Ayuso no tiene una casa que enseñar en la tele. Ese fue uno de los mensajes más poderosos que quiso transmitir la presidenta de la Comunidad de Madrid. Porque entronca con la clave de bóveda de su discurso: es espontánea, de carne y hueso en la era de los políticos de cartón; y muy pocos tienen en España una casa que enseñar en la tele.
Ayuso eligió el chalé de Miguel Ángel Rodríguez para la parrillada con Bertín, el lugar donde empezó todo. En cuanto Pablo Casado la nombró candidata, se instaló allí. Las decisiones de calado se tomaban en ese lugar, donde sólo entraba el núcleo duro de la que ni por el forro se pensaba que pudiera ser presidenta.
Isabel -porque después de este programa nadie la podrá llamar Ayuso- entró con su perro, al que llamó “compañero de piso”. A partir de ahí, pulsó todas las teclas que activan el furor de tantos por el personaje: es creyente, de derechas, tabernaria, fiestera, liberal y separada. Todo ello de manera desacomplejada.
El fenómeno Ayuso pende de una cualidad innata: esa falta de filtros, de saber mostrarse ante la cámara como si la cámara no estuviese, no puede trabajarse. O mejor dicho: sí se puede mejorar, pero lo que hace Ayuso parte de un estado original que muy pocos disfrutan.
En la era de la hipocresía, en esta descabalgada civilización del espectáculo, la desinhibición de la presidenta la hace más de verdad a ella y más de mentira al resto, pero la charla con Bertín también puso de manifiesto -de forma cristalina- la cruz del personaje: la ausencia de un discurso ideológico articulado.
Cuando hubo que hablar del liberalismo, aparecieron las lagunas. Pero incluso en ese punto Ayuso tiene una ventaja: del mismo modo que su espontaneidad la encumbra frente a lo impostado de sus adversarios; la apabullante falta de conocimientos del resto la hace pasar desapercibida.
Ayuso es, para lo bueno y para lo malo, “la chavalita de Chamberí” -Bertín dixit- que empina el codo en el bar, sale a pasear a su mascota y se pelea con la izquierda porque es la izquierda.
Ahí juega un papel clave Miguel Ángel Rodríguez, que apareció al final, como aparece Luke Skywalker en las últimas de Star Wars: canoso y poderoso. “Un político es ideología”, repitió. Y está armando a contrarreloj el ayusismo: una especie de paraguas que cobija una alta dosis de madrileñismo, un tanto de derecha clásica, una porción de liberalismo clásico y la cantidad necesaria de populismo para que todo eso cale.
“De Madrid, aquí todo es de Madrid”, presumió una Ayuso que parecía a punto de crear el PRC de Revilla. La carne, el aceite, las hortalizas… Salvo Bertín, todo lo que aparecía en cámara era… de Madrid.
Isabel, y en eso también ha adelantado a sus rivales, no tiene problemas con su memoria histórica. Repitió curso en el colegio y se lo intentó ocultar a su padre. Suspendía matemáticas. Cuando acabó la universidad, se puso el mundo por montera y se lanzó a Ecuador e Irlanda. Ni siquiera tapó sus carencias con el inglés cuando Bertín le metió un poco el dedo en el ojo.
Ideológicamente, le pasa como a su amigo Almeida. Piensan lo mismo desde que tenían veinte años. No es una crítica, sino un hecho. Isabel, lo tiene muy claro, busca poner a la derecha de moda. Casi como si fuera una marca.
Es más valiente que Casado, al que quiere “como a un hermano”. Y todos sabemos lo que pasa con las relaciones de amor cuando uno de los dos quiere “como a un hermano”. Esta frase sentó las bases de lo que desea construir Ayuso: “Vox no es de extrema derecha, pero Podemos sí es de extrema izquierda”.
Un lema que podría parecerse al “la izquierda es mala y la derecha es tonta” de Federico Jiménez Losantos. Ayuso no quiere ni oír hablar del “populismo iliberal” con el que Casado, cuando por fin dio un giro a alguna parte, comenzó a castigar a Vox.
Isabel diagnostica que, con el abrazo del oso a Abascal, puede tocar el cielo. Como sucedió en Madrid. Pero es que España no es Madrid. Por eso Casado cree que todavía le quedan kilómetros que recorrer. A Ayuso le gusta una derecha “fofisana”, como le gustan los hombres. Una derecha sin sobrepeso, pero -una vez más Bertín dixit- “en la que haya donde agarrar”. “Cuando me llaman facha, es que algo estoy haciendo bien (…) Te lo digo con una chuleta en la mano”.
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