La escalada de insultos y desprecios entre dos bloques a la derecha y a la izquierda - jaleada desde los extremos de cada bando- en que se ha convertido la carrera electoral del 4-M en Madrid tiene preocupada a la Moncloa. Tanto que el presidente, Pedro Sánchez, prevé llamar a Pablo Casado después de los comicios para tratar de forzarle a que rechace los votos de Vox: "Tenemos que revisar profundamente la política de alianzas", explica una fuente del Gobierno. "Es una reflexión que tenemos que hacer todos".
Ése es el mensaje que pretende transmitirle Sánchez al líder del Partido Popular en la conversación que mantengan. Aunque lo cierto es que las fuentes consultadas en el Ejecutivo no ofrecen una salida al PP, cuya candidata y presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ya planteó este martes la solución: "Si tanto les preocupa que Vox pueda ser decisivo, que me den sus votos y todo solucionado".
Pero eso no entra en los planes del PSOE, al menos de momento. En ningún caso es siquiera un elemento de reflexión "antes de ver el resultado en las urnas".
Ha sido en las oficinas que rodean el despacho del presidente Sánchez donde se ha diseñado el plan de campaña socialista. Y ésta se ha ido desarrollando al tiempo que Pablo Iglesias, el líder del otro partido de la coalición, se bajaba del Consejo de Ministros para radicalizar el mensaje de Podemos y, así, tratar de salvarlo de un descalabro anunciado.
Subiendo el listón
Con un espejo al otro lado -porque Vox sufría un desgaste similar ante el crecimiento imparable de los populares-, ambas formaciones extremistas han ido subiendo el listón redoblando el último ataque del enemigo.
Y cuando llegaron las cartas amenazantes -con balas o con navajas ensangrentadas-, el partido de Santiago Abascal le hizo tomar al de Pablo Iglesias de su propia medicina: si ellos se mofaron de la pedrada a Rocío de Meer -el portavoz, Pablo Echenique, llegó a calificarlo de "bulo hecho con kétchup"-, Vox no daría crédito a las amenazas a un Gobierno "del que ya nadie cree nada".
¿Son violentos, o justifican las amenazas de muerte desde las filas de Abascal? No. ¿Se solidarizaron y condenaron expresamente estos envíos? Tampoco. ¿Rechaza las agresiones físicas Podemos? Por supuesto. ¿Jalearon sus dirigentes la "defensa de Vallecas" hace tres semanas, sin importar que hubiese incidentes? También.
¿Está dispuesta alguna de las partes a rebajar la tensión? No se adivinan opciones. ¿Se retroalimentan sus huestes de este ambiente y a sus líderes les resulta rentable electoralmente? Las encuestas dicen que sí, porque ambos han frenado su caída en la última semana.
Lavarse las manos
El Gobierno advierte, por boca de su portavoz, de que "esta lluvia fina puede calar en la sociedad" y, entonces, ya será demasiado tarde. Y el PP se niega a entrar al trapo de una polarización de la que no considera responsable: "Nosotros sólo vemos ilusión alrededor de Ayuso, un ambiente magnífico en la calle y unos sondeos que nos sonríen... ése no es nuestro tema", responden fuentes oficiales del partido de Casado.
Populares y socialistas se lavan las manos, aunque reprochan al rival su responsabilidad en el alimento de la polarización. En todo caso, la presión de Moncloa está ya presente.
La rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros incluyó no menos de tres pasajes en los que María Jesús Montero desarrollaba un argumentario muy elaborado para presionar al PP: "Dicen esas cosas para poner una cortina de humo que tape su responsabilidad y su papel en este debate", señalaba la portavoz del Ejecutivo. "Hay que poner un cordón sanitario ante los partidos del odio. Lo que está en juego no son las elecciones, sino algo mucho más serio, la democracia".
Aunque la preocupación en Moncloa crece al mismo ritmo que Ángel Gabilondo cae en las encuestas, Sánchez no va a llamar ahora a Casado. El presidente sabe que cualquier movimiento en ese sentido, aunque tuviera un verdadero impulso regenerador de fondo, se le volvería en contra en este momento, a menos de una semana para la cita con las urnas autonómicas madrileñas.
Un asunto delicado
En el Gobierno saben que ponerle un cordón sanitario a Vox es un asunto muy delicado. No en vano es un partido con un muy alto apoyo democrático en las urnas, tercera fuerza a nivel nacional y, según los sondeos, cuarta en Madrid. Pero las fuentes consultadas insisten en que el rechazo no es a los ciudadanos que legítimamente los apoyan, sino a los insultos y el aval implícito a la violencia o la xenofobia que sí atribuyen a sus líderes.
El PSOE justifica su negativa a abstenerse a favor de Ayuso para que la lideresa popular no precise de los apoyos de Vox en que el PP tampoco ha estado "a la altura de su responsabilidad" en votaciones clave como la de los Presupuestos o el decreto de los fondos europeos.
Y en que el partido de Casado "se está mimetizando" con Vox, dada la actitud de su candidata en Madrid. La acusan de estar dispuesta a pactar con la ultraderecha. Y sobre todo, de aspirar "sin rubor alguno" a captar votos en su electorado, cayendo en políticas similares. De hecho, Moncloa dice que el día después del 4-M, no sólo será Sánchez quien llamaría al líder de la oposición. "Algún barón está muy preocupado con el seguidismo de Génova con Ayuso", sentencian.
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