El Gobierno quiere el fondo de recuperación europeo ya. Y, como mínimo, con las condiciones preestablecidas por la Comisión: 750.000 millones, de los cuales 140.000 serían para España, en su mayoría en forma de transferencias a fondo perdido, con un periodo de uso de cuatro años y una baja o nula condicionalidad.
Eso quiere, "y eso vamos a luchar, partiendo de esa base y hacia arriba", apuntan fuentes del Ejecutivo... pero ya cuenta con la posibilidad de que la cumbre de jefes de Estadio y de Gobierno de los días 17 y 18 llegue al domingo 19... y aun así se cierre en falso. "El mes del acuerdo tiene que ser julio, en este Consejo o en uno posterior", admiten las fuentes del Gobierno consultadas.
Esto retrasaría la solución e inyectaría incertidumbre en los mercados. Los fondos no serían una certeza -a lo que ha jugado el presidente desde que el Parlamento Europeo votó en masa a favor de la propuesta de la Comisión- y la economía no empezaría a reactivarse como espera Hacienda. Todo esto pondría nervioso al Ejecutivo y, ante una nueva cumbre, debilitaría su postura negociadora, ya tocada por el fiasco de la no elección de Nadia Calviño como presidenta del Eurogrupo, el pasado jueves.
En Presidencia se lamenta que se ha hablado demasiado del asunto, que ha pasado mucho tiempo -prácticamente, dos meses- y ha dado tiempo a que los países contrarios tracen estrategias concretas.
Es más, la última propuesta del presidente del Consejo, el belga Charles Michel, ya ha endurecido las condiciones: cada partida deberá pasar por el Consejo, con el riesgo de que un solo país vete cualquier proyecto por intereses particulares. Fuentes de Moncloa dicen que "el Gobierno no tiene problemas en que participe el Consejo, nuestros proyectos son sólidos... pero las unanimidades son inaceptables, exigiremos eficiencia, no podemos reproducir la Troika".
Argumentos y números
La ministra de Exteriores ya lleva tres semanas de encuentros uno a uno con sus homólogos europeos. Y Pedro Sánchez, al que se le acumulan los compromisos reconstructores, empezó hace 10 días: primero en Mauritania, con Emmanuel Macron; después en Lisboa con António Costa y en Madrid con Giuseppe Conte... y esta semana definitiva, se verá con los huesos más duros. El lunes, en Holanda, con el liberal Mark Rutte y el miércoles con el socialdemócrata (pero frugal) Stefan Löfven, en Suecia.
Según ha sabido este periódico en fuentes de Moncloa, Sánchez lleva una agenda llena de argumentos. "Nos jugamos el mercado único interior; no sólo recibimos, España también financia el fondo con un 9% del total; los ricos y menos afectados por el Covid necesitan nuestra reconstrucción, el fondo -como está y cuanto antes- es bueno para todos; el Gobierno dedicará el dinero a la transformación digital, ecológica e innovadora del modelo productivo".
Pero cuando el presidente arribe este lunes a las 12.30 a Catshuis, la residencia oficial del primer ministro holandés, y cuando el miércoles desayune mano a mano con el sueco a las 8.00 horas en su casa de verano de Harpsund, tendrá que lidiar con unos apuntes repletos de números. A saber:
El descontrol del déficit público en 2019, que cerró en el 2,9% a pesar de que la economía española crecía y de que el objetivo marcado por Bruselas era del 1,3%. Las dos subidas consecutivas del Salario Mínimo en un total de un 30% en apenas un año, que estrangularon la creación de empleo. El blindaje de la subida de las pensiones al IPC sin atender al agujero de la Seguridad Social, que supera los 100.000 millones desde 2011...
Un as en la manga
Hay un as en la manga de Sánchez. Las reglas de la UE son las que son, y como los Gobiernos de los Estados miembros son reacios a ceder soberanía, hay muchas decisiones en manos del Consejo, en el que el voto de la pequeña Chipre pesa lo mismo que el de Alemania: un voto, un veto. En Moncloa echan humo con que la población de los cuatro frugales no representa más que el 9% de la de la Unión "y su posición tiene demasiado peso". En vísperas del viaje clave, no dicen que se vaya a usar este último argumento, pero tampoco lo callan.
Entre medias, Sánchez buscará el amparo de la superlideresa europea, Angela Merkel, en Berlín. Curiosamente, es la conservadora canciller alemana la que sí apoya, y sin fisuras por ahora, la posición española. Pese a ser la socia alemana del Partido Popular de Pablo Casado, ella es la abuela del programa Next Generation EU, el fondo de recuperación parido por su exministra de Defensa y hoy presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen.
Y es que se da la circunstancia de que la alianza de los cuatro menos generosos en Europa, que reúne a los Países Bajos, a Suecia, a Austria y a Dinamarca, es un club heterogéneo. Reúne a hermanos socialdemócratas -el citado Löfven y la danesa Mette Frederiksen-, un primo liberal -Rutte- y un cuñado del PP -el jovencísimo austriaco Sebastian Kurz-.
Así que la clave de la dificilísima negociación en la que se embarca el presidente español no está en la ideología, y quizás tampoco en el eje norte-sur. Echando un vistazo al apoyo de Merkel, tampoco hemos de buscar las diferencias ético-culturales entre el catolicismo latino y el protestantismo centroeuropeo.
La cosa va de echar cuentas... y la mirada atrás: los cuatro frugales no se fían del rigor de España e Italia. En su opinión, ambos países han sido manirrotos en los (pocos) años que han transcurrido entre la recuperación de la crisis de 2008 y el comienzo de la hecatombe socioeconómica provocada por la pandemia del Covid-19.