El Gobierno cuenta con todas las herramientas y resortes del Estado para reaccionar a las crisis internas y esconder los problemas debajo de la alfombra. Aun así, el problema suele venir de la misma coalición, del equilibrio precario que mantienen dos almas –PSOE y Unidas Podemos– destinadas a enfrentarse pero obligadas a entenderse. Cuando esto ocurre, la única voz que se escucha es la del presidente.
El problema de esta semana no era de los de esconder. El goteo de rebajas penitenciarias a agresores sexuales por el sólo sí es sí supuso el inicio del descrédito para un Gobierno especialmente sensible en hacer campaña con sus leyes. En el caso de la ministra de Igualdad, Irene Montero, lo que estaba en juego era algo más que su reputación.
Mientras una parte del Gobierno pedía la cabeza de la ministra y la otra pedía la de los jueces machistas, a Sánchez la crisis le estalló con efectos retardados. Las primeras sentencias rebajadas le pillaron fuera de España, primero en Indonesia y luego en Corea, y cuando aterrizó en Madrid el Gobierno ya estaba en llamas, con dos bandos claramente enfrentados. La orden del presidente, y la tuvo clara desde el principio, fue de prudencia y de lealtad.
"Irene Montero es la ministra de todo el Gobierno", lanzó Sánchez el martes durante el Consejo de Ministros, según ha podido saber EL ESPAÑOL. Por un lado, todos los ministros –encabezados por él mismo– defendieron públicamente la ley para dar tiempo a la sentencia del Tribunal Supremo; por otro, Montero y Belarra aceptaron rebajar su tono contra los jueces.
La jugada siguió por el trámite parlamentario, con el grupo del PSOE en el Senado –donde Unidas Podemos no tiene representación– votando en contra de revisar el texto. De forma prácticamente simultánea, en el Congreso, los insultos de Vox convertían una sesión anodina, de calentamiento, en una bala de plata para la izquierda. La ministra entró al pleno como un cadáver político y salió a hombros como figura de consenso.
Desde el mensaje de Sánchez hasta el discurso triunfal de la ministra pasaron sólo 48 horas, pero en el Ministerio de Igualdad se vivió como 48 días. Montero y su equipo se sentían solas, cuestionadas y fatigadas tras las recientes batallas de la Ley Trans y la guerra civil con Yolanda Díaz en el seno de Unidas Podemos. A pesar de todo, dicen fuentes cercanas, "nunca se pensó en dimitir".
Cierre de filas
Sánchez tampoco se planteó cesarla. Primero porque rompería la coalición en una semana clave y segundo porque corría el riesgo de que las manchas de la ley del sólo sí es sí salpicaran a uno de los ministerios socialistas, Justicia, que redactó buena parte del texto. Además, si algo ha demostrado el presidente es que nunca da marcha atrás.
Pero no todo fue inmediato. El Gobierno de coalición tardó más de una semana en empezar a encauzar la triple crisis provocada por la ley del sólo sí es sí, la reforma del delito de sedición y la presunta modificación de la malversación, que sigue en el aire. Todo esto ocurrido en el marco de las evidentes turbulencias internas que mantienen en vilo a Unidas Podemos.
El cierre de filas también ha supuesto un armisticio en este sentido. La vicepresidenta Yolanda Díaz fue una de las primeras en romper su silencio para defender a su compañera, con quien lleva meses sin hablarse. Este sábado, en un acto presentado por Ione Belarra, la ministra le dedicó un guiño afectuoso.
Ahora Irene Montero cuenta con oxígeno de sobra para aguantar hasta que el Supremo se pronuncie sobre su ley estrella. La bomba del sólo sí es sí, que tenía capacidad de dinamitarlo todo a su paso, ha sido desactivada a tiempo con la ayuda de Vox.
La historia da muchas vueltas. Lentas, si se miran con la lupa de la actualidad, pero vertiginosas, si se observan con el catalejo de la política. Y 48 horas son más que suficientes para morir y resucitar.
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