A Darth Vader no sólo le sentó fatal perder la máscara. Fue un síntoma de debilidad. Algo parecido le ha sucedido a Iván Redondo. Aunque él, tan especialista en las lides del relato, tenía que saberlo. Ser nombrado embajador del queso Idiazábal debía esconder una penitencia. Si no, el país que soñó dirigir Iván desde niño, sería todavía más injusto.
"Me estáis sacando de las sombras", sonreía Redondo al acabar la entrevista con Évole. Era la sonrisa culpable del chaval donostiarra que ha estirado demasiado la Tamborrada. Ese rostro que, al contacto con el amanecer, desvela lo indigesta que ha sido la farra. Debe reconocérsele a Iván tanta valentía como torpeza.
Coraje porque tenía muy poco que ganar y mucho que perder; desatinado porque... ya lo han visto. La conversación –estoy seguro de que él también lo piensa– no hace honor a su leyenda. El conde Drácula deja de serlo cuando sale del castillo.
Sí estará contento esta noche otro conde, el de Godó; al ver anunciado en prime time a su último fichaje. Ni siquiera en esa promoción ha vibrado la habilidad de Iván. Si ya había directores de periódico encontrando suficientes motivos para titular con ironía lo que estaba pasando, ¡qué no irán a hacer al ver a su deseado rechazar la propuesta por la tele!
Venía siendo la boca del lobo un lugar confortable para Iván. Sobre todo cuando se colaba en ella voluntariamente. Hasta hoy. ¡Por qué, Iván! ¡Qué venías a buscar! ¡Cuánto nos duele el recuerdo! Hasta el propio Évole parecía desconcertado. Las fichas de ajedrez que ha sacado al poco de empezar han vaticinado que la dama, esta noche, iba a ser peón.
Tras el fundido a negro, resulta sencillo averiguar por qué Iván ha concedido la entrevista. Quería contar a todos los españoles –rompiendo la burbuja de políticos y periodistas– que a él no le echaron; se fue.
Ahí sí ha dado los detalles que ha querido ocultar, por ejemplo, en la estrategia electoral referida a Vox o en el polémico vídeo de campaña que le preparó a Albiol (PP). Iván ha venido a decir que, tantas ganas tuvo Sánchez de que se quedase, que el presidente envió a dos amigos comunes a una cena para convencerle: "Intentaron que me quedara".
–¿Le ofrecieron un ministerio?
–Sí (...) Me sorprendió porque esas cosas sólo las hablaba con el presidente.
Iván no olvida que le tentaron con un ministerio porque la oferta llegó cuando se murió su perro, Currillo. Cuando Évole le ha respondido con la otra versión que salió de Moncloa –Redondo quiso el ministerio de la Presidencia y Sánchez se lo negó–, Iván ha acusado al periodista que lo publicó de equivocarse a sabiendas; que no es otra cosa que mentir. Y ha señalado el fuego amigo: "Él sabe quiénes son sus fuentes".
Una vez dentro de ese lío, no ha podido ocultar que lo suyo con Sánchez acabó, además de con la cena-encerrona, como el rosario de la aurora. ¿Cómo se despidieron? "Con un apretón de manos". "¿Hubo abrazo?", ha preguntado Évole con inteligencia. Porque Pedro e Iván se lo habían dado todo durante años, "como una pareja" –apunte del entrevistador–.
No sólo no hubo abrazo; tampoco hubo mención de agradecimiento a Iván en la despedida de Sánchez a todos los demás decapitados. ¡La tuvo hasta el traicionado Ábalos!
"La gran decisión fue marcharme. Hay que saber ganar, saber perder y saber parar. Se lo expliqué al presidente y lo entendió". Esa frase ha quedado clara, pero el coste que ha asumido Iván para exhibirla ha sido muy alto: como poco, varios miles de quesos Idiazábal.
Era inevitable imaginar a Sánchez viendo la entrevista en el sillón de Moncloa: "Dios mío, Iván, Dios mío". Si hay algo de compasión en el duro corazón del presidente, estará ahora marcando el teléfono de su viejo amigo. Oye, ¿y si todo era una estrategia de Redondo para lograr esa llamada?
Iván Redondo no es un "vende humo". Su hoja de servicios prueba todo lo contrario: de un político sentenciado sin más facultad aparente que la resiliencia hizo un presidente de Gobierno. Por eso la caída por el barranco de esta noche ha sido tan sonora.
El asesor de presidentes, matizando aquello de que junto a Sánchez se tiraría por un barranco, ha dicho que lo hacía "con paracaídas". Pero si el paracaídas no se abre y hay un periodista enfrente... Iván le ha quitado importancia, total "todos los españoles se tiran por un barranco cada mañana por sus jefes". Évole casi se desmaya, no ha tenido que repreguntar. Hasta Iván ha dejado entrever que ese rodaje estaba teniendo mucho de barranco.
¡Pues claro que el PSOE azuzó el miedo a Vox para rascar más escaños! El problema es que sólo se puede negar esa realidad siendo político. La negación, en boca de Iván, era en el fondo una afirmación a gritos: "Nuestra campaña fue 'La España que quieres'. Hablamos de dos comprensiones de España. La de la foto de Colón, autoritaria, cerrada y muy específica; nosotros representábamos la otra".
Una más de esa índole: las contradicciones de Sánchez. Ha preguntado Évole, cómo no, por el "yo no podría dormir con Iglesias en el Gobierno". Iván ha dicho que tanto él como el presidente han dormido muy bien. ¿Qué pasa con aquella frase, entonces? "Fue un momento de la negociación en que desafortunadamente no se llegó a un encuentro". Hoy sabemos –bueno, ya lo sabíamos– que Sánchez no dice lo que piensa y que su ideología está supeditada al poder. ¡Pero nunca lo había dicho su jefe de gabinete!
Quizá el momento más incómodo haya sido el de Badalona. El ipad de Évole –ya consolidado como un arma de destrucción masiva de entrevistados– ha puesto seguidos la acogida del Aquarius y un vídeo de campaña que hizo Redondo para García Albiol, en el que aparecían inmigrantes en situaciones oscuras y con música de acojone. ¿Cuáles son sus principios?
"El hecho de que tú te manejes en la producción no quiere decir que el producto final sea ciento uno por cien tuyo". Pero el libro de Bolaño, que ha sido citado por Iván al poco de empezar, escondía una cita que se ha tornado bumerán: Redondo dirigió aquel vídeo personalmente, desde una furgoneta, "controlando cada plano".
Después de esquivar como ha podido los crochés del periodista, Iván ha concluido que no lo volvería a hacer, "ni mucho menos". ¿Pensará lo mismo ahora de entrevistarse con Évole?