-Para usted sigue siendo “Pedrito”.
-Sí, sí. Lo conocí así y lo sigo viendo tal cual. Él ha crecido… ¡pero yo también! Le saco más de treinta años. Hombre, si nos encontráramos, le diría: “Hola, presidente”. Pero por una cuestión de protocolo. Para mí, es “Pedrito”.
El hombre que saluda mediante un choque de codos y toma café con sacarina en una terraza de la calle Almagro se llama Carlos Westendorp (Madrid, 1937). El hombre que llama “Pedrito” al presidente del Gobierno en las páginas de un periódico y sin salirse del tiesto es este diplomático afable y de gesto tranquilo.
Ministro de Asuntos Exteriores en el último gobierno de Felipe González, embajador de España en Estados Unidos, máximo representante ante la ONU… En los años crepusculares del siglo XX, fue uno de los políticos españoles más conocidos en el extranjero. También entonces, aunque sin saberlo, se convirtió en el primer maestro del hoy inquilino de La Moncloa.
En un arrebato de honestidad, y a modo de prólogo, Westendorp advierte de que Pedro Sánchez le parece “un buen tío”, “alguien que hace lo mejor por su país”. Una afirmación que conviene tener en cuenta porque circunscribe su análisis, aunque no lo exime de interés: ha venido a hablar de “Pedrito”, el joven al que fichó para su gabinete en Bosnia.
A mediados de 1997, como Alto Representante de la Comunidad Internacional, Westendorp fue el encargado de intentar poner paz entre serbios ortodoxos, bosniacos musulmanes y croatas católicos.
Ha venido a describir a aquel joven alto y loco por el baloncesto al que enseñó a negociar con “culo de hierro”: “Le decía que teníamos que estar sentados hasta el final, sin importar la hora. Sí, eso, culo de hierro. No nos movíamos de la mesa si no había acuerdo”.
¿Cómo era “Pedrito” y cómo es Sánchez? ¿Qué piensa su mentor de ese arquetipo que sitúa al presidente como alguien “sin escrúpulos”, “capaz de pactar con cualquiera”? ¿Aprueba sus alianzas con los separatistas? ¿Cuánto de lo que aprendió entonces pone en práctica ahora en su complicado juego de alianzas?
Las cenas en Nueva York
Vayamos al principio, a la primera toma de contacto. Antes de ser enviado a Bosnia, Carlos Westendorp era embajador de España ante la ONU. Por eso vivía en Nueva York. Allí, de pronto, recaló “Pedrito”, el hijo de un matrimonio amigo: “Mi mujer había trabajado con Pedro Sánchez padre en el INAEM, el instituto de artes escénicas”.
“Le invitamos a cenar varias veces. Los chavales de esa edad suelen malcomer. Venía a casa y charlábamos. Era un joven de 25 años -con apenas tres de militancia en el PSOE-, ya muy interesado en la política”, rememora este diplomático de verbo sosegado, cuya conversación empieza a interesar a una pareja que brinda en la mesa de al lado.
-¿Cuál fue su primera impresión?
-Me pareció un tipo agradable y tranquilo, de gran atractivo personal.
-¿Qué hacía él en Nueva York exactamente? ¿Dónde trabajaba?
-Han pasado muchos años, no lo recuerdo bien. Creo que hizo una breve estancia en la Universidad de Nueva York y que, después, fichó por una empresa para unas prácticas.
-Para él, ya picado por el virus de la política, debió de ser muy interesante charlar con un exministro y diplomático de alto standing.
-Teníamos intereses muy parecidos, salvo en el deporte, que a mí me gusta el fútbol, y no el baloncesto. Nuestras conversaciones eran las típicas de dos correligionarios, compartíamos una ideología parecida. Seguro que le conté mis experiencias de gobierno, aunque no recuerdo cuáles.
-¿Percibió en “Pedrito” una gran ambición política?
-Era ambicioso, sí, pero lo suficientemente listo como para no demostrar esa ambición. A mí no me causó la sensación de ser el típico que iba lanzado a por todo. Transmitía seriedad, un carácter reflexivo. Nada sectario. Hablo de aquella época, después ha habido una evolución.
-Cuando dice que Sánchez no era sectario "en aquella época", ¿es porque ahora lo percibe sectario?
-No, no. Me refería a que ahora se manifiesta de manera mucho más clara porque es el máximo representante de un proyecto político determinado. Entonces, libre de cargos, era más libre.
Viaje a Bosnia
De repente, en 1997, a Westendorp le llegó la oferta para instalarse en Bosnia. Aceptó. Debía fraguar un equipo de la máxima confianza, de sólidas lealtades. También buscaba "gente joven". Y se acordó de “Pedrito”, “aquel chaval tan interesado en la política”.
Westendorp admite que la relación con sus padres influyó en el fichaje, aunque reitera que no fue condición suficiente: “Si me hubiese parecido una castaña, jamás me lo habría llevado. Creo que acerté. Me ayudó mucho”.
En Bosnia, este exministro y sus compañeros debían pacificar a serbios, bosnios y croatas en torno a temas tan delicados como los derechos civiles, la moneda o la bandera. Todo ello envuelto en lo que el diplomático llama “fuego amigo”, “los intereses cruzados” de la Comunidad Internacional.
-¿Qué tal respondió al trabajo?
-Ese carácter reflexivo del que hablaba… En Bosnia lo noté mucho más. Cuando tomaba una decisión, me avisaba de las posibles consecuencias: “Carlos, piénsatelo”.
Westendorp habla de “decisiones serias”. Se refiere, por ejemplo, a aquel día en el que se vieron obligados a tomar -mediante las fuerzas americanas de estabilización- una televisión: “A través de ella, lanzaban soflamas para animar a los locales a rebelarse. Era peligrosísimo y había que pararlo”.
Cuando se sentaban a negociar con los locales y, después, con el resto de países, Westendorp aconsejaba a Sánchez “tener la cabeza fría y no querer ganar al contrario por goleada”: “Si eso ocurre, lo acabas pagando”. ¿Algo parecido le ocurrió a Sánchez cuando no quiso ceder aquellas políticas de empleo? De haber prosperado esa investidura, Pablo Iglesias no sería vicepresidente… y el PSOE no se habría visto obligado a ceder tantos ministerios a Podemos.
En aquella época, Pedro Sánchez jugaba al baloncesto con los guardias civiles y daba la brasa a su mentor para que fuera al gimnasio: “Con todo el dolor de mi corazón, me plantaba allí todas las mañanas. Me aburría muchísimo, pero me vino bien. Fue él quien me convenció”. Debido a motivos de seguridad, las fuerzas armadas identificaban a aquel grupo con nombres en clave: Westendorp era “oro”; y Sánchez, “bronce”.
-Seguro que le echó alguna bronca…
-No le digo que no las hubiera, pero ahora no las recuerdo. Suelo tener muy buen carácter. No me cabreo con la gente que responde y cumple con su trabajo.
-En aquella época, ¿Sánchez leía algo? ¿Le gustaban los libros?
-Cuando nos veíamos, estábamos en la oficina o de viaje en distintas zonas. No recuerdo que habláramos de libros… Yo, por ejemplo, leí muy poco en Bosnia. El estrés era terrible.
La trayectoria de Sánchez me ha dejado impactado. Pero, ¿este chaval? ¡Vaya capacidad de aguante!
-¿Alguna vez creyó que podría llegar a ser presidente?
-Su trayectoria me ha dejado francamente impactado. Pero, ¿este chaval? ¡Vaya capacidad de aguante! Las putadas que le hicieron en el partido… Menuda manera de resistir. ¡Quién nos lo hubiera dicho!
-¿Qué piensa del arquetipo que sitúa a Sánchez como un hombre sin escrúpulos, capaz de pactar con cualquiera?
-Claro que lo he escuchado. También en boca de progresistas. Me peleo con la gente, con mis amigos… Dicen que Pedro es frío y distante. No lo es, pero con las que ha pasado… Es normal, imagino que no se fía ni de su sombra. Pactó con quien tenía que pactar, no había otra alternativa. Ciudadanos no quiso.
-Usted es un socialista clásico, ¿qué piensa de los pact…
-Bueno, soy clásico por la edad -se ríe-. Pero no, no soy clásico en el sentido que apunta usted. Esos de los que usted habla se lo tienen que hacer mirar: ¿no se dan cuenta de que no había otra opción?
-Pero, déjeme preguntarle: usted formó parte de un gobierno socialista que jamás habría pactado con EH Bildu. ¿Qué piensa hoy?
-¡Es que Albert Rivera no quiso pactar!
-Sánchez nunca le hizo llegar una oferta en firme.
-Porque el otro estaba venga a hablar de “la banda”.
-Es verdad que Rivera no quería saber nada de Sánchez, pero él tampoco le presentó un documento de negociación.
-Rivera había decidido que su objetivo era desbancar a Casado.
-Le preguntaba por los pactos con Bildu.
-Prefiero otra cosa que Bildu, claro que sí, me encantaría que estuvieran gobernando PSOE y Ciudadanos. Pactar con partidos que no son constitucionalistas fue doloroso, pero necesario.
Sánchez y el poder
Carlos Westendorp es un impugnador irreductible de esa tesis que define a Pedro Sánchez como el “político que pactaría hasta con el diablo con tal de mantener el poder”. Lo defiende a capa y espada, da igual una entrevista que un café con sus amigos. Está orgulloso de su discípulo.
Tras la etapa de Bosnia, Westendorp y Sánchez volvieron a enlazar sus caminos en Madrid. Cuando el hoy presidente era concejal, debió asesorar a su otrora maestro en lo que se refiere a los mítines: “Eso él se lo sabía muy bien, me explicó que debía lanzar el mensaje cuando, de repente, las luces se encendían muy fuerte”.
-¿Por qué tiene tan claro que Sánchez no es el poder por el poder?
-El poder siempre se quiere para algo.
-Depende de quién.
-Hablo en líneas generales. Están los que lo desean para tener más éxito con las mujeres, los que buscan satisfacer su ego, los que ansían influir a cualquier precio…
-¿Para qué lo quiere Sánchez?
-Para hacer cosas por su país. Esa es mi impresión. Ya le he dicho antes que me cae bien, que me parece un buen tío.