Mucho se ha escrito sobre Josep Piqué desde que, hace ahora 10 días, murió de manera inesperada, a los 68 años. Se ha glosado su larguísima experiencia como ejecutivo empresarial y, sobre todo, se le ha recordado por su labor de servicio público: como ministro, primero, y como analista geopolítico y divulgador de El mundo que nos viene (Deusto, 2018), después.
Piqué ejerció como ministro de Industria, primero (1996-2000), y de Ciencia al final (2002-2003). Pero fue en medio, durante sus dos años en Exteriores (2000-2002), cuando más disfrutó, según sus propias palabras. Y cuando logró un hito del que, en este caso, nunca presumió: el 11 de enero de 2001, la secretaria de Estado de EEUU, Madeleine Albright, se comprometió por escrito a impulsar la entrada de España en el Grupo de los Siete, el G-7.
"Aquélla fue la primera declaración conjunta entre los dos países", me contó una vez en privado. "Y que aunque fue signada por la Administración Clinton, apenas nueve días después tomaba posesión George W. Bush, cuyo Gobierno no sólo la asumió plenamente, sino que la profundizó aún más".
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Éste es el texto: "Ambas partes afirman el principio de que la representación en los foros económicos internacionales debe reflejar progresivamente la evolución de la economía internacional". Es el apartado III.b) de una declaración de la que "el Gobierno español compartió con el Partido Socialista, entonces en la oposición, toda la información y obtuvo su conformidad", explicaba el mismo Piqué. Y que nunca habría firmado una Administración demócrata sin el acuerdo total de su sucesora (ya elegida), republicana. [Consúltela aquí en PDF]
—Me ha llamado la atención este párrafo. Creo recordar que era la época en la que España aspiraba a entrar en el G-7… ¿esto tiene algo que ver o me lo estoy inventando?
—Es exactamente así.
Hoy se puede contar una confidencia de la que quizá nunca presumió porque, finalmente, jamás se sustanció. Pero, como confirman ahora algunos de sus entonces compañeros en el Consejo de Ministros, "eso estaba lanzado, íbamos a entrar en el G-7, éramos importantes y nos llevábamos muy bien con Estados Unidos".
Algo pasó después.
De 2001 a 2022
Hace ahora 10 meses, Pedro Sánchez recibió a Joe Biden en la Moncloa, en el marco de una cumbre histórica de la OTAN, celebrada en Madrid, la primera después de la vuelta de la guerra a Europa. Entonces, ambos presidentes firmaron otra declaración conjunta, que Piqué analizó en uno de sus Apuntes del editor, reflexiones periódicas que siguió publicando en la revista Política Exterior hasta pocas semanas antes de fallecer.
En esos textos, la invasión de Rusia a Ucrania era diagnosticada por Piqué como el gran síntoma del "cambio de orden global" en el que nos estamos adentrando: un mundo multipolar, con el centro de gravedad en el Indo-Pacífico, y en el que Europa deberá encontrar su papel.
De ahí que valorara como un "gran mérito del ministro José Manuel Albares" esta segunda declaración conjunta España-EEUU. Aunque —lo cortés no quita lo valiente— concluía que este documento reflejaba "objetivos muy generales" que, en el fondo, enmarcaban "una voluntad clara de colaboración y de mejora de la relación bilateral".
¿De mejora? Claro, porque en estas dos décadas ocurrieron cosas que hicieron que España perdiera su momentum geopolítico: desde los años en los que nuestro país peleaba con Canadá —un ejercicio arriba, un ejercicio abajo— la séptima posición como mayor potencia económica del mundo, hasta la actualidad.
Por entonces, el Grupo de los Siete ya se llamaba G-8, tras la invitación a la Rusia postsoviética para incorporarse a la comunidad de las democracias liberales... pero eso acabó en 2014, tras la toma de Crimea. Hoy, el peso mundial lo marca el poder, un concepto mucho más complejo que el de los felices y pacíficos 90, cuando bastaba con mirar el PIB. Y la cosa va, de nuevo, por bloques.
Las estadísticas más oficiales, las del Fondo Monetario Internacional, lo confirman: si Ottawa se sentaba a la mesa, Madrid tenía derecho a pedir su silla. Y lo atestigua Cristóbal Montoro, que presidió la Comisión Delegada de Asuntos Económicos del 96 al 2000 y, luego cada viernes, se sentó en Moncloa junto a Piqué, en la segunda legislatura de José María Aznar.
"En aquellos años pintábamos de verdad en el mundo". Elvira Rodríguez, también compañera de Piqué en el Consejo de Ministros, recuerda en conversación con este periódico la línea directa que mantenían Aznar con Bush y Ana Palacio, sucesora de Piqué en Exteriores, con Colin Powell, secretario de Estado de Bush. "La apuesta del presidente había dado sus frutos en lo económico y, en ese momento, pretendía recibir la recompensa, el reconocimiento de que España tenía derecho a jugar en la primera división".
Montoro explica este punto. "Piqué había sido clave en el éxito de los primeros cuatro años", rememora para EL ESPAÑOL. "Su papel como ministro de Industria fue muy relevante, él impulsó las privatizaciones, la liberalización de los mercados energético y de telecomunicaciones, y una profunda reestructuración empresarial".
De aquella revolución económica, había aparecido una España inesperada.
"Habíamos entrado en el euro a tiempo, cuando nadie lo esperaba; se creaban millones de empleos; crecíamos al 4% anual de manera sostenida... y las cuentas públicas eran la envidia de Europa", enumera la primero secretaria de Estado de Presupuestos y luego ministra de Medio Ambiente. Tanto, que "nuestra deuda llegó a cotizar mejor que la alemana", remarca el entonces titular de Hacienda.
¡Una prima de riesgo negativa!
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A pesar de todo, las agencias de calificación no le dieron nunca a la economía española la nota AAA. Así, en su segundo mandato, el presidente Aznar hizo un movimiento audaz: apoyó los méritos económicos de su ministro de Industria en el profundo conocimiento que tenía de la geopolítica y lo llevó a Exteriores. Su "capacidad de seducción" haría el resto para ganarse, en la mesa de las relaciones internacionales, lo que no se lograba en el parqué de los mercados.
Pero decíamos antes que Josep Piqué celebró, el junio pasado, la reunión de Biden y Sánchez como un paso importante para "mejorar la relación bilateral". Toca escudriñar ese 'algo' que se había roto para que nunca se cumpliera el compromiso de Estados Unidos con España: una declaración conjunta no es entre Gobiernos, sino entre países. Más aún si, de ambos lados, es "bipartisana".
Aquello que se rompió fue consecuencia de una sucesión de acontecimientos culminados en el anuncio de la retirada de las tropas españolas de Irak por parte de José Luis Rodríguez Zapatero, el 18 de abril de 2004, al día siguiente de tomar posesión como presidente del Gobierno.
"Antes, había ocurrido lo de la bandera", rememora Elvira Rodríguez, en referencia a cuando el líder socialista, todavía en la oposición, evitó levantarse ante la enseña de Estados Unidos, en el desfile del 12 de octubre de 2003.
Aquel año, una representación del Ejército norteamericano había sido invitada a la celebración de la Fiesta Nacional, a pesar de (o precisamente por) que ése había sido el año de la segunda guerra de Irak. "Aznar tenía esas cosas, a pesar de ser un hombre circunspecto, hacía alardes inesperados", aventura Rodríguez.
Y es aquí donde cuadra otra de esas confesiones en privado que Piqué, si las transmitía en público, lo hacía de manera elegante, en un lenguaje diplomático.
—Las relaciones internacionales se basan en la confianza, y la confianza se tarda mucho en labrar, pero muy poco en destruir.
—¿Y seguimos pagando aquello...?
—...eso es.
La confianza se construye con actos y diálogo coherentes, recuerdo que me dijo cuando le pedí desarrollar el asunto de las relaciones internacionales entre España y EEUU.
Eso ha aparecido en todos los obituarios e in memoriam de en estos últimos días, demostrando aquello de que "en España enterramos muy bien", que dijo Alfredo Pérez Rubalcaba. Esa capacidad de disfrutar de sus ideas propias, más cuando las confrontaba con las de otro, ya fueran opuestas o matizadas.
No presumía, pero sí destacaba, que fueron "dos Gobiernos" de EEUU los comprometidos en aquella declaración conjunta de 2001, que le sellaba a España el pasaporte a las grandes ligas. Y también su último acto político fue aceptar una silla en la nueva fundación de su partido, el PP, precisamente para clamar por las bondades del "bipartisanismo".