Ahora sí estamos dentro. Aunque en diferido. A partir de las imágenes recabadas y de los testimonios de algunos ministros, podemos reconstruir la cena secreta organizada en torno a Felipe González. La pena fue que, estando allí, en la calle, en el lugar de autos, no nos sacaran un platico de cardo, "¡que estaba buenísimo, buenísimo!".
Se cumplían cuarenta años de la gran victoria de 1982, pero dada la edad de los comensales se amplió la invitación a todos los que alguna vez ocuparon carteras durante el felipismo. El gran presidente, el único que no pagó el menú de los 68 euros, dio un discurso para abrir la ceremonia. También habló la que fue su portavoz, Rosa Conde.
"Felipe se dejó invitar, no le quedó más remedio, pagamos todos por adelantado", explica un ministro sobre el funcionamiento del convite en La Manduca de Azagra, el restaurante navarro de la calle Sagasta. Llegaron a eso de las nueve hasta cuarenta ex, con una amplia mayoría en contra de los acuerdos de Pedro Sánchez con Esquerra.
[Así es La Manduca de Azagra, el restaurante donde Felipe González cenó con sus exministros]
Se prepararon incluso, como en las bodas, unos tarjetones del menú. El puño y la rosa, arriba. A continuación, los nombres de los presentes.
Había algo emocionante en la noche, dicen los que estuvieron. Una emoción que casi podía tocarse. Se miraban conscientes de que era la última vez. Enrique Barón, por ejemplo, llegó muy tocado, recién salido de una operación de corazón. "A algunos nos costaba reconocernos. Tenemos bastantes goteras. Han muerto varios".
Aunque... un momento, un momento. Conviene fijarse en la mesa de cabecera: "¡Sí, sí, se sientan juntos Felipe y Alfonso!". Venía siendo éste un tema tabú y muy pocos de los presentes habían tenido noticias este año de aquella relación que lo fue todo y se rompió hasta quedar en nada.
La disposición ideada por los organizadores –autorizada a su vez por González y Guerra– fue la siguiente: una mesa presidencial en torno a la que se abría paso una "u". Se puede ver en las fotografías que ilustran el reportaje. González tenía a Guerra a su derecha y a Narcís Serra a su izquierda. Los que fueron sus dos vicepresidentes.
Tanto impactó el reencuentro a los ministros que uno sacó el móvil y tomó fotografías por su cuenta. No los veían así, con ese nivel de cariño y cercanía, desde los ochenta. Esa era la imagen que tantos deseaban, después de que fuera imposible en el acto oficial organizado por Pedro Sánchez en octubre.
Este periódico, precisamente con los testimonios de algunos de los invitados, relató con motivo de la efeméride la crónica de aquella ruptura. No fue fácil. Mucho poder acumulado en muy poco tiempo. Muchos años de gobierno. Dos caracteres tan distintos. Uno -González– anteponía el pragmatismo a la ideología. El otro –Guerra– se convirtió en una especie de guardián de las viejas esencias.
Pero ahí estaban. Tanto tiempo después. Felipe González y Alfonso Guerra son esos núcleos irradiadores –por utilizar la terminología de Errejón– que lo condicionan todo a su alrededor. Si hace meses aunaban en torno a sí dos bloques fácilmente identificables, con su abrazo echaron abajo el muro.
Hasta esta semana, cada vez que se organizaban actos generacionales, se preguntaba: "¿Va Felipe? ¿Va Alfonso?". Porque los maestros de ceremonias sabían que no podían hacerlos coincidir.
Fenecido el gobierno de González, Felipe y Alfonso se subieron juntos a un escenario en la campaña de 1996. No volvieron a hacerlo hasta 2011, cuando trataron de ayudar a Rubalcaba. En 2012, aceptaron fotografiarse en el Palace, cuando se cumplían treinta años del mismo acontecimiento que se conmemora ahora. Y en 2014 posaron junto a Sánchez por los cuarenta años de Suresnes. Pero todas esas veces hubo frío. No hubo el calor de este miércoles.
"Estaban los dos muy contentos, muy sonrientes. Se les veía felices. ¿Tú sabes lo que es, después de tantos años, estar todos juntos y dejar tantas cosas atrás?", celebra un importante dirigente socialista en charla con este periódico. Felipe y Alfonso llegaron a jurarse de chavales que, si les pasaba algo, el otro se ocuparía de su familia.
González, jersey cuello en pico verde y pantalones de pana, se puso de pie. Habló de la importancia de tener "un proyecto" en política y de haberlo llevado a cabo "entre todos". Dio las gracias por su trabajo a los ministros. Les dijo que estaba convencido de que habían dejado un país mejor, aunque les advirtió de los riesgos que conlleva la "vanagloria".
El presidente no habló del otro presidente, de Pedro Sánchez. Por lo menos no en público. Sabía que aquello corría el riesgo de filtrarse. Pero la política actual, como no podía ser de otra manera, sí tuvo su espacio en las conversaciones de las mesas. Primaba la estupefacción por las cesiones de su partido a Esquerra Republicana. Un político lo es para toda la vida. ¿Cómo no van a hablar los políticos de política?
Primero hubo entremeses variados. Luego el mencionado cardo. Después, eligieron entre solomillo o merluza. Estaban en la clandestinidad, pero era una clandestinidad distinta a la de los setenta. Eran, por fin y para siempre, la "beautiful people".
Tras el postre, se pusieron de pie y apartaron las mesas. Querían hacerse una foto. Lo organizó, de nuevo, Rosa Conde, que a este paso va a acabar convertida en wedding planner. Le pidió al dueño del restaurante, Juan Miguel Sola, que les hiciera el favor.
Si llega a tratarse del gobierno actual, habrían hecho hasta un vídeo de TikTok y habrían salido todos estupendos. Pero esto es otra cosa, otra generación. Intentaron posar lo mejor que pudieron, pero fue un desastre. "No se nos dio bien, nos tapábamos unos a otros. Pero, bueno, hay foto, que es lo que importa", recuerda uno de los ministros consultados.
Le falta algo de luz a la foto de familia, lo que resulta incomprensible, teniendo en cuenta que estaba entre los retratados Abel Caballero, alcalde de Vigo, famoso por sus técnicas de alumbrado navideño.
Posaron en el suelo Virgilio Zapatero y Corcuera. En el centro, Felipe y Alfonso. A partir de ahí, cada uno se puso donde pudo. Es una imagen para el recuerdo. Histórica. También para recordar que, en cuarenta años, se ha roto el hilo generacional y que un abismo separa la idea de España de González y Sánchez.
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