El elegante proceso de intercambios por el que Zarzuela escribe, Moncloa revisa y el Rey pronuncia su mensaje de Navidad es un buen ejemplo de cómo se abordará la "renovación" de la Monarquía Constitucional que ya está en marcha. Presidencia y Casa Real trabajan en la revisión modernizadora de la Corona, una auténtica reestructuración que una persona implicada en su gestación ha definido a este periódico como algo "equivalente a la perestroika".
Hay diferencias entre lo que piden unos y lo que los otros están dispuestos a aceptar, pero los 40 años de tradición elíptica en las relaciones entre ambas instituciones -desde la restauración de la Corona y la vuelta de la democracia- impide saber quiénes son los unos y quiénes son los otros.
...al menos, ponerlo negro sobre blanco. Porque todos sabemos a quiénes nos referimos. Como cuando escuchamos a Felipe VI en Nochebuena hablar de "principios éticos" y "consideraciones familiares".
Del borrador enviado a Moncloa el sábado pasado gustó una palabra en concreto: "Renovación". Según las fuentes citadas, esa referencia fue interpretada como la clave de coincidencia entre el Monarca y el presidente, dos hombres de la misma generación. El jefe del Ejecutivo está comprometido con la consolidación de Felipe VI, como un Rey "renovador y diferente", y se apoya en las encuestas que indican un alza de las preferencias por la Monarquía frente a la opción republicana. Como la que publica este domingo EL ESPAÑOL.
Incluso se mira en el espejo de otro socialista, Felipe González, que ya apoyó la legitimación democrática de otro rey de su generación, Juan Carlos I.
La llegada de Pedro Sánchez al Gobierno significó un cambio en las relaciones entre la Corona y la Presidencia. Pero los primeros diagnósticos de Zarzuela no coincidieron con lo esperado. Y es que en Moncloa se instaló, también, un nuevo modo de presidir: por primera vez, el jefe del Ejecutivo ponía casi tanto peso en el mensaje como en la política. Y su equipo construía un relato a su alrededor, haciendo pivotar toda la labor de Gobierno en torno al fortalecimiento de su imagen.
No sólo era lo necesario -Sánchez contaba con sólo 85 escaños propios en el Congreso, y él mismo no era diputado- sino lo deseado. Pero en España, la mística alrededor del personaje había estado reservada para la figura del Rey. Y estas nuevas maneras motivaron fricciones e incomprensiones que se fueron limando con el paso de los meses y los aconteceres.
La "renovación" del hecho presidencial, la coalición de Pedro Sánchez con Pablo Iglesias -un líder activamente republicano- y los escándalos de Juan Carlos acercaron el entendimiento. Al punto de que hoy ambos palacios trabajan en conjunto en un plan de reestructuración -eso significa en ruso "perestroika"- con varias etapas: estabilización, gestualización y consolidación.
Estabilización
La falta de una "ley del Rey", asunto nunca abordado pero que estuvo en la lista de deberes de todos los presidentes, al menos desde Felipe González, ha hecho de la institución monárquica española una especie de apéndice extraño en nuestro constructo jurídico.
La Monarquía "es tradición", pero desde los entornos de Felipe VI y el de Pedro Sánchez se entiende que no debe ser "costumbre". Sólo la tradición anglosajona basa su derecho en la costumbre; sin embargo, en el derecho napoleónico -del que somos herederos- no es lo consuetudinario, sino lo escrito lo que rige. Y eso (todavía) no pasa aquí.
Según lo conocido por este diario, en la hoja de ruta que se está trazando entre Zarzuela y Moncloa, aún quedan pasos hasta que se llegue a esa deseable "ley del Rey". Y el primero pasa por la estabilización de la institución.
Paradójicamente, la zozobra que supusieron aquellas exclusivas de EL ESPAÑOL el pasado mes de julio -cuando este periódico reveló cómo el Emérito dio órdenes para esconder en Suiza los 100 millones de dólares regalados por el monarca saudí- ayudó a impulsar estos trabajos. Después del comunicado del 15 de marzo -cuando Don Felipe retiró la asignación a su padre y renunció a toda herencia-, Moncloa deseaba "un nuevo gesto de transparencia y ejemplaridad".
Sánchez llegó a forzar la máquina, mostrándose en público "perturbado e inquieto por las revelaciones de la prensa", a la que llegó a alabar "por arrojar luz". Un mensaje claro de que lo que antes se había callado estaba bien que hoy se contara. Y de que la depuración de la institución pasaba por "el aplauso" a la conducta del Rey actual y por la "celebración" de todas sus muestras de renovación "y de las que vengan".
Gestualización
Cuando hace ocho días, el sábado pasado 19 de diciembre, Moncloa recibió el borrador del discurso del Rey, todos esperaban una nueva prueba de que la página de Juan Carlos I se ha pasado. Durante unos días, el presidente y su equipo revisaron el texto. Y al cabo de esos trabajos, lo devolvieron con sus "sugerencias". Desde entonces hasta que Don Felipe lo pronunció ante las cámaras, no volvieron a saber de él.
En el Gobierno había división de opiniones: algunos deseaban una mención expresa -"con nombre y apellidos"- del hijo al padre. Otros consideraban suficiente el recuerdo y renovación del compromiso expresado ante las Cortes, en su proclamación, con "los principios éticos y morales". No en vano, en Moncloa se considera -y se dice públicamente- que Don Felipe ya "ha demostrado, de palabra y acto, una actitud ejemplar como Jefe del Estado".
Y en Zarzuela se entendió que el mejor modo de cumplir con el "gesto" reclamado era dándolo sin ceder, demostrando quién lleva hoy la Corona y manteniendo al Monarca donde está: él es el Rey (y ya no su padre) y él es el ejemplar (no tiene por qué sobreactuar matándolo).
Como hasta hoy todo se basa en esas reglas del respeto y la elegancia, sin normas jurídicas a las que atenerse, ni a Zarzuela se le había ocurrido enviar un borrador que fuera a ofender a Moncloa -por corto-, ni el equipo del presidente "sugirió" barbaridades -pasándose de largo-, ni la Casa Real hizo caso omiso de las apreciaciones del Gobierno.
Consolidación
Y así, con esa delicadeza en las formas, pero con la misma determinación con la que el heredero pasó la página de la Historia de su padre en la Jefatura del Estado, se llevará todo este proceso de reestructuración. Delicado en sí mismo, y más si lo pilota un Ejecutivo que alberga a un activista de la República con cargo de vicepresidente.
De ahí que la aprobación de una "ley del Rey" se dibuje como el punto de inflexión entre la segunda etapa y la tercera, de consolidación. Desde que gobierna con Iglesias, Sánchez ha ejercido de contrapeso al republicanismo de su socio. Es el presidente que en más actos públicos ha acompañado al Jefe del Estado y ha recordado en varias ocasiones que, aunque el PSOE propuso la República como modelo de Estado en la ponencia constitucional, "perdimos la enmienda y nos comprometimos con la totalidad de la Carta Magna de todos". Es decir, "también con la Monarquía parlamentaria".
Según fuentes gubernamentales, Sánchez está comprometido a fondo con la consolidación de Felipe VI como un rey "renovador y diferente". Quiere jugar un papel similar al que otro presidente socialista, Felipe González, jugó con Don Juan Carlos desde 1982, en otro momento de zozobra para la Corona.
La cuarentena del presidente le impidió inaugurar junto al Rey la exposición homenaje a Manuel Azaña, presidente de la II República, el pasado 17 de diciembre. También la pandemia impulsó recientemente otro acto llamativo del Monarca. Don Felipe y Doña Letizia viajaron a Barcelona el pasado día 21 para entregar el Premio Cervantes a Joan Margarit, poeta "de lengua materna catalana" y en el pasado defensor del independentismo... pero con cuya familia mantienen una relación amistosa los Reyes.
La pasada semana, Jaume Asens confirmó lo adelantado por este diario en agosto, que "antes o después", Unidas Podemos llevará al Congreso esta norma "para limitar el poder del Rey". Y que ya la tienen "muy adelantada".
La realidad es que las declaraciones del líder morado catalán parecen más oportunismo que realidad, un modo de colocarse la medalla -o incluso la venda antes que la herida-. A una formación republicana cuyo líder instó (en su último Consejo Ciudadano Estatal) a sus afiliados y dirigentes a "avanzar hacia la República que, antes o después, llegará a España" no se le ha perdido nada en legislar sobre una regulación de la Monarquía.
El presidente no piensa darle ni agua a Iglesias en este proceso, indican las fuentes, sobre todo porque la posición de ambas formaciones a este respecto no es que sea distinta, es que es antagónica. "No hay sorpresas en el hecho de que dentro del Gobierno haya discrepancias en este punto", admiten fuentes de Moncloa. Ni tampoco en que los morados se hayan querido apuntar el mérito de plantear una "ley de la Corona".
Pero el proceso va por otro lado. La reestructuración, la necesaria perestroika de la Monarquía, ya está en marcha.