sondeó a todos los grupos y limó las asperezas entre los distintos. Ayudó su forma de conducirse en lo personal. Cuando se bregaba en la oposición, siempre mantuvo buena relación con PP, PSOE y Más Madrid.
A pesar de haber sido el centro de la diana de Vox, mantuvo la calma y jamás rompió con Ortega Smith, que finalmente se sentó a esa mesa de la reconstrucción. Se trata de una de las gestoras más valoradas en su partido.
5. Robles, la mejor para la oposición
Cuando el Gobierno eleva su discurso y vira hacia Podemos, la oposición señala a Margarita Robles como máximo exponente de ese PSOE clásico que hace tiempo empezó a diluirse. Si habla Lastra, la bancada contraria coloca a Robles en el espejo. Si ataca Iglesias, miran a Robles. Si mete la pata Marlaska, ensalzan a Robles.
La ministra de Defensa lleva meses mencionando el "consenso" en sus intervenciones. Dio un paso al frente para desmontar esa teoría de la insubordinación de las Fuerzas Armadas deslizada por algunos círculos de Podemos.
Mantiene cauces de conversación con todas las organizaciones políticas. No eleva el tono cuando la adjetivan despectivamente en el Congreso. Huye del fuego cruzado y aprovecha sus discursos para enviar, como miembro del Gobierno, un mensaje lo más apacible posible.
6. Feijóo, espacio propio
Alberto Núñez Feijóo sabe que la mayoría absoluta que sostiene en Galicia no es compatible con la dureza del discurso de Casado. El barón gallego, que marca espacio y estilo propio, suele enviar recados de "consenso" a Génova de cuando en cuando.
El último tuvo que ver con Cayetana Álvarez de Toledo, a la que afeó que sucumbiera a las provocaciones de Pablo Iglesias. Lamentó que la portavoz del PP "perdiera los papeles" y tachó su discurso de "grave error".
El político gallego, que mantiene una buena relación con Casado a pesar de esos tira y afloja, no se ve reconocido en el coqueteo que su partido a veces protagoniza con los de Santiago Abascal.
Cuando se trata de pactar, Feijóo desdeña cualquier acuerdo con Vox y llama a su formación a entenderse con PSOE y Ciudadanos. Esa vía tan frecuente en Europa de la que hablaba Valls.
7. Arrimadas, Bal y el centro
Inés Arrimadas, poco después de alcanzar la presidencia de Ciudadanos, resucitó las negociaciones con el PSOE. Un camino que Albert Rivera cegó. Luz y taquígrafos, negociaciones sobre papeles concretos, devolvió a su partido al centro político.
Ha apoyado todas las prórrogas del estado de alarma, a pesar de que esto le haya granjeado bajas, como la de De Quinto, y la desaprobación de excompañeros, como Girauta o el propio Rivera.
Sigue insistiendo en un gran acuerdo entre PSOE, PP y Ciudadanos que devuelva la "moderación" a este país. En su ausencia, Edmundo Bal se ha destapado como uno de los oradores más sólidos del Congreso. Lleva varias semanas diciendo que los insultos cruzados -esos "¡fascistas!" y ¡comunistas!" que se arrojan unos a otros- no representan a la mayoría de la población.
8. Page y 9. Lambán, el otro PSOE
Emiliano García-Page y Javier Lambán jamás vieron con buenos ojos los acuerdos de Sánchez con los nacionalistas para alcanzar el poder. El presidente de Castilla-La Mancha y el de Aragón se mostraron en su día "perplejos y dolidos".
Page, por su parte, ha logrado un acuerdo para la reconstrucción con Ciudadanos del que el PP no ha querido participar. Lambán ha conseguido aprobar 273 medidas para la reconstrucción mediante un pacto que ha reunido a todas las fuerzas políticas menos a Vox.
Tanto uno como otro siempre han exteriorizado que se encuentran mucho más "cómodos" cuando Sánchez mira al centro, pero la estructura vertical de su partido les obliga a guardar determinados silencios. Desde que el actual secretario general socialista alcanzara La Moncloa, no han osado a un enfrentamiento directo. Sin embargo, entonan en todas sus intervenciones la moderación que desearían para Ferraz.
10. Revilla y el quererse
El título de su último libro lo dice todo: "¿Por qué no nos queremos?". Miguel Ángel Revilla, en cuanto se desató la pandemia, pidió a las fuerzas parlamentarias cántabras un gran pacto contra el coronavirus.
Lamenta, en conversación con este periódico, que las nuevas generaciones políticas no tengan vocación de acuerdo "ni siquiera en una situación como esta". En su larga trayectoria, no había conocido un Congreso más caldeado que este.
En Cantabria, precisamente, funciona una comisión por la reconstrucción formada por el PRC, PP, PSOE, Cs y Vox. Trabaja a pleno rendimiento y allí se han aprobado más de un centenar de medidas, provenientes e ideadas por las distintas formaciones.
11. Mañueco sí puede
En Castilla y León, las negociaciones entre los distintos avanzan a buen ritmo. El presidente Mañueco y el vicepresidente Igea llevan varias semanas en continua charla con Luis Tudanca, el líder del PSOE. Salvo sorpresa, el escrito llegará a buen puerto.
Mañueco, que mantuvo una dura batalla en campaña con los socialistas, emplea un discurso mucho más conciliador que el que vierte Casado en el Congreso. Lo mismo puede decirse de Tudanca en relación a Sánchez. Allí, Ciudadanos, por medio de Igea, actúa como engrase de PP y PSOE. Esta circunstancia ha hecho de Castilla y León un lugar atípico, una tierra de pacto.
12. Garicano y la "tregua"
Luis Garicano es eurodiputado de Ciudadanos y vicepresidente de los liberales europeos. Esta semana, acudió al Congreso para participar en la Comisión de la Reconstrucción. Apostó, sin ambages, por "una tregua de seis meses" para que los partidos puedan centrarse en diseñar las medidas contra la pandemia.
Las palabras de Garicano entrañaron un simbolismo importante. Fueron acuñadas en la misma sala en la que, días antes, los extremos se zarandearon. Vox habló de los "comunistas pirómanos" y Podemos acusó a los de Abascal de "querer dar un golpe de Estado".
Garicano trasladó a los grupos los asuntos, a su juicio, "prioritarios" y puso sobre la mesa esa capacidad de pacto que los socialistas, los conservadores y los liberales -también españoles- sí están teniendo en Europa.