En la pared de la habitación, cuelgan sombreros traídos de todo el mundo. Sobre la mesa, cigarrillos y una máquina de escribir. Fuera, juegan los niños. El periodista rubio y de pelo alborotado tiene las manos manchadas de tinta. El periodista sabe que a la historia se le ha puesto la hache mayúscula. El periodista está a punto de perderlo todo: los sombreros, la máquina de escribir, la familia y la habitación. En la noche más triste de su exilio, al periodista apenas le quedarán unos cuantos pitillos. Lucky, sin filtro.
Pilar Chaves Pérez cumple hoy un siglo. Nació en Córdoba el 27 de julio de 1920. Es la última hija con vida de Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944). La escena anterior sitúa a su padre justo antes de que España se partiera en dos y se le catalogara como fusilable en ambas mitades.
-Felicidades, ¡cien años!
-Oiga, ¡pero no me lo recuerde! ¿Dónde está usted? -pregunta desde el jardín de su casa, a orillas de Marbella.
-En Madrid.
-¿Y por qué no viene? Mi padre merece una visita importante -se ríe-. Ah, ya, ya, el virus.
Y Pilar tiene razón. Su padre, aquel “pequeñoburgués liberal”, elevó el reporterismo a su máxima categoría: dio la vuelta a Europa en avión, narró el auge del nazismo desde Berlín, recorrió la Rusia roja, publicó las grandes exclusivas de su tiempo y, cuando el país inició su viaje al fin de la noche, blandió la libreta con ecuanimidad.
Tan ecuánime fue Chaves que hasta finales del siglo pasado no fue redescubierto en su España natal. Ninguna de esas dos mitades latentes lo reivindicaba. Deambulaba por las librerías de viejo su gran biografía del torero Belmonte, pero su relato de la tragedia dormía, nunca mejor dicho, el sueño de los justos.
“Antirrevolucionario y antifascista”. Contra los “dictadores” de una y otra trinchera. Se “permitió” el “lujo” de “no tener ninguna solidaridad con los asesinos”… y lo pagó caro. Murió en Londres. Solo. Enterrado sin lápida que le recuerde.
"La verdad"
“Lo perdimos todo varias veces. Nos quedamos sin lo más íntimo. Fueron dos guerras”, dice Pilar. La escultura de Chaves Nogales que ilustra este reportaje fue recuperada en un mercadillo.
“La Pili” -como la llamaba el periodista- está en el patio de su casa. Sonríe con la felicidad de quien afronta el ocaso habiendo colmado por fin la máxima de Cicerón, que cuelga de la nevera en forma de imán: “Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín, ya no os faltará de nada”.
Para ella -explica su hijo Antony-, esta casa entraña un "simbolismo enorme". Después de tantas huidas, puede acoger a los suyos. Les brinda aquel fuego familiar que la metralla le hurtó cuando era niña.
“Venga, venga, pregunte”. Pilar Chaves activa el proyector de sus recuerdos. Escucharla es como asistir a uno de esos cines de verano al aire libre. Cuando estalló la Guerra Civil, tenía dieciséis años. Al huir de París, tras la llegada de los nazis, calzaba casi veinte. Y esta mañana, privilegio de la biología, está aquí, concediendo una entrevista, como si la materia que alienta su memoria fuera cosa de anteayer.
Por este relato caminan Manuel Azaña, Pío Baroja, Ramón María del Valle-Inclán, Juan Belmonte… Todos ellos en zapatillas de andar por casa, que es la mejor forma de asomarse a la Historia. Un camino posible gracias a esta mente vivaracha y despejada, que acaba de cumplir cien años. Pilar acabaría estudiando Sociología. Trabajó en la BBC y en el servicio de prensa de la embajada británica en España. Le habría fascinado saber todo lo que sabe ahora de esos personajes que la rodearon de niña.
Los Chaves Nogales llegaron a Madrid a mediados de los años veinte. Manuel era hijo de una familia de letras. Su padre y su tío, periodistas; su madre, pianista. Ana Pérez, su mujer, “era puramente sevillana, muy adaptable, alegre y con sus raíces en el campo”.
Su primera casa en la capital estuvo en Ciudad Lineal, que nada tiene que ver con la Ciudad Lineal de ahora. “Nos criamos rodeadas de gallinas”, rememora Pilar. Su padre escribía en distintos periódicos y metía la cabeza en las tertulias literarias. Apenas tres años después, ganó el Mariano de Cavia, uno de los galardones más prestigiosos del oficio. Lo hizo con un reportaje sobre Ruth Elder, la primera mujer que cruzó en solitario el Atlántico a bordo de un avión.
El aeroplano fue una de las herramientas con las que Chaves modernizó el periodismo. Sobrevolando Rusia, tuvo un accidente… y desapareció. Su búsqueda tuvo en vilo a todo un país durante veintidós días. Hasta que él mismo consiguió contactar con el periódico.
La nota que envió dijo así: “Desde el fondo de una aldea del Cáucaso donde me encuentro perdido, casi sin dinero y casi sin esperanzas de encontrar la salida, os envío un abrazo. Estoy en la aldea de Sovoroska, frente al Elbrús. A ver si algún geógrafo de la redacción da conmigo”.
“Tras una temporada en Ríos Rosas, nos instalamos en el edificio del Ahora, en la Cuesta de San Vicente, donde mi padre desempeñó puestos directivos hasta que le nombraron director”. Era una casa agradable, con vistas a los jardines del Campo del Moro.
-¿Veían mucho a su padre?
-Le veíamos a deshora. En realidad, ¡vivíamos a deshora! Él trabajaba todo el tiempo, hasta muy tarde por la noche. Pero mi madre, mis hermanos y yo guardábamos cierto orden. No podíamos faltar al colegio. Aunque yo compartí con él mucho menos tiempo del que me hubiera gustado.
-¿Por qué?
-Al principio, estudiábamos en el Instituto Escuela, que dirigía en gran parte María de Maeztu. No era un colegio al uso, se respiraba cierto ambiente intelectual. Los métodos de enseñanza eran modernos. Pero nos pusieron uniforme y empezaron con aquello de los desfiles. A mi padre le pareció peligroso, no le gustó y nos mandó a Inglaterra.
Aquel Chaves Nogales había alcanzado la milla de oro. Tenía un gran sueldo. Como subdirector del Ahora, había reunido en las páginas del periódico a los escritores más importantes del país. Los políticos y los militares le respetaban -y le temían-. Disfrutaba de acceso directo a los altos poderes del Estado.
-¿Qué significaba el periodismo para él?
-Nació periodista. Estaba siempre pensando en las cosas de “a diario”. Trabajaba obsesionado con la verdad y sus matices. Porque la verdad, en aquellos años, tenía muchos matices. Su periodismo era distinto, abría caminos. Era un hombre cargado de imposibles.
“Admito la posibilidad de equivocarme. Mi técnica -la periodística- no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio”, anotó. Chaves Nogales, pese a su condición de subdirector -y luego director- jamás dejó de frecuentar aquel Congreso huracanado. Tampoco abandonó las entrevistas. Ni sus viajes: la Cataluña enardecida, la Alemania que cultivaba el totalitarismo, la Rusia Roja…
Gracias al trabajo de Andrés Trapiello -Las armas y las letras-, Abelardo Linares -editor de Renacimiento-, María Isabel Cintas -su biógrafa- o la propia familia, es de sobra conocida la afilada pluma de Chaves. “¡Él decía que era su única arma de fuego!”, apostilla Pilar.
Pero, ¿cómo era su voz? “Firme, aunque al mismo tiempo ligera… No sabría cómo describirla. La hemos estado buscando un montón de tiempo en los archivos de la BBC, pero no ha habido manera. Era una voz muy bonita, aunque no tenía oído para la música. De hecho, solía amenazarnos con ponerse a cantar. 'Mira que os canto, ¿eh?’. Cómo se reía”.
"¿Y Pablo? ¿Reflexiona?"
-¿Era consciente ya entonces de la influencia que tenía su padre en aquel momento?
-Creo que no. Bueno, mi casa estaba siempre llena de gente importante. Tertulias, partidas de cartas, pero una niña no se entera de muchas cosas. No, no era consciente. Ahora me acuerdo de lo que me pasó cuando llegué al internado en Inglaterra.
-¿Qué ocurrió?
-Me preguntaron a qué se dedicaba mi padre. Yo dije que era periodista. Entendieron que vendía periódicos por la calle -suelta una carcajada-. No comprendían cómo con ese oficio podía pagar un colegio tan caro en el extranjero.
Manuel Chaves Nogales solía pedir a Pilar y a Josefina -las dos hermanas mayores- que ayudaran a servir los cafés durante las timbas y los debates: “Quería que chupáramos todo aquello”. Era su forma de educar: la conversación, los libros, las preguntas… Ya en el exilio, el periodista envió una carta al pueblo sevillano donde estaban refugiados los suyos y preguntó por su único hijo varón, que tendría ocho o nueve años: “¿Qué tal está Pablo? ¿Reflexiona?”. Ese era el Chaves padre.
-¿Quiénes pasaban por su casa? ¿A qué escritores trató?
-Maeztu, Valle-Inclán, Ba...
-¡Valle-Inclán!
-Sí, sí.
-¿Y cómo era?
-Tenía una barba larguísima, no era muy alto. Ay, ojalá hubiera sabido entonces todo lo que sé ahora de él.
-Baroja.
-Sí, Baroja fue una parte importante de la vida de mi padre. Luego volvieron a encontrarse en París.
Cuentan que una vez, en tiempos de la República, Chaves le dijo a don Pío: “Usted y yo acabaremos en una vieja buhardilla de París”. En plena guerra, se vieron a orillas de la Torre Eiffel y el inventor del Zalacaín le reconoció: “¡Tenía usted razón!”. El periodista contestó algo así como: “Bastaba con andar por la calle, es que usted siempre estaba encerrado con sus papeles y sus libros”.
-Manuel Azaña también, ¿no?
-Sí, a Azaña lo veíamos mucho. Tenían una relación muy estrecha. Confiaban el uno en el otro. ¿Sabes? Azaña solía decirle a mi padre: “Manuel, acabarás siendo alcalde de Madrid”.
-¿Y qué respondía?
-Que no, que él era periodista. Salía con facilidad de esos entuertos, estaba acostumbrado -se ríe-. En aquellas cenas se reunían varios, todos estos de los que hemos hablado. Había muchas discusiones. Antes me preguntabas por la influencia… Hombre, ahí veía que la opinión de mi padre era especialmente escuchada y respetada por el resto.
Manuel Chaves Nogales fue, además de todo lo anteriormente dicho, un eficaz gestor de egos. Como los buenos entrenadores del Barça y del Real Madrid, logró que las mejores plumas del país compartieran páginas e hicieran del periódico un proyecto común: los hermanos Machado, Baroja, Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Marañón...
-Otro de los que más pasaba por allí debía de ser Juan Belmonte.
-¡Sí! Mi padre solía decir: “Traed jamón, ¡que viene Belmonte!”. Se encerraban en el despacho durante horas. Hablaban, hablaban, hablaban… Todo el rato hablando. Así compuso su biografía -el único libro de Chaves que, tras la guerra, no fue aplacado por la censura-.
La guerra de Chaves Nogales
Entonces, la guerra. A Chaves Nogales le pilló en Inglaterra. Era 18 de julio y había ido a recoger a sus hijas. Un hombre que pasaba por el colegio le dijo: “¿Sabe que en España ha ocurrido un gran revuelo?”. Y tanto que sabía. El periodista había visitado las colonias africanas, conocía el proceder de los generales, sabía cómo iba a reaccionar su amigo Azaña.
Cuenta Pilar que primero viajaron a París. Chaves recabó cierta información. Tras una breve estancia en Madrid, decidió que su mujer y sus hijas fueran a Barcelona. Él permaneció en la capital hasta que el Gobierno republicano se desplazó a Valencia.
En aquellos meses, comenzó a gestarse en su cabeza A sangre y fuego, que acabó convirtiéndose en uno de los mejores caminos hacia el conocimiento de esos hombres que, de pronto, se vieron obligados a coger el fusil. Algunos enardecidos, sí; pero otros temerosos y obligados. Esa “vasta tropa que sufre la Historia” de la que habló Houellebecq.
“Soy un pequeñoburgués liberal”, recita de memoria Pilar. Así empieza el prólogo de un libro que, a ojos de cientos de escritores del presente -quizá miles-, debería estudiarse en los colegios.
Ya refugiado en París, escribió Chaves: “Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario (…) Idiotas y asesinos han actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos (…) Un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros (…) En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas”.
Manuel Chaves Nogales fue ecuánime -solidario ante el horror independientemente de su signo-, pero no equidistante. Jamás ocultó sus preferencias. Era republicano, azañista y moderado. “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba”, explicó en ese mismo texto. "Demócrata ante todo, defensor de la verdad y de la libertad", describen hoy sus descendientes.
-Siempre contra los extremos.
-Sí. Muy alejado. De hecho, nos mandó a Reino Unido porque quería librarnos de ellos. Te diría que fue un hombre tranquilo, pero tampoco. Su ecuanimidad era muy combativa.
-Imagino que hoy estaría preocupado por el auge de la polarización y de esa violencia dialéctica que abarrota el Congreso de los Diputados.
-Sí, estaría muy inquieto. Creo que, después de todo lo que hemos pasado, le extrañaría lo que está ocurriendo. Le habría preocupado mucho.
“Nosotras ya no volvimos a Inglaterra. La directora del colegio llamaba y preguntaba por qué no regresábamos. Mi padre le respondía: ‘Oiga, que estamos en guerra’. Acabamos todos en París, en un pisito a las afueras de Montrouge”, evoca Pilar.
Frente a Goebbels
Por primera vez, los hijos de Chaves vieron a su padre trabajar. Descubrieron la trastienda del periodismo, el fervor de una llamada urgente, el aroma de la exclusiva, el calor del reportaje y el alivio de la noticia publicada: “En Madrid, él se iba a la redacción, que era su brújula, su norte. De repente, se quedó desorientado. Cogimos una casa que tenía una habitación grande y dos pequeñas. Él trabajaba en la grande. Le veíamos llamar y escribir. Charlaba con los exiliados que llegaban a París. Estaba muy bien relacionado”.
-Hasta que llegaron los nazis y la Gestapo.
-Cuando los alemanes entraron en París, él todavía vivía en casa. Una noche nos dijo que se tenía que marchar. Destruimos las pruebas de su trabajo. Las quemamos. Nos dijo que nos quedáramos, que no nos pasaría nada: ‘Vendrán buscándome, pero no habrá problemas’. Acertó. A los quince días aparecieron y lo registraron todo, pero pudimos regresar a España.
Chaves Nogales sabía lo que era el nazismo. Lo conoció cuando Hitler todavía no era considerado un monstruo, cuando todos esos símbolos y desfiles eran vistos con simpatía por algunos líderes europeos. Viajó a Berlín en 1933.
Seis años antes de que sucediera, apuntó: “El nazi lleva hoy en el costado una pistola. Antes la llevaba también, pero la llevaba escondida. Esa pistola es el gran argumento que el nacionalsocialismo ha empleado desde el primer momento en sus discusiones con los demás partidos políticos (…) La guerra; Alemania va a hacer la guerra”. Tan agobiado regresó Chaves que dio en Sevilla una conferencia titulada: “Cómo se acaba con una República. Del comunismo ruso al fascismo alemán”.
“Anticipó muchas de las cosas que vendrían. Mi padre fue, en cierto modo, un visionario”, dice Pilar. En aquella aventura, con sus escritos, se granjeó enemigos peligrosos. Como por ejemplo, Joseph Goebbels, el todopoderoso ministro de Propaganda, al que tuvo la oportunidad de entrevistar.
“Mi padre respetó la conversación y la publicó tal como se produjo -le obligaron a ello-, pero ese mismo día añadió un texto en el que contaba la sensación que le causó Goebbels”, revela.
Esas líneas fueron estas: “Es un tipo ridículo, grotesco; con su gabardinita y su pata torcida, se ha pasado diez años siendo el hazmerreír de los periodistas liberales (…) Hay en él la misma capacidad de sugestión y de dominio que en todos los grandes iluminados, en todos esos tipos nazarenoides de una sola idea encarnizada: Robespierre o Lenin. Lucirá mucho menos que Hitler en las paradas, pero es más certero (…) Es de esa estirpe dura de los sectarios, de los hombres votados a un ideal con el cual fusilan a su padre si se les pone por delante”.
Londres, última etapa
“La última vez que vi a mi padre fue a través de la ventana. Se marchó con la gabardina y un maletín. Huyó en barco a Inglaterra”. Una frase que suena como un disparo de pistola. Chaves Nogales eligió primero París porque lo creyó un reducto de libertad. Se marchó decepcionado y escribió La agonía de Francia, una crítica descarnada a la reacción político-popular autóctona frente a la invasión nazi.
Ana y sus hijos -Pilar, Josefina y Pablo- regresaron a España en un tren blindado que les llevó a Irún. Estaba embarazada de Juncal, a la que Chaves jamás conocería. “Íbamos de pie. Un soldado alemán le cedió el sitio cuando mi madre estaba a punto de desmayarse. Dio a luz en un campo de refugiados de la frontera”.
Sin saber inglés, Chaves Nogales se abrió paso en el periodismo británico. Colaboró en la puesta en marcha de la Atlantic Pacific Press Agency, que recogía los textos de los grandes escritores en el exilio para publicarlos en América Latina. Contaban que, durante muchos bombardeos, rechazaba bajar al refugio antiaéreo y seguía tecleando con celeridad.
Con seudónimo, enviaba cartas a su familia, que ya estaba escondida en El Ronquillo, un pueblecito sevillano. Para no levantar sospechas, debía referirse a la pequeña Juncal como “esa señorita a la que no he sido presentado”.
A su esposa, Ana, consiguió decirle: “Ya sabes que no sé vivir sino como he vivido siempre; contigo. Sin tenerte a mi lado no sé vivir; soy una desdicha. Esto es lo único que me interesa y lo único que me hace desgraciado. Lo demás, por duro que sea, no tiene ninguna importancia”.
"Ha muerto el gran periodista"
En septiembre de 1943, Chaves tuvo un accidente de tráfico y le quedaron algunas secuelas. Meses después, fue operado de urgencia. Murió de manera inesperada el 8 de mayo de 1944. Tenía 46 años. La causa oficial: peritonitis. Aunque también se mencionó un posible cáncer de estómago. La censura prohibió la esquela que su hermano Pepe quiso publicar en el ABC de Sevilla. Incluso después de muerto, Franco lo condenó a inhabilitación perpetua.
Antonio Soto, amigo y periodista exiliado en Londres, leyó esta necrológica en la BBC: “Hace pocos días aún me decía, hablando de nuestra querida España: ‘Si los españoles abusan alguna vez de la libertad, démosles más libertad aún. Los males de la libertad sólo con libertad se curan’. Ha muerto el gran periodista, porque Chaves Nogales no fue en toda su vida ni más ni menos que eso, un periodista”.
-Pilar, ¿recuerda cómo se enteró de que su padre había muerto?
-Mi tío Pepe, que vivía en Sevilla, apareció en El Ronquillo. Mis hermanas y yo estábamos fuera de casa; y mi madre, dentro. Entró Pepe. Cerró la puerta y las ventanas. Le contó lo que había pasado. Cuando me enteré, no pude llorar. No lloré en toda la semana. Toda nuestra vida giraba en torno a eso…
-Al reencuentro.
-Sí, al final de las guerras. Volver a vernos. Pasaban muchas cosas por mi cabeza, pero no que él muriera de repente. Ojalá pudiera estar leyéndole todo el tiempo.
-Si pudiera hacerle una pregunta a su padre, ¿cuál sería?
-¡Uy! Necesito pensarlo mucho. ¿Podría llamarme en unos días?
(…)
Una semana después, Pilar ya tiene su pregunta. Es esta: “Papá, ¿por qué la libertad fue tan importante para ti? ¿Por qué te importó tanto?”.
*** Muchas gracias a Antony Jones, nieto de Chaves Nogales, por concertar y preparar esta cita; y también a María Fernanda, por cuidar a Pilar y acompañarla durante toda la entrevista.