No están de moda los consensos en España, pero existe uno bastante extendido en torno a la figura de Florencio Domínguez (Caparroso, Navarra, 1956): es el periodista que más sabe de ETA. Director del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo –ubicado en Vitoria–, tripuló durante décadas la agencia de noticias Vasco Press.
En los años de plomo, cuando había un atentado, en las redacciones se esperaba con ansia esa noticia anónima y sintética de la agencia. Los directores sabían que detrás estaba Domínguez; y que su información era impecable.
Coautor de Vidas rotas –una biblia de la historia de ETA–, de un libro sobre las motivaciones de los terroristas, de otro sobre la agonía de la organización... El denodado esfuerzo de Domínguez puso en manos de los lectores las claves del episodio más oscuro de la democracia –porque, sí, el 95% de sus asesinatos sucedieron tras la muerte de Franco–.
La independencia de Domínguez le granjeó una Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil con el gobierno del PP y ahora dirige el Centro Memorial de Víctimas con un Ejecutivo del PSOE. Su objetivo: rescatar la memoria, contarles a los jóvenes qué fue ETA, lograr que los colegios españoles visiten los recuerdos de sus mayores. Unos recuerdos que, por fortuna, no tienen.
Ya son diez años sin ETA. Florencio Domínguez sabe del peligro que entraña la amnesia. Lleva décadas rescatando los papeles que desechaban las instituciones francesas y españolas. Es momento de afrontar una misión difícil, por paradójico que parezca: lograr que la sociedad, ¡toda!, reivindique que la violencia jamás tuvo ni tendrá justificación.
Diez años ya. ¿Recuerda aquel día?
Estaba en la agencia trabajando. Lo dediqué en exclusiva a esa noticia.
Menuda noticia para escribir después de toda una vida informando sobre ETA.
En ese momento, no te pones a pensar. Se impone el deber del periodista: escribir la noticia, buscar reacciones, contextualizar lo ocurrido…
Resulta asombrosa la capacidad de olvido que tiene una sociedad: parece que ETA está muchísimos años más lejos, ¿no?
Sí, pero en parte es razonable. Tiene su lógica social. ETA causó muchísimo dolor, mucha tensión, mucha confrontación política… Y todo eso durante muchísimos años, durante la vida adulta de dos generaciones. Pasar esa página tiene sentido. Pero también me gustaría destacar que, en estos dos últimos años, ha aparecido en la sociedad un deseo de saber.
¿Cómo lo palpa?
En el éxito que han tenido producciones audiovisuales y literarias. Al mismo tiempo que se quiere pasar página por la dureza de lo vivido, aparece el deseo de preguntarse por qué ocurrió, cómo fue. A eso se debe el éxito de las películas, los documentales, las novelas y los ensayos.
Imagino que recuerda aquella encuesta: el 60% de los jóvenes no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco. Tampoco conocen, por ejemplo, el secuestro de Ortega Lara.
Sí, pero es normal. Es nuestro trabajo contárselo. Los chavales que ahora tienen, por ejemplo, veinticinco años no han tenido vivencias personales directas del terrorismo de ETA. Los que ahora están estudiando, trabajando y que salen de botellón sólo saben generalmente lo que han cogido al vuelo en la tele, en internet… Es una fortuna que no hayan tenido esas vivencias.
Sin embargo, es de interés colectivo que conozcan y sepan lo que ocurrió: la tragedia que supuso el terrorismo, el coste en vidas humanas, en daños personales, políticos… Eso hay que contárselo y explicárselo. Por un lado, en el sistema educativo; y por otro, a través de los medios de comunicación, el cine y la televisión.
Una década no ha bastado para reaccionar en términos educativos. Los datos que hemos mencionado denotan que la historia de ETA todavía no se enseña en los institutos.
Sí, es verdad. Todavía no ha entrado en los programas educativos. Pero para afrontar esa situación, un equipo de trabajo compuesto por el Ministerio de Educación, el Ministerio del Interior, el Centro Memorial y la Fundación de Víctimas del Terrorismo ha elaborado unos materiales: siete unidades didácticas que ya han sido puestas a disposición de las Comunidades Autónomas. Ellas tienen la competencia para incluirlo en el currículo educativo.
Todo eso se complementa con el testimonio de las víctimas en las aulas. Esto ya se ha producido en algunos casos, pero se está empezando a extender. Esa suma de instrumentos permitirá que los jóvenes conozcan lo que ha supuesto el terrorismo de ETA.
"Las visitas a los campos de concentración en Alemania están dentro del plan escolar; nuestro Centro Memorial de Víctimas ya esta teniendo contacto con los colegios"
Recuerdo que, cuando visité el campo de concentración de Sachsenhausen, a las afueras de Berlín, coincidí con un montón de clases de instituto. ¿Deberíamos buscar eso con nuestros institutos en relación a ETA? La visita de los lugares de la memoria.
El Holocausto es el fenómeno histórico que dio lugar a que se implantaran políticas de memoria en muchos países europeos. Como dices, las visitas a los campos de concentración están dentro de los planes escolares en Alemania. Nuestro Centro Memorial de Víctimas se abrió al público el 2 de junio y prácticamente coincidió con el final de curso.
No dio tiempo a que lo visitaran los colegios.
Apenas dio tiempo. Ahora que se han reanudado las clases hemos empezado a tener contactos con los colegios. Los centros se están informando sobre horarios y programas. Lo han metido en sus actividades. Estamos dando los primeros pasos. También hemos llegado a un acuerdo con el departamento de educación del Ayuntamiento de Vitoria para incluir el Centro Memorial entre las entidades educadoras.
¿Cómo se le enseña a un chaval qué fue ETA?
En el Memorial hay dos tipos de espacios: uno con un contenido más emocional, en el que escuchan testimonios de víctimas; y otro de carácter más histórico, con información sobre lo que ha supuesto el terrorismo. Queremos llegar al público con emoción e información. Los jóvenes, sobre todo, deben saber que el terrorismo no es una actividad romántica, una rebelión de los débiles contra los poderosos. Todo lo contrario: el terrorismo genera un dolor irreparable en las personas y en la convivencia pública.
Además de ese romanticismo, ¿cuáles son los mitos que más prosperan y más daño hacen?
Está pendiente que el sector social que apoyó el terrorismo de ETA reconozca la injusticia de la violencia. Dicho de otro modo: en la sociedad, de modo generalizado, debe quedar la convicción de que no hubo ninguna justificación para el terrorismo. El Parlamento vasco apoyó en 2013 un suelo ético: un reconocimiento de la violencia, del daño causado, de la dignidad que tenían las víctimas y se les quiso arrebatar.
Tiene que haber un derecho a la verdad, la justicia y la reparación. Todavía hay un sector en el País Vasco que no quiere asumir esos principios tan básicos. A veces se dice: “Es que ETA nació contra la dictadura”. Sí, pero más de un 95% de sus asesinatos se cometieron tras la muerte de Franco.
Otro argumento utilizado por ese sector es el de los GAL: lo emplean para dibujar lo sucedido como un conflicto armado entre dos bandos.
El GAL dio una enorme justificación a ETA entre sus seguidores. Presentaban a los terroristas como víctimas en lugar de como incumplidores de los Derechos Humanos. El GAL, por supuesto, tampoco tuvo ninguna justificación. Pero la gran diferencia entre el terrorismo del GAL, aparte de sus cinco años de duración, reside en el respaldo social.
Nunca hubo una manifestación en favor de los asesinatos de los GAL, mientras que hubo cientos de manifestaciones al grito de “Gora ETA militarra”. Ese respaldo político y social desproporcionado por parte de un sector relevante de la sociedad vasca no tiene parangón en el caso GAL. Los GAL fueron un crimen, una vulneración de los derechos humanos, pero la sociedad no los apoyó.
"El silencio estaba muy extendido. Hubo incluso víctimas que ocultaron el asesinato de sus familiares para evitar el estigma social"
Usted es director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Son muy relevantes las dos preguntas que trasladan a todo el que lo visita: “¿Qué habría hecho yo entonces? ¿Qué puedo hacer para que no se repita?”. Vamos con lo primero: la sociedad vasca tardó mucho en salir a la calle. En los años del plomo, a lomos del terror, ETA logró ese silencio entre vecinos ante el asesinato.
Probablemente, el sector que no apoyaba a ETA era el que estaba callado. El nivel de intimidación social era muy fuerte. Hay incluso víctimas que, tras ser asesinados sus familiares, ocultaban las circunstancias de las muertes. Recuerdo un caso concreto: hablaron de “accidente de tráfico”.
Para librarse del estigma.
Eso es. Creían que así se protegían, porque el hecho de ser víctima estigmatizaba socialmente. Muchos hijos de asesinados eran señalados por compañeros del colegio.
En el libro que acaban de publicar, Sémper y Madina hablan de esa “pintada contra el vecino del 3ºB”. ¿Cómo reacciona el del segundo? ¿Y el del primero? Esa fue una de las claves aprovechadas por ETA.
Sí, sí. Había vecinos que pedían al amenazado que se fuera del portal, que se mudara a otra parte porque los ponía en riesgo. El miedo era tan intenso que, a veces, muchos ciudadanos reaccionaban en contra de los amenazados y no de quienes amenazaban.
¿Debemos recordarnos ese silencio más a menudo?
Es bueno reflexionar sobre esa actitud. No es cuestión de fustigarse, pero sí de debatir con la cabeza fría si se estuvo a la altura. Por supuesto que hubo gente que se enfrentó a ETA. Recuerdo la carta de Juan Alcorta, publicada en 1980, desafiando a los terroristas y diciendo que no iba a pagar el impuesto revolucionario. Pero hubo parte de la sociedad que no estuvo a la altura. Reconocer ese error colectivo puede ser positivo para el futuro.
En términos numéricos, quizá fueron más los que no estuvieron a la altura. Hasta el asesinato de Miguel Ángel Blanco, muy pocos iban a los entierros y a las manifestaciones contra ETA.
Sí, sí. Las manifestaciones contra los asesinatos empezaron en 1978. Era el Partido Comunista quien las promovía, pero no eran seguidas mayoritariamente. La sociedad, en aquel momento, no se movilizaba masivamente contra ETA. El miedo pesaba más que cualquier otra cosa. El silencio no significaba apoyo a ETA, sino miedo.
ETA también se benefició, en ocasiones, de la connivencia de la Iglesia y, por supuesto, de su brazo político.
Sin duda. Hemos tenido decenas de grupos terroristas en España, pero ninguno con el respaldo social que tuvo ETA. Ese es uno de los factores que explica su pervivencia durante tantas décadas. Intimidaban a cara descubierta, se les proporcionaba efectivos, apoyo logístico… Ese colectivo social extenso, aunque no mayoritario, un 12% más o menos de la sociedad vasca, explica la pervivencia.
Vecinos, políticos, sacerdotes, escuelas… Eso generaba la temperatura adecuada para que siguieran naciendo terroristas. Lo estudió usted en su libro “Dentro de ETA”. Una vez, de campamento en un pueblo de Navarra, teniendo yo ocho años, recuerdo un grupo de niños de mi edad que decía: “Nosotros apoyamos a ETA”.
Sí. Obviamente, a esa edad no se tiene conciencia, pero se expresa lo que se percibe en el entorno.
Nada más entrar en el memorial, uno se encuentra con una réplica del zulo de Ortega Lara. ¿Cómo ayuda eso a quien entra?
Tiene un carácter simbólico, pero transmite mucho. La réplica está hecha a tamaño real y calca los efectos que había en su interior: el póster de La Concha, el camastro que le pusieron, la mesa… Permite al visitante hacerse una idea cierta del sufrimiento de los secuestrados: Julio Iglesias Zamora, tres meses; y Ortega Lara, 532 días.
"En el Memorial de Víctimas, en Vitoria, hay una réplica a tamaño real del zulo de Ortega Lara para que el visitante se haga una idea de la tortura"
Y eso que la idea no es completa, porque el visitante que está dentro no lo vive con la angustia de saber si va a salir. Pero esa idea parcial es bastante real, interesante para aprender lo que supuso la tortura.
En más de una ocasión, usted repite: “La paz es imperfecta”. ¿Cuáles son esas imperfecciones hoy? ¿Se puede hablar de “normalidad” en las sociedades de Navarra y País Vasco? Todavía existen muchos lugares donde algunos partidos políticos no pueden dar sus mítines. En algunas universidades se siguen produciendo agresiones a estudiantes no nacionalistas.
Si nos comparamos con el punto de donde venimos, estamos a años luz y se ha avanzado mucho. Si nos comparamos con otras sociedades democráticas donde no existe la intimidación… En País Vasco y Navarra sí existe. Hay gente que tiene miedo.
Lo ponía de manifiesto una encuesta reciente de la Universidad de Deusto. Todavía existe un sector, aunque más pequeño que antes, que recurre a la violencia para intimidar. Intentos de sabotaje de mítines, las agresiones que mencionas... Se producen determinados picos. Todavía hay pequeños grupúsculos que añoran la violencia.
El recuerdo de ETA está mucho más reciente, pero se habla mucho más de Franco y la Guerra Civil en los periódicos. ¿Por qué?
La Transición fue un pacto de olvido, pero, como decía Santos Juliá, de “olvido consciente”. Jamás por desconocimiento, sino sabiendo perfectamente lo que había ocurrido en la guerra y la dictadura. Eso funcionó durante muchos años. Se pactó para no emplear el pasado como ataque en el presente.
Y ahora…
Esa parte del pacto de la Transición se ha venido abajo. Hombre, hay cosas que tienen plena justificación, como por ejemplo la búsqueda de los cuerpos de los asesinados. Lo cuestionable es revivir hoy las polémicas de la guerra y la dictadura. Eso provoca tensiones que no ayudan a la convivencia.
El Gobierno trata de convertir en delito la exaltación del franquismo, pero no hace lo propio con los ‘Ongi etorris’ a los terroristas.
Los tribunales han dictado muchas sentencias que dejan clara una cosa: la Constitución española no ordena una democracia militante, como sí sucede en Alemania, que limita la acción política de los que cuestionan la propia Constitución. Aquí hay grupos político en radical desacuerdo con la Carta Magna.
El otro día, en el Congreso, un diputado de Ciudadanos apuntaba: si se hiciera en Gernika un homenaje a un comandante de la Legión Cóndor, no habría un grupo social a favor; pero si se hace a un asesino de ETA, aparecen aplausos, bailes, fiestas populares…
Es así. Tenemos un punto débil con los homenajes a los terroristas. Judicialmente no se han aplicado restricciones. Como te decía, han prevalecido interpretaciones garantistas de la libertad de expresión. El Parlamento europeo, en 2019, hizo un informe que pedía a los Estados que no permitieran homenajes a los terroristas. No hemos avanzado.
"Presentan los homenajes como una cosa de amigos y familiares, pero no es así; se trata de una celebración política"
Hay que transferir lógicamente una gran parte de la responsabilidad a quienes los organizan. Lo quieren presentar como una cosa de amigos y familiares, pero no es así. Se trata de una celebración política de un grupo concreto.
Es como si a algunos les importara más la biografía o intención política de quien pega el tiro en la nunca que el propio asesinato.
En el País Vasco, la izquierda abertzale sigue homenajeando a los miembros de ETA. Es una forma de homenajear su pasado, lo que han hecho. Se les celebra por lo que hizo ETA. Seguimos teniendo pendiente una autocrítica de la izquierda abertzale por los años de terrorismo. En ese paquete está su postura ante los homenajes.
¿ETA ha desaparecido para siempre?
ETA ha desaparecido, aunque hay un núcleo social que no estuvo de acuerdo con su desaparición. Si no conseguimos un rechazo generalizado a lo que fue ETA, nos exponemos a que, no se sabe cuándo, alguien tenga la tentación de repetir lo que fue ETA. Es importante que no quede ninguna justificación social para que no pueda volver a repetirse.