El iberismo sigue vivo. La doctrina que propugna la unión o la especial relación sociopolítica entre España y Portugal para la construcción de un Estado ibérico parece haber renacido con motivo de la pandemia.
La crisis económica y social derivada del coronavirus ha provocado que ahora sean más quienes exigen un ente supranacional que -dentro del marco de la Unión Europea- utilice la unión de ambos países como palanca de desarrollo mutuo.
El propio alcalde de Oporto, Rui Moreira, es un fiel adepto a esta idea. Y por eso hace poco más de un año sugirió avanzar en esa integración y crear un "Iberolux", en referencia al modelo Benelux (integrado por Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo). Una estela que siguen hoy en día ciudadanos y empresas de la Raya, así como asociaciones socioculturales como la Sociedad Iberista.
Su coordinador general, Adrián Gebé, admite a EL ESPAÑOL que la unificación es actualmente "inviable" y que se trata de un planteamiento a "larguísimo plazo", así que de momento se conforman con "mejorar las relaciones institucionales" entre España y Portugal: "Tenemos un país al lado al que apenas hacemos caso, porque siempre miramos a Alemania o Francia; Portugal parece el hermano pobre".
La Sociedad Iberista reclama una alianza estratégica entre España y Portugal, al igual que las que existen en el contexto europeo entre los países del Benelux, los del Consejo Nórdico, el Visegrado o, de forma bilateral, en el consejo de ministros conjunto francoalemán.
Su propuesta principal, tal y como reza su página web, consiste en "configurar una alianza estratégica entre Portugal y España dentro del marco de la Unión Europea que permita la consecución de propuestas de integración". Y para ello proponen empezar por cosas simples, tales como "eliminar todas las asimetrías informativas, educativas, político-administrativas, culturales y sociales en la Península Ibérica".
"Un ejemplo que puede parecer tonto pero paradigmático es que en la sección del tiempo de los telediarios no se habla de Portugal, aunque compartamos península", expone Gebé.
"Agenda bilateral"
El eurodiputado socialista Nacho Sánchez Amor es un profuso conocedor de Portugal y de las relaciones diplomáticas con España. Y también un firme defensor de "una agenda bilateral" ambiciosa en cuanto a "comunicación e integración", pero que huye del término "iberismo" por tener éste connotaciones peyorativas en Portugal: "Ahí lo entienden como una anexión en la que preponderaría España".
Y es que, tal y como explica Sánchez Amor, Portugal es un país "formado como nación en el viejo temor al poderío castellano", de modo que "muchas generaciones de portugueses han crecido con suspicacia al poder español": "Eso cambia bastante con la entrada en la Unión Europea, aunque no se ha extinguido del todo".
Por ello prefiere hablar de un "hispano-luso peninsular" en referencia a una agenda común para la resolución de conflictos. "Estamos ante un momento histórico de relación entre los países que debería producir más resultados, pero falta ambición", lamenta.
Pero más allá de las relaciones diplomáticas, la pandemia también ha evidenciado que "escalas tan ambiciosas como la europea empiezan a tambalearse y hay que hacer una estrategia global": "La pandemia viene a reforzar la idea de que hay que trascender la pequeñez del Estado para ir a espacios grandes, capaces, con densidad y capacidad política de afrontar nuevos retos".
Historia del iberismo
Se dice del iberismo que, inspirado por los movimientos de unificación surgidos en Alemania e Italia, vivió su apogeo ensoñador durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. Autores como Unamuno, Pessoa o Saramago, cada uno a su manera, dan cuenta de ello.
Tal y como explica el historiador César Rina, el iberismo nace en el siglo XIX como "un proyecto de unión peninsular" en el marco de las "revoluciones liberales burguesas con la irrupción del modelo nacional como medio de administrar el territorio, la legitimidad y los afectos".
"Los liberales del siglo XIX creyeron que se había abierto nueva era en la que se podría reorganizar el mapa europeo en función de parámetros culturales y no de luchas dinásticas. En la Península, el iberismo fracasó, pero en Italia o Alemania el proceso de unificación sí triunfó", relata Rina.
Quizás el momento más álgido del movimiento fue el Sexenio Revolucionario, entre 1868 y 1874. Así lo atestigua este profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura, que asegura que "en la búsqueda de nuevo rey, llegaron a ofrecerle la corona a Fernando de Coburgo, padre del rey de Portugal, con el ánimo de que cuando muriera se integraran ambos países en un mismo Estado". No fue así.
En consecuencia, en el siglo XX el iberismo entró en retirada porque sus postulados "chocan con el imaginario de los españoles y portugueses, ya plenamente consolidados y sustentados en el mito de las espaldas enfrentadas, que habla más bien de un proceso reciente que de un desinterés histórico".
Por todo lo expuesto, César Rina considera que el iberismo entendido como creación de un Estado común "no tiene ningún recorrido", pero sí lo considera "fundamental" como "elemento de integración cultural, de acercamiento e interés mutuo, de puesta en marcha de proyectos compartidos a escala peninsular, de crear marcos para hacer fuerza en Europa".