Virgilio Zapatero acabó de escribir sus memorias en Cisneros, el mismo pueblo de Palencia donde su padre regentaba un bar. Hay muchas fotos de su padre en esta casa del Madrid viejo; y también una gran cafetera italiana antigua, de esas que parecen pulpos por sus tentáculos de metal. Lo fotografiamos llamando a través de un teléfono de aquella época.
–¡No estará llamando a Pedro Sánchez!
–Oiga, no me meta usted en líos.
Pero sí está llamando a “Aquel PSOE” (Almuzara, 2023), a los “sueños de una generación”. Y de eso hemos venido a hablar, de sus memorias. Por mucho que charlemos acerca del pasado, resulta inevitable que rebotemos en el espejo del presente. Don Virgilio, hombre de tanta sabiduría como bonhomía, habla con más tristeza que acritud; con más dudas que vehemencia; con más decepción que enfado.
Virgilio Zapatero Gómez (1946) es uno de los mejores intelectuales que ha dado la política española. Este doctor en Derecho y exrector de la Universidad de Alcalá de Henares se enfrascó en el origen de la Democracia y acabó escribiendo un libro sobre aquella Atenas fundacional. También biografió hasta la saciedad a Fernando de los Ríos. Llegó a pagar una factura que dejó Indalecio Prieto en Cuenca, año 1936. La prueba de que se trata de un socialista a fuer de liberal.
Vamos paseando por esta casa repleta de recuerdos. Tiene catalogada su biblioteca. Cada libro, un número plastificado en el lomo. En el ordenador, guarda un Excel que va actualizando con cada título que entra: “Así el orden es mucho más fácil y menos costoso”.
Miramos un extremo donde se apilan los libros de reciente adquisición, todavía sin catalogar. Es una especie de purgatorio. Algunos conseguirán el papelito que los identifique y otros serán expulsados del templo. Leemos los nombres de otros políticos, de otros periodistas, de gente muy famosa. Pero no desvelaremos la X. ¡Cómo le vamos a hacer eso don Virgilio!
Su cordialidad no es sólo aparente. En los años más duros del PSOE moderno, fue uno de los pocos que mantuvo la amistad tanto con Felipe González como con Alfonso Guerra. Esta semana, en la presentación de sus memorias, ambos asistieron para agradecerle su trabajo como ministro de Relaciones con las Cortes (1986-1993).
Quizá no le reconozcan en las fotos de hoy porque...
Cuando dejan el poder, se quitan ustedes el bigote. Como los toreros con la coleta. José María Aznar, usted…
Porque acabamos hartos del bigote. ¡Por lo menos ese era mi caso! Tenía ganas de quitármelo, pero no encontraba el momento. Si estás ocupando un cargo público y, de repente, te lo quitas, llamas mucho la atención. Tuve que esperar a abandonar todos mis cargos para hacerlo. La gente me dice que me he quitado años.
Es verdad, don Virgilio, está usted estupendo.
Los bigotes se ponen blancos muy pronto, les salen canas. Si tuviera su edad, quizá me dejase barba.
El PSOE se rasuró la barba republicana para posibilitar la Transición. Ahora que ya está culminada, ¿debería el partido confiarse a su ideario original y volver a ser republicano?
No. El PSOE, en ese sentido, está muy bien como está. El PSOE ya ha apostado. Y fue por la monarquía parlamentaria. Subrayo “parlamentaria”. Porque la soberanía reside en el pueblo. En nuestro sistema, el monarca es… un monarca inglés. Una figura capital que arbitra el buen funcionamiento de las instituciones.
Le mintió usted a aquel señor mayor que se acercó a verle en Cuenca, año 1977. Le preguntó: “¿Es este el mismo PSOE que el de Indalecio Prieto?”. Le dijo que sí. Pero ya no lo era. No era un partido republicano.
Siempre nos hemos sentido legítimos herederos de aquel Partido Socialista. ¡Con todo lo que tuvo! Con sus cosas buenas y sus cosas malas. Fue una situación muy emotiva esa que usted menciona.
¿Qué pasó?
Me dijo: “¿Es este el partido de Pablo Iglesias?”. Le dije que sí. Insistió: “¿Es el partido de Julián Besteiro?”. Le dije que también. “¿Es el de Fernández de los Ríos?”. También. Fue entonces cuando añadió la trampa que me tenía preparada: “También será el de Indalecio Prieto, ¿no?”. Por supuesto. Y sacó de su bolsillo un papel amarillento. Una cuenta que Prieto había dejado sin pagar en su restaurante.
¿Le pagó la cuenta?
Se lo conté a Carmen García Bloise, la secretaria de administración. Sí, sí, la pagué.
¿Prieto habría entendido lo de la monarquía parlamentaria?
En los años cuarenta, Indalecio Prieto pactó con Gil Robles el esquema de la Transición. Fue el llamado “Pacto de San Juan”. Prieto, en nombre del partido, negoció que el PSOE aceptaría la fórmula que resultara de la evolución democrática. Ya para Prieto la República fue algo accesorio. Lo importante era la democracia. Prieto quiso resolverlo preguntando a los ciudadanos. Había un debate muy interesante.
Cuente, cuente.
En el seno del PSOE, había muchos que consideraban que la vuelta de la democracia tenía que implicar necesariamente la restauración de la República. En la derecha democrática, los de Gil Robles sostenían lo contrario. Entonces pactaron que la fórmula la eligieran los ciudadanos en las urnas.
Es sobre todo algo que se escucha en el electorado potencial más joven: “A mí me gustaría un gran partido de izquierdas republicano en España”.
Hombre, sí hay partidos republicanos de izquierdas.
Pero me refería a un gran partido republicano de izquierdas jacobino, que no pusiera en duda la unidad nacional.
Mientras la monarquía cumpla su papel, será una institución útil para nuestro país. Esta Constitución tiene una ventaja: si una gran mayoría no quisiera la monarquía, sería la propia Constitución la que posibilitaría un camino. En Alemania, en cambio, la forma del Estado no se puede tocar. Sin embargo, creo que hoy la monarquía está muy asentada en España.
Ustedes confían en que la madurez, igual que a su generación entonces, les haga apoyar a los jóvenes de hoy la monarquía parlamentaria como antídoto contra la inestabilidad. Pero no hemos vivido las secuelas de la guerra ni una democracia en riesgo. Tampoco se pone fácil ese ejercicio debido a los errores de Juan Carlos I.
Don Juan Carlos, como todos en la vida, tiene sus zonas brillantes y sus zonas de penumbra. Prestó unos servicios impagables al país. No digo que fuera el motor de la Transición, pero no habría sido posible sin su actitud. Eso no se puede olvidar. Felipe VI está cumpliendo muy bien con su papel. España, en realidad, ya tiene una república. Pero es una república coronada.
La monarquía parlamentaria como mejor fórmula para defender los verdaderos valores republicanos.
Exacto. Bueno, para que esa frase fuera exactamente así faltaría cambiar la Constitución para que no haya discriminación por razón de sexo en la sucesión a la Corona. Tuve bastante relación con Juan Carlos I por razón de mi trabajo en el ministerio. Su trabajo fue intachable.
¿Le decepcionó lo que vino después precisamente por haber conocido en primera persona ese carácter intachable?
Me sorprendió y me entristeció. No me lo esperaba.
"La propia Constitución facilita un camino hacia la República, pero la monarquía está hoy muy asentada"
Los chavales que fueron ustedes rezuman mucha nostalgia por “aquel PSOE”. Todo eso que usted dibuja en el libro nada tiene que ver con el PSOE de hoy. ¿Qué tal lo lleva?
Son momentos históricos diferentes. Las comparaciones resultan complicadas. A un partido hay que juzgarlo por cómo identifica los problemas del país y cómo los resuelve. Nuestros problemas fueron otros: el terrorismo de ETA, las conspiraciones militares, la organización territorial, la relación con la iglesia católica… Lo de hoy es un mundo distinto.
Es absurdo comparar un PSOE con otro, estoy de acuerdo. Pero usted decía que lo importante es la identificación y resolución de los problemas del presente. ¿Qué opina de ese trabajo?
Hay problemas que identifica bien y a los que ha puesto remedios. La economía está funcionando razonablemente bien, las políticas sociales son razonablemente buenas, se ha conseguido desinflamar el problema catalán y se ha logrado un pacto social. He empezado por lo bueno. Pero también hay cosas que no me han gustado, sobre todo desde el punto de vista institucional.
Usted dirá.
La eliminación del delito de la sedición, la reforma de la malversación, la ley del sólo sí es sí… No me gustan algunos aliados. Hay uno en concreto que es como el manzanillo, el árbol más venenoso del mundo. Todo lo que lo toca acaba muriendo. Bajo su sombra, crece muy poca hierba o se agosta enseguida.
Se refiere a Bildu.
Sí, clarísimamente. Bildu es letal.
¿Fue un punto de no retorno firmar con Bildu la Ley de Memoria?
Sí. Bildu es un partido legal y me parece bien que lo sea. Hay ciudadanos que lo apoyan. Pero una cosa es eso y otra que el PSOE viva a la sombra del manzanillo.
Déjeme hacer de abogado del diablo: ¿la generación de Sánchez no tiene derecho a protagonizar una ruptura con ustedes igual que González y Guerra rompieron con Rodolfo Llopis? Aquello también fue tremendo.
La de Sánchez es otra generación y debe definir su idea de España, por supuesto. Mi generación ya ha cumplido su curso. Tenemos todos más de setenta años. Es lo natural que la nueva generación defina la España que quiere, siempre que respete los procedimientos constitucionales.
Pero es palpable la incomodidad de su generación con la idea de España del nuevo PSOE; igual que Llopis estuvo incómodo con la de Felipe González.
Hombre, es que algunas decisiones nos han sorprendido mucho. No es que se cuestione a la nueva dirección ni su autoridad, sino decisiones difícilmente asumibles como las que le comentaba.
"Creo que mi generación no cuestiona la autoridad de la actual dirección del PSOE, sino decisiones difícilmente asumibles que han tomado"
Usted atribuye a su generación el error de haber consolidado una partitocracia en España, pero luego atribuye a la generación actual el hecho de haber instaurado las primarias y haber convertido esos partidos en estructuras cesaristas.
Hemos pasado de aquel sistema de partidos a la ciberpolítica: el gobierno de los partidos a través de los “likes”. Han desaparecido los órganos intermedios. En la parte alta de la pirámide está el líder, que lanza su mensaje a la parte más baja, a los potenciales votantes o a los afiliados. Ese proceso, esa verticalidad, casa muy mal con la democracia representativa. No hablo sólo de España. Este tipo de partidos personales han proliferado en los últimos años. Silvio Berlusconi, Beppe Grillo, Pablo Iglesias… Estamos hablando de un cambio muy profundo.
No sabemos viajar por los términos medios. Hemos pasado de aquellos partidos que acogían guerras civiles a estas estructuras donde no hay posibilidad de debate. ¡A ver si vamos a echar de menos las peleas entre felipistas y guerristas!
[Se ríe]. Tanto en el PSOE como en el PP, el “partido” parece el atrezo que se pone para hacer unas declaraciones. No es más que eso. Un líder y detrás “el partido”. Gente que parece solo servir como atrezo.
Me estoy acordando de las entrevistas que está haciendo Sánchez a sus ministros. El público que asiste es cautivo: otros ministros, cargos del partido…
Son objetos o muebles para una escenografía. Esa es la evolución de los partidos y, como le digo, casa fatal con la democracia representativa.
Por cierto, usted es uno de los pocos de su generación que logró mantener tras el enfrentamiento una buena relación tanto con Felipe González como con Alfonso Guerra.
He tenido la suerte de estar sentado a la izquierda de Felipe en los Consejos de Ministros. He calculado que fueron unas 1.500 horas. Preguntando, interviniendo, escuchando…
Tuvo que acabar hasta el gorro del “por consiguiente”.
No, no [suelta una carcajada]. En la universidad, un máster suele constar de 150 horas. ¡Imagínese! Con Alfonso preparaba la comisión de subsecretarios y la relación con las cámaras. Me salían más de 3.5000 horas.
Tuvo que ser difícil, a partir de los noventa, llevarse bien con los dos a la vez. No por Guerra o González, sino por el contexto.
Soy amigo de Alfonso, es evidente. No es que no lo niegue, sino que lo declaro con orgullo. Creo conocerlo bastante bien. Felipe lo sabía perfectamente. Cuando Alfonso dejó el gobierno, Felipe me pidió que continuara. Mantuve la amistad con Alfonso y la lealtad al presidente. Estoy muy satisfecho.
El otro día, de hecho, en la presentación de su libro, reaparecieron juntos en público por primera vez en casi diez años. Me pareció ver agradecimiento en ellos dos hacia usted. Se les vio emocionados.
Felipe y Alfonso tienen una mejor relación de lo que la gente piensa. Me consta que se ven de vez en cuando. Les estoy muy agradecido de que asistieran a la presentación del libro.
El libro supone también un estudio de la psicología del poder. ¿Cuál fue su teoría de lo que pasó entre ellos? ¿Por qué aquello saltó por los aires? Se complementaban de maravilla.
Alfonso presentó la dimisión y Felipe tardó un año en aceptársela. Ese año fue muy difícil. No se debería haber prolongado tanto esa ambigüedad. Yo se lo pregunté a Felipe ya entonces porque tuve que responder alguna pregunta en el Congreso sobre eso. Me contestó que no lo consideraba conveniente. La convivencia interna se resintió, pero no la obra del gobierno, que siguió trabajando y sacando leyes. Pero sí, fue un momento difícil para mí. Tenía que lidiar con mucha gente.
"Felipe y Alfonso tienen mejor relación de lo que la gente piensa"
De su libro, de las declaraciones de González, de las de Guerra y de las de muchos de aquellos ministros entrevistados por este periódico se desprende la sensación de que el actual PSOE está poniendo en riesgo los pilares de la Transición.
Yo espero que no.
Hombre, eso lo daba por descontado.
Ya, ya [sonríe]. Espero que el PSOE haga honor a su condición de ser el principal partido constituyente que queda en nuestro país. Alianza Popular desapareció. El PP es constituyente, pero no estaba al principio. De los iniciales sólo queda el PSOE. Si el PSOE flaquea en este punto, estará en riesgo la estabilidad del sistema.
He revisado los Diarios de Sesiones de aquella época. No eran ustedes tampoco los paladines de la Transición. Dirigentes muy conocidos del PSOE se hartaban en el Congreso de decir que con Suárez peligraba la democracia y existía el riesgo de una vuelta al franquismo.
No fuimos hermanitos de la caridad, es verdad. Hicimos una oposición muy dura. En ocasiones, excesivamente dura. Pero también es verdad que fuimos aprendiendo. Eso que usted dice fue cierto en los primeros momentos. Aprendimos rápidamente que ese no era el camino. Luego llegamos a acuerdos muy importantes con Suárez. El principal, la Constitución.
Usted mismo fue apercibido por haber sido demasiado duro con un ministro de la UCD en el Congreso.
Sí, con Fernández Ordóñez. Gregorio Peces-Barba me encargó que respondiera en contra sobre el decreto antiterrorista. Yo era un profesor joven con la teoría muy bien aprendida. Le di por todos los lados, una y otra vez. Quedé encantado con mi intervención. Técnicamente resultó buena, pero políticamente fue un desastre. No me di cuenta. Tenía 32 años.
Le echaron la bronca.
Sí. Gregorio me llamó al terminar. Pensé que era para darme la enhorabuena. Me dijo: “La has liado, Virgilio. Dice Alfonso que ya has hablado suficiente esta legislatura”. Lo que en el fondo pasaba es que Alfonso y el partido estaban negociando cosas importantes con el gobierno.
¿Fernández Ordóñez era ya en ese momento el Mbappé del PSOE?
No, no. Bueno, no lo sé. Pero sí se habían empezado a negociar cosas muy importantes entre el PSOE y el gobierno de Suárez. ¡Yo no lo sabía! ¡Podrían haberme avisado! Pero le contaré algo que muestra cómo cambiamos pronto de actitud.
Adelante.
Yo he llegado a sacar del Congreso a diputados de mi partido para impedir que el gobierno de UCD perdiera votaciones importantes. Los mandaba al bar.
¿Y la prensa no se daba cuenta?
¡A veces no! Es que la situación era muy delicada. ETA asesinando a mansalva, algunos militares conspirando… Y teníamos un gobierno en minoría parlamentaria. No podíamos dejar caer al gobierno. Perdíamos votaciones queriendo.
"Llegué a sacar diputados del PSOE del Congreso para que el gobierno de UCD no perdiera votaciones importantes"
¿Cree que existe un arrepentimiento generacional en ese sentido? Acerca de lo duros que fueron algunos con Suárez.
Sí. Cometimos excesos con Adolfo. Aunque negociamos con él permanentemente. Nos ayudamos mutuamente. Nosotros les permitíamos ganar votaciones y ellos a veces las retrasaban para que nosotros preparáramos bien nuestras alternativas. Reivindico el papel de UCD, también legislativamente.
Desarrolle, por favor.
Aprendimos mucho de UCD. Continuamos programas que ellos habían iniciado y los llevamos hasta el final. UCD hizo un servicio impagable al país. Como el partido desapareció pronto, no han podido reivindicar su legado. Pero nosotros sí podemos hacerlo. Debemos reivindicar el legado de UCD.
El adanismo que podía haber en los años noventa con respecto a la victoria del 82 hace tiempo que se acabó, por lo menos en su generación.
La reforma del derecho de familia la empezó UCD. La reconversión industrial, la reforma sanitaria, el estatuto de los trabajadores, la ley del divorcio que aprobaron con nuestras enmiendas, la reforma de las fuerzas armadas también la comenzaron ellos… Hay un continuo entre UCD y el PSOE. Después, lógicamente, hubo otras leyes nuestras, con nuestro signo de identidad: el aborto, la educación… En definitiva, las relacionadas con el Estado del Bienestar.
Le cuesta mucho a la izquierda de hoy admitir que los reformistas de la UCD –es decir, los franquistas que dejaron de serlo– jugaron un papel muy importante en la Transición.
En la UCD había democristianos y socialdemócratas, además de reformistas. Eran gente comprometida con la democracia.
Cuando se diseñó la Constitución, usted explica que su generación erró al instaurar un sistema que confiaba en la lealtad de los nacionalismos.
Sí. Uno de los principales ponentes fue Miquel Roca. Pero los partidos nacionalistas de entonces han desaparecido. Los nuevos han virado en otra dirección. Cataluña apoyó masivamente la Constitución. Creímos en esa lealtad.
La izquierda española es casi una excepción europea: ha unido su destino al del nacionalismo, que es lo más opuesto que existe a la igualdad entre ciudadanos, a los ideales tradicionales de la socialdemocracia.
El PSOE fue respetuoso con el nacionalismo. Intentó integrarlo en la Constitución. PP y PSOE acometieron reformas profundas de la estructura territorial pensando que con la transferencia de las competencias se eliminarían todas esas críticas de “persecución, discriminación”… Pero nos equivocamos. Creímos que en democracia, en libertad e igualdad, sin discriminaciones de lengua, se acabarían las reivindicaciones rupturistas. Pero no es cierto. El nacionalismo siempre busca la diferencia.
¿Es tarde para cambiar de rumbo? ¿El PSOE sólo puede volver a la casilla de salida si Sánchez cae?
No lo sé. No me atrevo a pronunciarme sobre eso.
¿Le parece exagerado decir que el PSOE, si Sánchez cae, deberá “refundarse”?
El PSOE, pese a todos los cambios que hemos ido comentando, tiene todavía una base muy fuerte. No creo que el PSOE vaya a desaparecer o a refundarse.
Usted dejó el Gobierno en 1993. El PSOE volvió a ganar las elecciones, pero ya supuraba corrupción. Sánchez no ha tenido ningún caso de corrupción. En el actual Gobierno, imagino, podrían revolverse diciendo: “¿Quiénes son ustedes para darnos lecciones a nosotros?”.
El verdadero problema que tuvimos fue la financiación del partido. Espero que esté resuelto y que hayamos aprendido. Ningún partido en nuestro país está libre de pecado en ese sentido. A unos se les ha pillado y a otros no. Ocurrió porque los gastos electorales eran astronómicos y los ingresos mínimos. No llegaba… y se acudía a esas vías. Me alegraré, desde luego, si el PSOE no vuelve a tener problemas de este tipo.
Dice que fue la financiación irregular, pero… ¿no fueron los GAL el mayor error de aquel tiempo?
De los GAL… me cuesta hablar. Algo digo en el libro. Han sido las páginas más difíciles de escribir. Si no le importa, como las he meditado tanto, le citaré un fragmento:
“Diputados, senadores y altos cargos del Gobierno estábamos convencidos de que, como se decía, este tipo de operaciones eran residuos de épocas pasadas que el Gobierno estaba intentando desmantelar por todos los medios (…) Pero es bien cierto que ni pedimos explicaciones ni se nos ofrecieron (…) Puedo asegurar que en los centenares de Consejos de Ministros en los que ejercí como secretario no se trataron estas cuestiones (…) La sentencia del Supremo fijó la verdad judicial sobre la inexistencia de un eventual terrorismo de Estado. No hubo banda armada pues eso implica ‘una mayor e importante estructura jerarquizada, una mayor consideración de las funciones a realizar y una mayor pluralidad de los sujetos intervinientes, nunca transitoria y ocasional’. Y nada de esto se podía observar en la asociación de estas personas. No había, pues, ninguna X que despejar. Creo que para muchos de nosotros aquella sentencia, aunque criticada por una parte de la doctrina, supuso un cierto alivio”.
[En cuanto a la condena del ministro Barrionuevo y el secretario de Estado Vera, Zapatero escribe: "Fue una condena basada únicamente en el testimonio de un ‘arrepentido’ coimputado, Julián Sancristóbal, y el PSOE la consideró injusta"].
El otro día, le preguntaban a un dirigente socialista de su época por este desencanto que venimos comentando. Respondía: “Me pasa como con la fe. Votaré al PSOE igual que sigo yendo a misa aunque este Papa no me guste”.
¡Tiene mucha gracia! [se parte de risa]. Yo he votado siempre al PSOE desde que tengo uso de razón... salvo en una ocasión. No le diré cuándo.
¿Cree usted en el PSOE?
Dios es un misterio.
El PSOE también.
Creo en el futuro del PSOE.