Pedro Sánchez sigue echando balones fuera. De momento, se niega a dar pistas acerca del debate sobre el Estado de la Nación. No ha convocado ninguno desde que es presidente del Gobierno. Mariano Rajoy tampoco lo hizo durante los tres últimos años de su mandato. El Congreso no acoge esta cita desde el 24 de febrero de 2015.
El Partido Popular ha convertido este ruego en el eje de su estrategia. Pablo Casado lleva semanas empujando al presidente del Gobierno a "rendir cuentas ante la soberanía nacional" y Sánchez... no responde.
Las fuentes de Moncloa consultadas por este periódico también callan. Se agarran a la pandemia para explicar la anomalía. El debate sobre el Estado de la Nación no está recogido en la Constitución ni es obligatorio desde un punto de vista jurídico, pero se instauró como tradición anual en 1983, con Felipe González de presidente.
Esta regla no escrita también permite a los distintos gobiernos que no lo convoquen el año en que se producen elecciones generales. Un aspecto que valió a Sánchez al poco de estrenarse en el Ejecutivo, pero que ya ha quedado anulado. Si el Gobierno no celebra el debate, es porque no quiere.
La propia Carmen Calvo, en una entrevista con Onda Cero, respondió: "Será cuando corresponda". Y despejó la pelota aduciendo que las comparecencias quincenales de Sánchez en la Cámara durante el primer año de pandemia fueron, prácticamente, debates sobre el Estado de la Nación.
Casado, mientras tanto, quiere aprovechar el buen momento de forma que atraviesa el PP. El descalabro madrileño de PSOE y Podemos ya lo recogen las encuestas nacionales. Por primera vez desde que alcanzó la presidencia del PP, el jefe de la oposición se sabe "verdadera alternativa".
Para más inri, las alianzas que sostienen a Sánchez no atraviesan un buen momento. Unidas Podemos afronta el proceso sucesorio de Iglesias, el PNV no comparte la postura de Moncloa sobre el decaimiento del estado de alarma y ERC, en plena negociación del Govern de la Generalitat, marca distancias con el PSOE.
¿Pim pam pum?
Casado sabe que, de celebrarse, el debate sobre el Estado de la Nación podría tener algo de "pim pam pum" contra el presidente del Gobierno. En ese contexto, los conservadores preparan un discurso lo más transversal posible contra la gestión de Sánchez. De la economía al nacionalismo pasando por la pandemia.
Los dos competidores de Casado afrontarían la cita en una situación enrarecida, desconocida hasta ahora. Ciudadanos continúa en la UCI tras su desaparición de Madrid; y Vox, por su parte, está fuera de foco por el triunfo que ha convertido a Ayuso en una suerte de fenómeno social.
Pedro Sánchez intenta ganar tiempo. Espera, como quien dice, tener algo que vender en la Cámara. Busca cubrir con buenas noticias su debacle electoral. El PSOE, en la campaña del 4-M, se arrimó a Podemos hasta el punto de repetir los eslóganes referidos a la Guerra Civil y el franquismo.
El presidente deja pasar el tiempo para presentarse en la Cámara como un gestor, y no como el político que llegó a hablar de "principio del fin de la democracia" si Ayuso gobernaba con Vox. Se apoyará, previsiblemente, en dos barandillas: los avances en la vacunación y el reparto de los fondos europeos.
Le ayudará ser autor del orden del día. Así viene sucediendo desde que se instauró la tradición. Es el presidente quien marca la agenda. Sin embargo, igual que sucede en las sesiones de control, cada portavoz acaba llevando el debate a su terreno.
Descontando a Suárez y a Calvo-Sotelo -no existía este acontecimiento parlamentario-, Sánchez ocupa el vagón de cola de los presidentes, aunque conviene entender esta clasificación en relación a los años que se ha estado en el Gobierno. Felipe González protagonizó diez debates; Aznar, seis; Zapatero, seis; y Rajoy, tres.
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