Si no le cortan el cuello por lo dicho en esta conversación, Esteban González Pons se valdrá del principio de jerarquía [es vicesecretario general del PP] para poner libros de poesía en las salitas de espera de Génova.
Porque estamos sentados en una de ellas, aguardándole, y nos tenemos que conformar con "Los bosques de Castilla y León", unas "estampas de vírgenes" y un catálogo de museo. Los libros típicos de un lugar donde no lee nadie. Acepta el reto, se compromete y sonríe maliciosamente: "Lo llenaré todo de Blas de Otero".
Es la sonrisa del que se sabe continuamente en la frontera de lo que no debe decir un vicesecretario. También es la sonrisa de un adulto que juega a escribir las novelas con las que no se atrevió de joven. Canoso, "viejo" [este adjetivo es suyo], González Pons es, por fin, el "oh capitán de quince años" que acuñó Pere Gimferrer. Esteban es mucho más joven hoy que aquel "cobarde" que estudió Derecho y no Letras.
Oh capitán de quince años, dice hoy sin decir Pons, el de la cabaña bajo el algarrobo, el del tirachinas, el de la balsa de renacuajos, el del paquete de Piper mentolado escondido, el de la borrachera de Mistela.
Hay algo libérrimo en González Pons que encaja mal con el edificio. El protocolo para entrar, la despersonalización de los despachos, las agendas cerradas, los kilométricos argumentarios... Él está más pendiente de lo que quiere decir que de lo que debe evitar decir.
Por eso, su discurso ahora, en esta sala, en esta tarde que ya se acaba, es el suyo, no el de una organización. Habla de Dios, de amor, de sexo, de infidelidad, de dobles vidas. Ah, tiene un mensaje para los que alguna vez hemos destacado rijosamente las escenas eróticas de sus libros, para quienes lo hemos llamado "González Porn": "A los periodistas os impacta mucho que una novela de amor incluya sexo. A lo mejor es que falta educación sexual en las facultades de Periodismo". Bien pegado, encajamos.
En su último libro, El escaño de Satanás (Espasa, 2022) cita sin citar. Es decir: esconde las referencias a Poe o Bram Stoker entre los personajes. Allá por 1984, González Pons ya había devorado la literatura de vampiros. Y se nota.
Por el camino de Valle-Inclán (la cita que abre el libro no resulta inocente), el escritor levanta un esperpento sobrenatural que esconde una denuncia real: el peligro de la demolición del centro; ahí es donde nacen los extremos.
Las mejores ideas se trabajan en la bañera. Estoy de acuerdo con usted. Y eso que no tengo bañera.
Las mejores ideas llegan en el momento más inesperado, pero conforme me hago mayor cada vez me asaltan más por la mañana, menos por la tarde y nunca por la noche. Cuando quiero dejar volar la imaginación, me meto en una bañera con la luz apagada, agua caliente y música de cuando era joven. Me ayuda mucho.
Pero, ¿tiene usted bañera en casa? Porque la idea de la novela la tuvo en la bañera de un hotel.
Sí, tengo bañera porque mi cuarto de baño es antiguo. Si lo reformara, seguramente desaparecería. La uso muy poco. Cuando era pequeño, nos bañábamos todos los hermanos juntos. Uno detrás de otro. ¡Los cabrones de los pequeños se hacían pis!
Se le nota en la prosa: usted es un escritor que hace política para vivir de algo.
Yo habría querido ser escritor, pero no fui lo bastante valiente para intentarlo. Mi padre no me dejó estudiar Filología, Filosofía ni Historia. Me forzó a estudiar Derecho. Los hijos mayores, en aquel momento, solían estudiar Derecho o Medicina. Ya nunca me atreví a dar el paso hasta que he sido lo suficientemente mayor como para no tener vergüenza.
¿Perdonó a su padre?
Sí, sí. Mi padre era médico, mi abuelo era médico, mi bisabuelo era médico. Mis tíos también. Mi padre quería que eligiera ese camino. Intenté compensarle siendo abogado. Pero no fue culpa suya, sino mía. Me faltó valor para atreverme a ser periodista o escritor.
Un escritor en política es peligrosísimo porque resulta incapaz de seguir los argumentarios. A no ser que sea el autor de los argumentarios.
Un escritor no puede ser autor de argumentarios. Porque los argumentarios rechazan las metáforas, las comparaciones y toda figura literaria. Emplean la sintaxis del telegrama. Y eso no da lugar a la literatura.
Por cierto, ahora que tiene responsabilidades en el partido, ¿ha decapitado ya al asesor que le susurró a Feijóo que Orwell escribió su distopía “allá por 1984”? Si fue Feijóo quien lo dijo 'motu proprio', haga el favor de decapitar a Feijóo.
Es mejor que no responda a esta pregunta por si el autor de la frase hubiera sido yo.
El otro día, se quejaba en un artículo de que la sociedad española ridiculiza a los políticos que quieren ser escritores. Hombre, si el presidente del Gobierno confunde a Blas de Otero con Gil de Biedma y Feijóo falla en la cita más manida de la literatura, algunas razones tiene la sociedad española.
Nos hemos metido en un círculo vicioso: nos quejamos de que tenemos políticos incapaces al mismo tiempo que incapacitamos a los mejores para ser políticos. Rebajamos los sueldos, el prestigio y las exigencias del político. Después, protestamos por tener políticos rebajados.
¿Se ridiculiza en exceso al político?
Se ridiculiza tanto la figura del político hoy… Sí. Contemplamos que los científicos, los profesores o los músicos puedan ser escritores, pero nos parece impensable que lo sea un político. Es como si sólo pudiéramos ser culiparlantes o cacatúas.
Cuando un político escribe una novela, se tiende a no tomarle en serio. He visto novelas presentadas por cantantes, hacia los cuales siento mucho respeto, que son tratadas con más seriedad que las escritas por un político en activo.
Leo una frase suya, lógicamente irónica: “Un ensayo se podría aceptar bajo la sospecha de que hay un negro detrás”. Usted sabe que hay muchos políticos de PSOE y PP que no han escrito sus libros.
Sí, pero también hemos conocido negros detrás de periodistas, artistas e incluso escritores.
¿La proporción es mayor en los políticos?
No. Estos ojos que se ha de comer la tierra [se señala el rostro] han visto condenas por plagio a autores que tienen el premio Nobel. A nadie se le atribuye tanto la sospecha de tener un negro como al político. Cuando uno de nosotros publica un libro, la primera pregunta es: “¿Quién se lo habrá escrito?”. Se da por sentado que los políticos, por el mero hecho de serlo, son iletrados. Y es injusto.
Pero sí debo decir que a los políticos de hoy nos falta mucha literatura. Si uno lee el Diario de Sesiones de hace uno o dos siglos, se queda asombrado con los discursos de nuestros abuelos y bisabuelos. Era impresionante aquella retórica. El lenguaje político de hoy no es simple porque quiera ser puro. Es simple porque no responde a ningún tipo de complejidad mental.
"Algunas veces, almorzando con alguien, no he prestado atención por estar todo el tiempo dialogando con mis personajes"
José María Rubio, un escritor del siglo pasado, decía: “No puedo dormir, esto es un delirio. Pero es que mis personajes no se quieren ir a dormir”.
Me ha pasado, pero de manera distinta. Porque yo escribo a las seis de la mañana, nunca por las noches. Me ha ocurrido que mis personajes no me dejaran ir a ducharme para después salir a trabajar. También me ha pasado salir a trabajar y llevarme conmigo a uno de mis personajes. Incluso estar almorzando con alguien y, en realidad, pasarme todo el tiempo dialogando con mis personajes.
¿Y si los pactos de Estado se han ido al garete porque uno de sus personajes le pedía atención cuando usted estaba en plena reunión con el ministro Bolaños? ¡A ver si las novelas están mandando el país a la mierda!
No, no [se ríe a carcajadas]. Puede usted tranquilizar a sus lectores. En este momento, no estoy escribiendo ninguna novela. Todo lo contrario: estoy absolutamente centrado en mi trabajo. Sigo levantándome a las seis de la mañana, pero todo lo que escribo son papeles para Feijóo.
¿Y es más o menos feliz?
Soy más feliz cuando hago literatura que cuando hago política. Pero en este momento me toca hacer política.
En su novela, hay infidelidad política y amorosa. Hemos conocido a través de ‘El Español’ la 'infidelidad' de Bolaños: negociaba con usted el CGPJ al mismo tiempo que negociaba con ERC la reforma del Código Penal.
La política es una partida de póker. En Democracia, lo importante es que el engaño quede al descubierto. Bolaños y Sánchez han intentado engañarnos, pero se les ha visto la trampa.
Después de que hayan hecho público que van a reformar el delito de sedición, el ciudadano ha resoplado y ha dicho: “Menos mal que nos les regalaron el control del CPGJ y del Tribunal Constitucional”.
Cuénteme sus rutinas de escritura. Y sobre todo sus manías, más allá de lo de sentarse a las seis de la mañana. Me vienen a la cabeza la sotana roja de Dumas, las 2.000 palabras al día de Stephen King, las manzanas de Agatha Christie…
No tengo demasiadas. Escribo mucho en los aviones y en las salas de espera de los aeropuertos. También en los trenes. Me pongo auriculares y me aíslo con música. Voy siempre con una mochila; dentro, un ordenador. Esté donde esté, apunto la idea si se me ocurre. No tengo más manía que el trabajo.
Le contaré una cosa: tengo la necesidad de escribir y soy feliz cuando lo he hecho, pero no disfruto mientras lo hago. Sufro. No escribo con facilidad. Lo hago lentamente y corrijo hasta la obsesión. Borro muchísimas metáforas, me salen demasiadas y me ensucian el texto.
"La política contemporánea ha perdido la devoción por la lengua"
Su novela nace en el cementerio que está bajo el Congreso de los Diputados. Es una historia poco conocida la de esos nichos pertenecientes al convento que estaba allí.
Algunas familias, cuando el muerto había sido un padre de la patria o un gran orador, le cortaban la lengua y la guardaban en formol, como una reliquia. Las lenguas iban pasando de bote en bote, de generación en generación. De ahí sale la colección de lenguas que aparece en el libro. Esa devoción por la lengua se ha perdido en la política contemporánea, que tiene mucho más que ver con el tuit y la pose.
Ahora ustedes se cortan la lengua en vida. Sobre todo entre los miembros de un mismo partido.
Bueno, no es muy necesario. Cada vez hay menos gente que habla y protesta. Hablo de la sociedad en general, no de la política en particular. En este país, una equivocación del Gobierno está suponiendo que se reduzcan las penas a violadores. En este país, se ha visto cómo se trasladaban a Marruecos inmigrantes muertos en nuestro lado de la frontera. En este país, el Gobierno negocia con los delincuentes la reforma del Código Penal. En este país, para liberar a sus socios, el Gobierno parece no tener inconveniente en liberar a corruptos de toda España. ¿Y la sociedad no reacciona? ¿No se resiste? No es un problema de falta de dicción, sino de falta de resistencia al poder por parte de la sociedad.
¿Lo que me quiere decir es que le ha decepcionado que la gente no se haya echado a la calle?
No hablo de echarse a la calle ni de manifestarse. No es necesario ser tan latino. Hablo de cierto tipo de tacha moral que existe en el resto de países europeos ante este tipo de acciones. Esa tacha moral de la sociedad hace que sea insoportable seguir un día más en el poder para quien comete esas barbaridades.
Ponga un ejemplo.
El primer ministro austriaco, hace unos años, tuvo que dimitir por utilizar publicidad institucional para orientar la línea editorial de un medio de comunicación. La sociedad austriaca consideró que aquello era inaceptable. Eso, comparado con lo que sucede aquí… En España, la gente actúa como si nada, nos olvidamos de las noticias. No hay tacha moral para las indecencias más absolutas que se están cometiendo en la política.
Desarrolle.
Sí, eso: nos falta capacidad de resistencia, capacidad de reacción. Pero no quiero a la gente en la calle como si fuéramos una película italiana de esas del eurocomunismo.
Vox sí va a organizar manifestaciones. Ustedes, por lo que dice, entiendo que no.
No lo sé, yo estoy aquí hablando de El escaño de Satanás.
Ha mencionado antes la ley de Irene Montero. ¿Se había imaginado una situación así? Lo del Código Penal, dadas las relaciones del Gobierno con ERC, era más previsible.
El CGPJ ya advirtió de que esto podía ocurrir. Sabían lo que iba a pasar y fueron hacia delante. En cualquier país normal, quienes aprueban una ley así a sabiendas de lo que va a pasar, presentan la dimisión.
Nos habíamos quedado en el cementerio. Ya que habla en su libro de Dios y de Satanás, quiero preguntarle por sus creencias. Tengo la sensación de que este es un tema que el político español no trata con naturalidad.
El franquismo en general y el nacionalcatolicismo en particular contaminaron la relación pública de los españoles con la religión. Cuando uno cruza los Pirineos, los políticos europeos se relacionan con mucha más naturalidad tanto con el cristianismo como con el ateísmo.
Aquí, igual que la forma de Estado, las creencias personales son motivos de división y no de diálogo. Por eso a los políticos españoles no se nos pregunta jamás por nuestra religión, mientras que el resto de políticos europeos la comenta abiertamente.
Hábleme, entonces, de usted.
Soy católico, pero no un buen practicante. He procurado educar a mis hijos en el catolicismo. No soy de los que cree en la existencia del Demonio.
"Soy católico, pero no de los que cree en la existencia del Demonio"
Eso es interesante porque existe entre los católicos, incluso entre los sacerdotes, un debate acerca de Satanás. Unos creen en él y otros no.
Yo no creo en la existencia de Satanás. Sólo literariamente.
Esteban González Pons, marqués de Sade. Abramos ese melón. Tiene usted razón en que España todavía parece algo pacata. Nos sorprende que un político hable de sexo de manera explícita.
Me pregunto si el sexo no les obsesionará más a los periodistas que a los políticos. Los políticos hablamos poco de sexo y los periodistas preguntan mucho. Se refiere usted, sobre todo, a mi novela anterior [Ellas, Espasa]. Era una historia de amor. Y era natural que hubiese sexo.
En las novelas de amor posteriores a 1975, hay sexo. ¿Un político hace una novela de amor y a los periodistas les sorprende que haya sexo? A lo mejor es que falta educación sexual en las facultades de Periodismo.
Pedro Juan Gutiérrez, el gran escritor cubano, me dijo que cuando venía a Madrid se sorprendía de lo acomplejados que estábamos en España con el sexo.
En España, no sólo le seguimos dando demasiada importancia al sexo, sino que además lo tenemos sobrerrepresentado. En cualquier película española siempre hay un desnudo, sea o no necesario. En las novelas, y en las mías también, ocurre lo mismo.
Las escenas eróticas de sus libros le provocaron una campaña de desprestigio en las redes sociales. Usted tiene el convencimiento de que el “González Porn” nació en los círculos de la extrema derecha. ¿Por qué?
La campaña de desprestigio, de la que yo no hablaría en pasado, no se circunscribe a las redes sociales. También puedes escucharla por las mañanas en algunas emisoras de radio que insisten en el tema. Y no, no proviene precisamente de la extrema izquierda. Hay mucha hipocresía en la sociedad española. Parece que a algunos les sorprende que se diga en voz alta que los niños no vienen de París.
Si fuera usted un político de izquierdas, ¿el contenido erótico de su obra habría causado menos sorpresa?
Creo que habría causado la misma sorpresa. Porque el prejuicio de que somos idiotas, se nos aplica a todos los políticos, seamos de derechas o de izquierdas. Si hubiera escrito una novela de amor sin sexo, me habrían llamado cursi. Como hay escenas de sexo, me dicen que soy un viejo verde. Pues yo me quedo con la naturalidad. Tengo tres hijos, sé cómo se hacen y no se lo voy a ocultar a nadie.
Su libro tiene una virtud. A través de la literatura, se aporta un testimonio de época que puede interesar mucho al lector y que no aparece en los periódicos. La manera de ser y de relacionarse de los diputados. Le leo un párrafo:
"Los políticos, además, son vanidosos en extremo, de otra forma no se entendería que soporten con tanto gusto la indignidad que conlleva exponer públicamente sus vidas. Desean ser famosos, reconocidos, idolatrados. La política produce a sus protagonistas satisfacciones y frustraciones sexuales".
Ser político hoy en España supone ganar menos que en tu profesión, tener menos prestigio que en tu profesión, que por cualquier cosa un periódico te señale como corrupto y esa mancha no se borre jamás, que te insulten en redes sociales, que supervisen tus cuentas corrientes y la de tus familiares, que tu hijo no pueda decir en el colegio que su padre es político… ¿Qué razón hay para que alguien sensato se meta en política?
Usted dirá.
La única razón es la vanidad, que nos impulsa a aguantar en este servicio público. Le aconsejaría a mi yo de los 18 años que no se metiera en política.
"Las aventuras amorosas entre políticos o entre políticos y periodistas son frecuentes. Se asientan sobre el poder como único tema de conversación; sin política no hay de qué hablar en este tipo de parejas. A veces pasa que dos políticos se enamoran de verdad y cuando ese maldito milagro ocurre siempre acaba conduciendo a sus carreras políticas a la catástrofe". El amor y el sexo son dos variables que explican, aunque no pueda contarse en los periódicos, algunas acciones políticas. Igual que en la vida misma, claro.
Los analistas tienen la costumbre de considerar a los políticos como seres meramente racionales; actores que toman sus decisiones de manera exclusivamente lógica. Desprecian el factor subjetivo de nuestras decisiones.
Todo político tiene condicionantes sentimentales a la hora de tomar una decisión: el amor, el desamor, el miedo, la ambición, la frustración… Todo eso influye muchísimo. Las predicciones periodísticas sobre los políticos suelen fallar porque se basan sólo en la racionalidad. Los políticos somos seres racionales, pero también emocionales.
"En la negociación con Bolaños, influyó mucho que durante el proceso trabáramos cierta amistad"
Su respuesta abre un debate ético interesante. Entonces, ¿qué hacemos los periódicos? ¿Debemos entrar en la vida sentimental de los políticos cuando ésta explique sus decisiones? Pongamos por caso que el amor o el desamor hubiese entorpecido sus pactos con Bolaños, ¿deberíamos contárselo al lector?
Sí. Bueno, el ejemplo está un poco llevado al extremo. Pero lo que dice es necesario: el periodista debe informar no sólo de lo que objetivamente sucede en política, sino también de lo que subjetivamente ocurre.
En la negociación con Bolaños, por ejemplo, influyó mucho que, durante el proceso, fuéramos trabando cierta amistad. Si no hubiera sido así, mientras el proceso estuvo estancado, no habríamos dado algunos pasos que dimos. En España, por alguna razón que se me escapa, tendemos a ocultar esa subjetividad que influye en las decisiones del político.
Ponga un ejemplo.
Las relaciones personales de los presidentes de las repúblicas francesas, que siempre han influido en su política. O los primeros ministros británicos. Recomiendo una serie, This England, sobre el mandato de Boris Johnson. Está más basada en su vida personal que en su actuación estrictamente política.
Otra cuestión que me llama la atención de su novela es la manera en que describe la doble vida de algunos diputados del PP: "En Salamanca, pasaba por ser un ordenado patriarca de derechas, de los de misa y pasteles los domingos, de los de reunión de padres en el colegio de las niñas y acompañar alguna caminata por el arcén a las tías de Béjar. Sin embargo, al llegar a Madrid se transformaba en un bohemio. Se deshacía de cuantas convenciones le había impuesto su biografía de alumno aplicado de los Maristas y dejaba caer al suelo sus maneras provincianas". Hábleme de la verosimilitud de ese párrafo.
No es la doble vida de los diputados del PP, sino la de los diputados en España, Estados Unidos o el universo entero. No hay una sola película sobre política norteamericana que no describa a los diputados que llegan a Washington como protagonistas de una doble vida. Eso también sucede en Madrid.
¿Es frecuente?
Cada día lo es menos. Porque antes había un abismo entre la capital y la circunscripción. Hoy, entre que las dietas son más bajas y los medios de transporte más habituales, hay muchos diputados que vuelven a dormir a casa. Antes, las realidades paralelas eran más frecuentes. Pero sí, claro que ocurre.
Por cierto, ¿el romance de su novela entre un diputado del PP y una diputada de Ciudadanos es el reflejo de una fusión política que le gustaría?
No. Es reflejo de cosas que suceden. Igual que las personas que trabajan en un mismo polígono industrial acaban…
Oiga, ya ha entendido la pregunta.
No, no hay ninguna intención de escribir sobre la actualidad política a través de la novela.
En 'El escaño de Satanás' está Valle-Inclán de fondo. Utiliza un esperpento para explicar la siguiente realidad: “Los monstruos no surgen de los extremos, sino del pozo que se abre en el centro”. Entonces, Vox nace en el PP y Podemos en el PSOE.
Vox sí nace en el PP, pero Podemos nace del viejo Partido Comunista. Eso sí, las dos organizaciones nacen dentro del marco constitucional. A ambas he querido perdonarlas en la novela, creando fuerzas aún más extremistas.
¿Las ha perdonado? Yo he tenido la sensación contraria.
Las he perdonado porque en el final, que encuentra una solución al conflicto político, participan miembros de ambos partidos.
Ramón Bayo, el portavoz del PP, me ha parecido un alter ego suyo. Dice: "Nosotros somos un partido de centro, no tenemos nada que negociar con fanáticos y radicales", llega a decir cuando se le propone gobernar con Vox. ¿Piensa lo mismo que su personaje?
No, no, esa es la opinión de Ramón Bayo. No es mi alter ego. Políticamente, me siento mucho más representado por Marga Saavedra.
¡La diputada de Ciudadanos!
Bueno, es la diputada de “Libertad-Libertad”.
Pero, no nos vayamos del asunto: ¿cuál es su opinión sobre un posible gobierno del PP con Vox?
Llevo desde 2014, en la Unión Europea, participando de una coalición de gobierno formada por lo que aquí serían PP, PSOE y Ciudadanos. Allí hemos sido capaces de hacer grandes cosas juntos. Me da mucha pena que en España no pueda suceder. Querría al PSOE eligiéndonos antes a nosotros para ayudarles que a los independentistas.
¿De esa respuesta tengo que deducir que es imposible una moción de censura contra Sánchez pactada con Abascal?
Sobre eso no puedo pronunciarme ahora. El que está sentado aquí es el escritor.
Estoy sentado en Génova, en el despacho del vicesecretario del PP.
Que también es el escritor.
¿Qué le gustaría más? Diga la verdad: que el PP gobernara tras las próximas elecciones o ganar un gran premio literario y poder dedicarse sólo a escribir.
Que gane el PP las elecciones, porque es bueno para todos.
¡Qué generoso! Pero los escritores no suelen ser generosos en eso.
Siendo político o habiéndolo sido, yo nunca podré ganar un premio literario. Ni siquiera aunque fuera el tipo que mejor escribiera en España. No me darían un premio literario ni aunque fuera Benito Pérez Galdós reencarnado.
Eso de que Churchill ganara el premio Nobel de Literatura sólo puede ocurrir con un británico. En España, a un político, y más en el caso que deja de serlo, no se le dan ni los buenos días.
¿Y eso de dónde viene?
Mire, le contaré algo: lo aceptaremos o no, pero es una herencia fascista. Una de las herencias que nos dejó el fascismo es este desprecio hacia los partidos, a los que se tiene como epicentro de toda contaminación pública. Se tiene a los políticos como el veneno que propaga lo malo que sucede en el Estado.
Eso forma parte del franquismo: “Sólo el Movimiento nacional puede salvar al país”. En España quedan pocas herencias ideológicas del franquismo, pero el desprecio hacia los partidos y los políticos se mantiene.
Ahora que lo dice: en el libro se refiere al franquismo como una “dictadura fascista”. ¿Cree que ese adjetivo lo comparten todos sus compañeros del PP?
No lo sé, pero es un hecho. Franco fue un dictador fascista. Es un hecho que no admite enmienda, salvo que uno quiera sonrojarse.
Si me lo permite, me gustaría acabar la conversación con una sugerencia: he estado sentado un rato en una de las salas de espera de Génova. En la mesa estaban los típicos libros de los lugares donde nadie lee. “Los bosques en Castilla y León”, las estampas de tal pintor, imágenes de vírgenes. Ahora que tiene mando aquí, ¿lo cambiará?
Sí, es verdad. Vamos a poner libros de poesía, que es una lectura interesante para esos momentos cortos de espera. Me ha dado usted una gran idea. En mi sala de espera pondré libros de Blas de Otero.
Haga el favor de poner también ‘1984’.
[Suelta una carcajada].